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SOLO LETRAS

Iniciado por kermit, 18 Agosto, 2014, 08:50:21 AM

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kermit

#20
DUDA RAZONABLE

Cuando ya no sabe qué hacer, cuando no encuentra cómo seguir, se para de repente a contemplar el mundo a su alrededor con ojos inquisitivos como buscando en algún punto remoto algo que se le haya pasado por alto y que le de la pista necesaria que le lleve de nuevo al sendero que tan bien aprendido tiene. En esos casos, todo permanece en su sitio como si lo viera en una de esas imágenes retenidas en el espacio y el tiempo mientras ella va dando vueltas alrededor de ese mundo cristalizado que se mantiene a la espera de retomar de nuevo su rumbo y en el que las leyes físicas han dejado de existir.
Lo observa desde distintas perspectivas por si la falta de visión le oculta la clave que busca para continuar. Nunca sabe dónde puede estar escondida. A veces, detrás de una sonrisa traviesa; o en algún espejo oculto por un reflejo traicionero; incluso puede ser una persona inesperada, una frase dicha en el momento oportuno o una imagen distorsionada. Todo puede ser o no ser.

   No siempre encuentra lo que necesita. A veces ha olvidado qué estaba buscando y ha vuelto a la realidad sin ser consciente de ello, como si todo hubiera sido un sueño pero con la conciencia intranquila y nerviosa avisándole de que algo falla; algo debe ser aclarado, encontrado o resuelto. "Qué será esta vez", se pregunta.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                                              REAJUSTE

            No recordaba durante cuanto tiempo había estado caminando pero cuando paró a descansar ya estaba anocheciendo y las sombras alargadas de los árboles se mezclaban borrosas en el estrecho camino por el que sus pies habían seguido el curso, de forma automática, como el caballo que tan bien aprendido tiene su recorrido que no requiere guía alguna que lo oriente. No sabía dónde estaba, pero no importaba; tarde o temprano se ubicaría, aunque fuera en noche cerrada. Eran muchas las veces que se había extraviado por aquellos senderos y no menos las veces que había encontrado el camino que debía seguir para salir de allí. Era su laberinto particular; un entramado de senderos apenas visibles a miradas ajenas  que había ido labrando con el correr de los años en sus merodeos necesariamente solitarios.
Al volver a su casa decidió acabar, por fin, con la desagradable tarea que le habían encomendado esa mañana: realizar los ajustes necesarios de personal ante la más que evidente falta de demanda de trabajo para la joven empresa que hacía apenas cuatro años se iniciara con esperanzas, aunque no falta de un incierto comienzo, en un mundo laboral de encarnizada competencia. Habían intentado por todos los medios mantener a flote la sociedad pero demasiados meses sin poder realizar nuevos ingresos habían debilitado la moral de todo el equipo quien en un principio se mostró optimista ante la llegada de nuevos inversores que financiaran su proyecto. Los primeros meses fueron de expectación pero, poco a poco, se había hecho evidente que nada de lo prometido iba a ser real, cuando menos en un tiempo cercano. Aquella mañana se habían reunido para decidir quién debía abandonar el barco (con la promesa de volver a ser incorporados al equipo en cuanto este volviera a ponerse en marcha) a la espera de la llegada de esos prometidos contratos que mantendrían los puestos de trabajo.

   Echó un vistazo a aquella larga lista de nombres en la que había escondidas diferentes  historias  de desesperación y ruina. No todos le eran conocidos pero cada vez que su vista se tropezaba con alguien cercano, las letras se transformaban en imágenes y en situaciones vividas junto a esa persona a la que debía dejar sin trabajo, aunque fuera temporalmente, sabiendo las dificultades por las que estaban pasando; Corrían malos tiempos y no había escape posible.
Pero cada vez que pensaba en todos esos momentos en los que se intercambiaron tantas confidencias y compartieron tantas dificultades, le resultaba imposible seguir escribiendo. Sabía que alguien debía hacerlo y mejor ella que no cualquier desconocido. No dejaría de ser duro notificar la complicada situación laboral en la que quedarían pero no  encontraron más opciones que la del despido.

   Mentalmente agotada apagó el ordenador y decidió darse una ducha que librara a su cuerpo de tanta presión como sentía en aquellos momentos: su cabeza bullía con todo tipo de situaciones a las que previsiblemente tendría que hacer frente al comunicar la noticia sintiéndose, a la vez, verdugo y cómplice de la situación por ser la única que iba a conservar su empleo.
Al salir de la ducha dejó caer su cuerpo desnudo sobre la cama tratando de relajarse mientras escuchaba música suave de fondo que poco a poco le hacía olvidarse del mundo físico que le rodeaba para llevarle por un mundo de fantasía en el que los acordes de la música la transformaban en ráfaga de viento que danzaba al compás de unas olas; o en hoja otoñal desprendida del árbol y descendiendo en caída libre hacia un suelo alfombrado de tonalidades marrones; o gaviota que se precipitaba por acantilados y disfrutaba de sus virajes y giros en el aire sin seguir un patrón determinado.

   Despertó de noche, con sensación de frío y dolor de cabeza. Se arropó bajo las sábanas y volvió a dormir.

   "Creo que no respira. Llama a los de la ambulancia y que se la lleven". Al escuchar estas palabras, despertó con la sensación pesada de quien aún no ha salido del todo de un sueño. ¡Porque evidentemente, eso tenía que ser un sueño!
"Todo ocurrió mientras dormía. Ni se ha enterado; tanto mejor. Cuando me llegue la hora yo también quiero que suceda así....." Lo siguiente que escuchó fueron murmullos confusos que fueron apagándose conforme las dos personas que le habían inspeccionado se alejaban de ella. Quedó aterrada al escuchar aquellas frases. ¿Se referían a ella? ¿Quién no respiraba? ¡Pero si ella estaba allí, consciente de todo cuanto pasaba. Escuchaba sus voces! Había notado cómo la examinaban. Sentía su cuerpo.

   Trató de incorporarse pero, por algún motivo, no pudo. Su cuerpo se resistía a moverse. Hizo un esfuerzo y quedó asombrada cuando lo único que consiguió fue elevarse sobre sí misma y contemplar (más bien sentir) cómo se despegaba de su cuerpo físico para deslizarse por él como si de una piel recién mudada se tratara. Era una sensación extraña aunque no del todo desagradable. Se sentía bien aunque confusa. No entendía qué estaba pasando y sin embargo su lógica, siempre práctica y funcional, lo asumía como una circunstancia más a la que hacer frente.
Su lógica trataba de enfrentarse al siguiente dilema: Estoy muerta o no lo estoy. Si estoy muerta ya nada debe preocuparme puesto que suceda lo que suceda no dependerá de mi. Si no estoy muerta debo buscar la manera de salir de este enredo: bien por mi misma o bien con ayuda de alguien. Y para que alguien me ayude debo ser capaz de atraer su atención haciéndole consciente de que sigo en este mundo terrenal.

   En ese momento entraron en la habitación  los camilleros de la ambulancia que se la debían llevar para que le hicieran la autopsia. Pero  por mucho que trató de soplar, hablar o intentar mover alguna parte de su cuerpo no lo consiguió ni logró atraer la atención de aquellas personas que, tan ocupadas estaban hablando del último cambio en el equipo que realizaban su trabajo maquinalmente sin prestar mayor atención a lo que hacían y, mucho menos, al cuerpo que estaban transportando.
Las escuchó quejarse de las horas extra que debían hacer, sin cobrar, por supuesto; De la nueva normativa que les obligaba a seguir unos protocolos absurdos; De los recortes en personal y en material, lo que influía directamente sobre la calidad del servicio.... Y de muchas más cosas que afectaban a sus mundanas vidas  y a  quienes les rodeaban.  Por desgracia, era algo bastante usual y que le llevaba de nuevo a su desagradable tarea de tener que comunicarle a otra persona que lo sentía mucho pero que tendría que buscarse otro medio de vida. Al pensar en ello, se sintió bastante aliviada y decidió que eso de estar muerta no era tan negativo, después de todo. Así que se acomodó de nuevo en su cuerpo y allí permaneció hasta llegar a una habitación vacía en la que la colocaron sobre una superficie metálica.

   Por entonces, ya había decidido permanecer en ese estado, reajustarse a su nuevo ser. Recordó el título de una película que le hizo reír por lo absurdo de la situación: "La muerte os sienta tan bien..."
Anyway the wind blows...

kermit

#22
                                                               EL MAPA DEL MUNDO

            No podía dormir. Se incorporó y se sentó en la cama; se levantó; abrió la ventana y dejó que el aire fresco de aquella noche de primavera invadiera la atmósfera de su habitación, bastante saturada por la pesadilla pasada . Era una pesadilla recurrente en la que conocía exactamente cada escena y cada acontecimiento de lo que vendría a continuación pero de la que no podía escapar. Tenía la certeza de qué era lo que la ocasionaba pero reconocía que no podía cambiar nada no restándole más esperanza que la de mantenerse alerta hasta la llegada del momento definitivo de la ruptura con aquel mundo en el que había quedado atrapada.
No se decidía. ¿Debía salir ya de allí o aquel era su sitio aunque no comprendiera cuál era en realidad su lugar? ¿Tendría cabida en aquel mundo? ¿Existiría realmente aquel mundo? No se decidía. Mejor esperar un poco más. ¿Pero, esperar a qué?

   Suspiró. Se echó sobre la espalda su maltrecho ánimo y bajó despacio las escaleras que le conducían a la cocina donde intentó prepararse un café que le sirviera de bálsamo reconfortante en esa mañana tan gris y poco luminosa. Al fin y al cabo, no era sino otra mañana más de una de las muchas que aún le quedaban por vivir y no pretendía mostrarse así de abatida por mucho más tiempo. No era su estilo. 
Al asomarse a la ventana su mirada quedó anclada en una esquina del patio donde una mancha gris de pronto cobró vida tras varios segundos de indecisión. Su cerebro no comprendió que era el gato de la vecina hasta que este no se movió y pudo reconocer aquella larga cola y aquellos andares tan característicos. 

   Puso maquinalmente la cafetera y se dejó caer en la silla con la mirada perdida a la espera de que el olor a café inundara la casa mientras  los últimos estertores del agua dieran aviso de que estaba a punto. De manera igualmente automática, se sirvió el café en una de las tazas que sacó del estante superior, añadió una más que generosa cucharilla de miel y se dejó caer de nuevo en la silla con su mente aún perdida en pequeños detalles que le servían para desconectar de lo que realmente le preocupaba.
Se fijó de nuevo en la minúscula grieta de pintura de la esquina; lo que parecía ser una pequeña mancha de café en la pared; el jugueteo de un par de gorriones en la enredadera que podía ver por la ventana; la alineación de los diferentes botes que tenía sobre la encimera; la puerta abierta en un ángulo de casi 90 grados (Durante unos minutos estuvo debatiendo consigo misma cuantos grados serían realmente. Dado el escaso margen que quedaba entre la pared y la puerta era probable que fuera casi un ángulo recto perfecto).

   El día había llegado y aún no se había decidido por ninguna opción que le invitara al optimismo. Todas y cada una de ellas hacían agua por algún sitio. Algunas eran claramente descartables pero, de las que quedaban, no conseguía resolver cuál sería la más eficaz. Porque de eso se trataba, al fin y al cabo. No se centraba en la mejor opción, no cabía tal esperanza, sino en la menos mala y la que mejor representara los intereses comunes, no ya inmediatos sino futuros.
Llevaba muchos años en la misma empresa y había visto cómo la dirección de la misma pasaba de unas manos a otras sin que nadie acabara encontrando el rumbo que les guiara por la senda correcta. Pero parecía que algo estaba cambiando últimamente y se había animado a formar parte de ese cambio. Nunca había pensado que pudiera ejercer ningún tipo de influencia  ni siquiera ayudar a motivar a otras personas pero parecía que los demás si pensaban que ella tenía cierto potencial. Una cosa llevó a la otra y de una conversación de lo más anodina se pasó a una especie de compromiso que la implicaba a ella y a varios de sus compañeros y compañeras. Así empezó a forjarse una nueva forma de plantearse la actitud que marcaría el nuevo camino de lo que prometía ser un futuro lleno de éxitos más que de fracasos (los cuales eran más que previsibles en un mundo donde todo debe probarse y donde hay que arriesgar para obtener el mejor beneficio).

   Al principio todo parecía ir encajando y las reuniones fueron convirtiéndose en auténticas mesas de debate donde se ofrecían argumentos sólidos que forjarían la base sobre la que seguir construyendo. Todo el mundo estaba realmente implicado y volcado con entusiasmo en el nuevo proyecto remando a la par y dando una sensación de armonía y fuerza que se contagiaba a la plantilla de trabajadores. Pero pronto aparecieron los primeros síntomas de la disensión. Al principio fueron gestos imperceptibles que dieron paso a claras muestras de oposición. Empezaron a organizarse pequeños corrillos que fueron contaminando la unidad inicial y surgieron diferentes líderes con propuestas enfrentadas. Todo muy democrático; pero el resultado fue la caída y falta de apoyo del equipo por parte del resto de empleados y empleadas que veían cómo sus anteriores "idolos" se convertían en falsos dioses que revelaban sus verdaderas caras ante la mirada asombrada y estupefacta de quienes habían confiado en ellos.
En apenas dos meses había pasado de ser la compañera con la que todo el mundo se saludaba y a la que se acercaban para expresar su más que entusiasta apoyo a la personificación de la vieja guardia sujeta a la dictadura de sus superiores  y marioneta de sus antojos, por el simple hecho de haber tomado una decisión que no había sido del gusto de quienes hasta el momento la consideraban tan adecuada para ostentar el cargo. ¿Acaso no se habían dado cuenta de que al final les beneficiaría a todos aquella drástica determinación? Lo había explicado pacientemente delante de todos. Después lo había vuelto a explicar en pequeños grupos para dar oportunidad a que expusieran sus dudas y pudieran solventarlas. Siempre se había mostrado dispuesta a explicarse ante quien así se lo pidiera pero, nada de eso había sido efectivo. Le habían vuelto la espalda por tomar una medida un tanto arriesgada que ella consideraba salvaría muchos puestos de trabajo además de fortalecer los ya existentes.

   Cuando con el paso de los días notó que la tensión iba en aumento, consideró que aquello no tenía sentido y decidió dimitir. No tenía ninguna intención de que el cargo cambiara su forma de vida ni de ocasionar el menor perjuicio a nadie. Siempre se había mantenido firme mostrando un apoyo decidido ante propuestas que favorecieran a la mayoría y al aceptar aquel puesto su objetivo no era otro que el de  hacerlo lo mejor posible  favoreciendo a la mayoría y minimizando el impacto de los posibles "daños colaterales"; siempre partiendo de una coordinación con los demás y en base a las directrices marcadas en el grupo, por consenso.
Volvió a ser la de siempre sin echar en falta ni el descenso en los ingresos de su nómina, que compensaba sobradamente con el aumento de tiempo libre del que disponía ahora, ni la falta de atención de los que anteriormente acudían a ella con intereses particulares. Mantenía el mismo ritmo de trabajo y las mismas amistades sin meterse en mas asuntos que los que ocuparan su día a día. 
   
   Aquella tarde, rebuscando y poniendo en orden los papeles de su cuarto, tropezó con un escueto mapa en el que aparecía una mancha amarillenta con varios caminos trazados a partir de un punto marcado en rojo donde se indicaba la situación de partida."Usted está aquí". No era capaz de evocar el momento ni el lugar en que había cogido ese mapa y tampoco conseguía imaginar ningún sitio en especial al que llevara. Parecía un trazado bastante errático que daba vueltas en torno a sí mismo y que no parecía conducir a ningún sitio. No había más letras que las dibujadas en mayúscula, en un tono gris azulado, junto al gran punto rojo.
Giró el mapa varias veces, puesto que no había indicaciones de dónde se encontraba el norte o cualquier señal que le sirviera para orientarse y, no descubriendo ninguna, se le ocurrió añadir un nuevo trazado que llevara hasta una playa con olas y palmeras. Eso fue lo que dibujó al concluir que aquel trozo de papel no significaba nada para ella y que, antes de tirarlo a la basura, iba a divertirse un rato añadiendo diversos lugares a los que le apetecía ir hace tiempo y que por un motivo u otro había tenido que posponer hasta que casi habían quedado en el olvido.

   Recordó cómo siendo más joven, había acordado con su grupo de amigas hacer un recorrido en tren por determinados lugares de Europa, viaje que no llegó a realizarse; o como soñó varias veces en hacer senderismo por rutas cercanas junto con su confidente de los últimos años; o también aquella vez que le había prometido a su madre acompañarla a las Seychelles, playa que viera en fotografías y de la que se enamoró inmediatamente (otro proyecto frustrado).
Por un momento dejó aparcados sus pensamientos y concentró todo su universo en aquel mapa donde empezó a organizar otro mundo en el que emergían pequeñas islas esparcidas con cierto orden  a las que iba dando forma con un lápiz bastante gastado y casi sin punta que acababa de encontrar debajo de la mesa.

   Sin darse cuenta había "marcado" diferentes destinos a visitar hasta un total de seis islas. Todas ellas dibujadas con esmero gracias a la habilidad de las manos que manejaban aquel fino tubo de madera con alma de grafito en su interior. No tenían nombre, eran solo pequeños espacios que contribuían a conformar una imagen más llamativa del mapa inicial, tan sumamente aséptico y falto de perspectiva.
Durante este tiempo, no se había preocupado de nada de lo que sucedía a su alrededor. No se había dado cuenta de la cantidad de mensajes que se acumulaban en la pantalla de su móvil ni se había percatado de que su vecina le había dejado las llaves bajo el felpudo de la puerta (conducta que habían acordado hace tiempo ante la necesidad de tener disponibles un juego de llaves por si acudía su madre de visita sin que ella estuviera aún en casa). 

   Miró divertida el resultado: Ahora aparecían diseminadas, como goterones caídos al azar, diversas manchas de tamaño desigual que ocupaban los márgenes superior, izquierdo y derecho. Trazó un nuevo recorrido que le llevara a la imagen de la playa puesto que es lo que le apetecía hacer en ese mismo momento. Salir de ese día gris y lluvioso y pasear con los pies descalzos sobre una fina arena mojada, escuchando el rumor de las olas, sintiendo la brisa marina y el calor del sol en su cuerpo medio desnudo, saboreando la sal en sus labios y dejándose devorar por aquellas olas durante  su incesante tarea de ir y venir.
Su ensoñación duró poco puesto que el timbre de la puerta la interrumpió haciéndola volver bruscamente a la realidad. Un poco fastidiada ante semejante intrusión fue a abrir la puerta para descubrir del otro lado a su amiga Maribel que no parecía tener una cara muy alegre, sino más bien bastante enfadada. Y no era para menos, después de todo lo que le contó: Problemas en el trabajo y con su jefa, que no la dejaba ni respirar.    

   Le invitó a entrar y a tomar un café mientras le dejaba desahogarse y soltar toda la furia interior hasta que fue calmándose poco a poco y comenzaron a divagar sobre otros asuntos que nada tenían que ver con la vida mundana que llevaban. Acabaron delante del mapa que había encontrado y decidiendo que no sería mala idea planificar una salida. Incluso estuvieron informándose de los itinerarios  para acceder a las distintas zonas de playa llegando a decidir dónde irían ese fin de semana.
El resto de la tarde lo consumieron en planificar la hora de salida y el lugar donde pasarían el día ellas y todas aquellas personas que quisieran apuntarse. Se despidieron bien entrada la noche con el ánimo renovado ante la perspectiva de compartir lo que prometía ser un magnífico fin de semana.

Aquella noche, con el mapa en la mano, pensaba en la posibilidad de añadir nuevos itinerarios y trazados. Filosofó sobre el hecho de lo imprevisible de la vida. Si ese día ella no hubiera encontrado aquel trozo de papel que le había sugerido un mapa y no se hubiera dedicado a dibujar lo primero que se le había ocurrido, tal vez aquel fin de semana hubiera sido totalmente diferente. Volvió  a plantearse la de alternativas que nos ofrece el día a día y la de ellas que quedan descartadas al tener que elegir, incluso de forma inconsciente la mayoría de las veces, entre varias opciones que son las que realmente marcan nuestro destino.
Pensar en la arbitrariedad con las que nos enfrentamos a estas elecciones le hizo sentirse insegura a la vez que le provocó cierto temor ante la absurda idea de que todo puede depender de algo tan sumamente voluble como el estado de ánimo en que se encuentra una persona según la época del año, el día, o mil pequeños detalles superfluos e incontrolabes.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que faltaba algo importante en ese mapa. Añadió un nuevo destino..... SALIDA (Quién sabe; por si se perdía y debía volver a reiniciar el camino. Mejor ser prevenida).

Anyway the wind blows...

kermit

                                                                    LA ALTERNATIVA

Frustrada. Cansada. Malhumorada. Y triste. Así se sentía. Todo a la vez o todo en sucesión sin llegar a definir en qué momento comenzaba una emoción o cuando desaparecía para dar paso a otra. No empezaba bien el día pero, eso no era lo importante. Lo que no se podía imaginar era cómo iba  a desarrollarse y todo lo que iba a suceder a continuación. Seguro que después de aquello ya nada iba a resultar tan trascendental como le parecía en esos momentos.
En un día cualquiera, donde nada se presagiaba diferente, las cosas se complicaron hasta tal punto que nadie hubiera imaginado semejante desenlace. Para empezar, el tiempo no acompañaba y no se sabía si coger el abrigo, el paraguas o un bañador. Era el típico día en que te encontrabas con todo tipo de indumentarias: abrigos y jerséis invernales mezclados con ropa más ligera y primaveral a la vez que las personas más arriesgadas ya mostraban parte de su anatomía a los no tan tímidos rayos de sol que cuando aparecían eran suficientemente cálidos como para dejar que la piel se aclimatara a su temperatura más que agradable.

   Caminaba pensativa sin prestar mucha atención al gentío que circulaba a su alrededor por lo que en ocasiones chocaba con unos y otros perdiendo por un instante el hilo de sus conversaciones internas para volver a retomarlas después de una rápida ojeada hacia el bulto con el que acababa de colisionar, fuera este una persona, una farola o cualquier otro elemento urbano. No es que fuera tan importante dicha conversación sino que su cabeza no podía descentrarse de ella para prestar atención a otra cosa. Cuando se ensimismaba en sus disertaciones nada existía más allá de eso a no ser que alguien la desviara intencionalmente llamándola directamente o que algún suceso a su alrededor atrajera su atención lo suficiente como para obligarla a reaccionar.

   Y eso mismo fue lo que pasó. Un remolino de gente se formó en plena calle, lo que hizo que volviera la vista hacia aquella multitud que no paraba de gesticular. Pero no fue lo suficientemente llamativa como para distraerla del todo y siguió su camino sin prestarle más atención que una simple ojeada inquisitiva que pronto se tornó en visión nebulosa y en diferentes manchas de colores cuando dejó de preocuparse por ella siguiendo su camino mientras el resto de miradas se concentraban en aquella muchacha que no haciendo caso de sus exhortaciones se dirigía directamente hacia el lugar que trataban de evitar las demás personas allí congregadas.
Vio el semáforo en verde y se dispuso a atravesar la calle cuando, con cierta confusión, se dio cuenta de que varios coches trataban de parar a otro que venía en aquella dirección. Mientras atravesaba el paso de peatones pudo ver dos tipos que se acercaban al coche, ya parado y cuyos ocupantes no pudo distinguir, empuñando una pistola (el color le resultó especialmente oscuro y la forma no se le borraría de la cabeza). Y ella, mientras, atravesando la carretera sin atinar a entender aquello hasta que una vez cruzada la calle y llegada a la otra acera consideró la posibilidad de que fuera una película. Pero no vio cámaras ni nada por medio. En fin, sería su despiste habitual y estarían ocultas por algún sitio; nada extraño porque nunca solía fijarse en esas cosas sino que andaba concentrada en su propio mundo sin preocuparse por lo que pasara a su alrededor.

   Al cabo de varios días se enteró de que aquello no había sido ninguna  película sino una verdadera persecución policial para capturar a un par de tipejos que acababan de atracar  un banco. Por lo visto, en la foto aparecía ella, de espaldas, en la esquina superior izquierda de la imagen que habían usado para ilustrar la escena en un periódico de tirada local. Una compañera suya le acababa de llamar para preguntarle si era ella o no porque no se veía muy claro; le  había reconocido por la ropa y la mochila pero, claro, mucha gente viste de la misma forma así que tal vez no fuera ella después de todo.
Pues sí, era ella. Le contó lo fuera de lugar que le había parecido aquella situación; lo de la pistola (objeto que no reconoció en el momento sino posteriormente); y cómo no se había vuelto a acordar de aquello hasta ahora. Su amiga le pidió que le explicara qué había sentido en esa situación pero no pudo explicarle nada puesto que para ella no había sucedido tal cosa, en ese momento. Sólo ahora que lo pensaba se daba cuenta de ciertos detalles que en su momento se le habían pasado por alto al entender que eran simples minucias como el hecho de que no había escuchado ningún disparo o que creyó recordar que la puerta del conductor se estaba abriendo cuando pasaba a su lado o la ansiedad que le producía esa conversación al pensar que había estado inmersa en una situación de peligro real sin ser consciente de ello.

   Cuando cortó la conversación aún se sentía ansiosa y le surgió la necesidad de disipar esa inquietud por lo que cogiendo las llaves y cerrando la puerta tras de si salió a la calle a pasear su cuerpo y moverlo con la intención de sacudirse de encima semejante sensación. Seguía pensando en lo sucedido y, para olvidarse de su angustia, se le ocurrió recrear otros  finales alternativos que previsiblemente podrían haber sucedido en caso de haber actuado de forma diferente a como lo hizo; mundos alternativos donde revivir la misma escena una y otra vez pero donde introducir diferentes variables que condujeran a uno u otro desenlace.
Sentía  curiosidad por recorrer aquellos senderos y comprobar donde podrían desembocar. De esta manera surgieron las primeras alternativas: Si hubiera prestado atención a la gente que le avisaba, se habría mantenido alejada de la zona y en nada hubiera modificado su actual vida. No, esta alternativa era muy aburrida; la descartó de inmediato por no darle la posibilidad de llegar más allá.

Si hubiera.... salido el ocupante del coche justo cuando ella pasaba, tal vez la hubiera pillado por sorpresa y la hubiera utilizado como posible escudo o como rehén de intercambio o simplemente la hubiera golpeado por estar en medio de su vía de escape o podría haber recibido un disparo o una puñalada....Esta alternativa tenía más posibilidades. Ya la seguiría más adelante.

Si hubiera.... habido un intercambio de disparos entre ambas partes podían haberla herido o podía haberla salvado "in extremis" algún agente de la policía o podía haber escapado con un leve rasguño o podía haberse visto obligada a tirarse al suelo y llegar hasta donde fuera por sus propios medios arrastrándose por la carretera hasta llegar al otro extremo....

Si hubiera..... tropezado con el agente de policía que llevaba el arma y se acercaba al coche para detener a sus ocupantes podría haber ocasionado varias situaciones desagradables como el hecho de que dispararan a uno de los policías hiriéndole o matándole o que los atacantes se hubieran escapado aprovechando  la confusión o que el policía hubiera hecho un disparo incontrolado y hubiera herido a alguna otra persona ajena a los atracadores.....

Si hubiera....... contestado a la llamada que le habían hecho justo en el momento tal vez ni siquiera hubiera visto el arma, ni el coche, ni los agentes, ni nada de lo que había pasado con lo que podría haber vuelto a casa sin conciencia alguna de extrañeza; O podría haber desencadenado la alarma en la persona que estaba llamando y podría haberle creado una crisis de ansiedad que, a su vez, provocara otro incidente.

   Si, había distintas alternativas y no estaba mal perderse en ellas para salir de la monotonía diaria mientras gozaba de un agradable paseo y su cuerpo se relajaba paulatinamente gracias al rítmico caminar y a la agradable brisa que sentía en su rostro y que apenas le despeinaba su ya de por si bastante revuelto cabello.
Pero la única alternativa que nunca podría pensar es la que estaba a punto de suceder puesto que no vio cómo aquel coche azul bajaba a toda velocidad por la avenida, sin tener en cuenta los semáforos, ya que su ocupante había tenido un mal día en la oficina y toda su obsesión era salir de la ciudad  sin que ninguna otra persona se pusiera en su camino ni le molestara en su determinación de acabar con aquel día de furia que se había desencadenado por sucesivos pequeños incidentes acumulados a lo largo del día  y que habían dado lugar a su actual estado.

   El conductor del vehículo apenas dio importancia al hecho de haberse subido a la acera arrasando con todo cuanto encontraba a su paso así como a aquella muchacha que ni se había enterado de que la iban a atropellar de lo concentrada que estaba en sus propios pensamientos. Acabó estrellándose contra la parada del bus y allí quedó atrapado en el coche, que no paraba de pitar.
Aquel día, una llamada de la policía alertó a una madre horrorizada del trágico accidente y de la imposibilidad de los servicios sanitarios que acudieron a la zona del siniestro por socorrerla.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                  A TRAICIÓN

Quería volcar toda su rabia e impotencia en algún lugar que no tuviera consecuencias y por eso recurrió a mí. Nada nos unía. Simplemente yo estaba allí y vino a buscar desahogo y cierta calma.
La entrada al local estaba vacía a aquellas horas de la tarde y él vagaba sin rumbo para disipar sus malos pensamientos. Acababa de conocer, mediante un escrito que no debería haber llegado a sus manos, cómo su compañero le había traicionado aprovechando su falta de conocimiento del idioma.

Hacía pocos meses que trabajaba en la ciudad y apenas había tenido la posibilidad de comunicarse con los demás compañeros de la oficina salvo con Salvi, a quien se dirigía constantemente para solventar sus dudas con el idioma. Él llevaba allí  varios años  ya y dominaba el alemán con una soltura más que suficiente como para comprender el doble sentido en una conversación usual u ocasional. Sin embargo para él representaba un gran esfuerzo entender las palabras que le dirigían, auque solo fuera de forma literal, por lo que se había acostumbrado a refugiarse en su compatriota para que le ayudara a salir de determinados apuros en los que se veía envuelto con regularidad.
Sabía que aquello no era una buena estrategia y que lo que debía hacer era mostrar más empeño en comunicarse con los demás sin preocuparse por su falta de corrección gramatical o sin avergonzarse cuando no entendiera claramente unas instrucciones dadas por cualquiera de sus compañeros, evidenciando su falta de entendimiento, dándose la oportunidad de que se lo pudieran expresar de otra manera más clara y sencilla. Pero se sentía tan torpe cuando no entendía a sus interlocutores que, haciendo gestos afirmativos con la cabeza aún sin haber comprendido lo que se le pedía,  prefería no mostrar su ignorancia sino caer de nuevo en el engaño de tener que solicitar ayuda externa.

   Desde el principio congeniaron a la perfección y para Miguel fue todo un alivio encontrarse en aquel almacén en el que trabajaban con Salvi, a quien consideraba su tabla de salvación puesto que en todo momento le ayudó en cuanto pudo: le aconsejó sobre la mejor zona para alquilar un apartamento; las distintas líneas de autobuses y metro para acceder de forma más rápida al almacén; los distintos comercios y lugares de interés de la zona, para que se fuera familiarizando con ella;  e incluso,  en varias ocasiones, habían salido juntos con los amigos de Salvi para que no estuviera tan aislado en su casa.
Todo esto le había parecido un auténtico acto de altruismo y a ello le debía muchos de los avances que había cosechado. Se sentía mucho más seguro que cuando por primera vez entrara, un tanto tímido, en aquel almacén donde no sabía en qué consistiría el trabajo que le habían ofertado, si es que al final lo contrataban.

   No hubiera dado crédito a las palabras si alguien se lo hubiera contado de viva voz  pero aquello era diferente. Era un mensaje escrito, que no debía haber sido visto por él y que había llegado a sus manos por pura casualidad; más bien por la torpeza del mensajero, que había equivocado el nombre de quien debía recibir el documento. Iba dirigido a su persona cuando en realidad era de él de quien se hablaba en el documento. Y lo peor de todo no eran las mentiras que allí se podían leer sino la persona que las firmaba. Salvador Domínguez.
Al principio consideró que aquello era una mala broma y decidió sacar una copia del mensaje para enseñarlo más tarde y reírse a gusto. Pero cuando lo llamaron al despacho y medio comprendió que le estaban despidiendo entendió que aquello no había tenido nada de gracioso.

   Con el escrito arrugado y guardado en el bolsillo se había marchado furioso del lugar sin ni siquiera acercarse a verter toda su rabia contra la persona que acababa de causar su despido inmediato y fulminante; a quien, con el rabillo del ojo, vio aproximarse a él y a quien, sin darle tiempo a decir nada, le espetó un "¡Ni se te ocurra acercarte a mi!" con un claro tono de advertencia en su voz mientras se perdía por el pasillo que llevaba a la salida. No necesitaba recoger nada puesto que no había nada en ese almacén que le perteneciera por lo que salió directamente sin dejar de pensar en las frases y  mentiras escritas en aquel texto traidor. Tal vez no comprendiera claramente el alemán hablado, pero si le daban la oportunidad de leerlo lo entendía perfectamente. Y aquellas palabras no dejaban lugar a la duda. Se le estaba acusando falsamente de un delito no cometido por él. Se habían encontrado indicios de que alguien del almacén trapicheaba con drogas tratando de comerciar en sus horas de trabajo, a la vez que se procuraba algún que otro adepto a la causa, y Salvi le apuntaba a él como artífice de todo.
Ni siquiera se planteó defenderse de las injurias que se reflejaban en aquel escueto texto al que apenas daba crédito. Para qué. Quién iba a creerle; además, no tenía claro si podría explicarse y entender claramente lo que le decían. Se tragó la impotencia que le causaban aquellas acusaciones sin apenas ofrecer resistencia. Volvería a su casa y se olvidaría de aquella experiencia que le había proporcionado la vida. Real, si; pero injusta e indiscriminada. Claro que, así era la vida. A veces se tiene suerte y no te toca cruzarte con ese lado tan descarnado de la realidad e incluso, si tienes más suerte aún, sólo la ves de lejos intuyendo lo que puede suceder pero sin que llegue a sucederte en primera persona.

   No sabiendo dónde dirigirse caminó sin rumbo hasta llegar a una cafetería en la que decidió entrar a descansar y sosegar sus confusas ideas. Al entrar se sentó en la barra y pidió un americano, con hielo; mirando en rededor, preguntó si podía fumarse en aquel local o si debía salir fuera. La chica que atendía la barra le dijo que puesto que estaban solos podría hacer una excepción ya que a ella también le atraía la idea de poder fumarse un cigarro antes de comenzar la jornada, sin prisas. Estaba intentando dejarlo desde hacía tiempo pero cuando no era una cosa era otra y no encontraba el momento oportuno para hacerlo.
Mientras ella preparaba el café en la máquina, Miguel sacó del bolsillo de su cazadora un paquete a medio terminar y, sin darse cuenta o por pura rutina, se lo ofreció a la mujer que viendo en este gesto una especie de excusa para sí misma aprovechó la ocasión que se le brindaba y con un gesto premeditado de dejadez o de descuido consintió tras varios segundos de silencio como dando a entender que lo aceptaba solo porque quería mostrarse amable con él.

   Miguel no se esperaba que  aceptaran su invitación y ya estaba a medio camino de guardarse de nuevo el paquete de tabaco en el bolsillo cuando llegó la inesperada respuesta de aquella persona que lo miraba entre suplicante y desconfiada. Fue un gesto tan natural, tan infantil casi, tan fuera de lugar que le hizo sentirse en inmediata sintonía con ella.
Se fijó mejor en quien trataba de encender el pitillo con aquel encendedor que no se sabía de dónde había sacado y en el que se podían ver diferentes dibujos de llamativos colores entre los que reconoció una prestigiosa marca deportiva. Qué ironía. Trató de iniciar una conversación insustancial pero pronto se enredó en lo que realmente le preocupaba y se sorprendió contándole a aquella mujer de pelo ensortijado cómo su compañero le había dado una puñalada trapera sin  acabar de entender a qué se debía semejante actitud.

La mujer no parecía prestarle mucha atención pero él se estaba despachando a gusto y soltando cuanta ira era capaz de contener su cuerpo. Mejor así. Se desahogaría con ella que no sabía nada del asunto y no tendría mayores consecuencias para nadie, salvo para aquella persona que tenía que estar escuchándole pacientemente mientras él no paraba de gesticular para apoyar su falta de nivel de expresión en otro idioma diferente al materno. "Además, pensó, seguro que no me ha entendido nada de lo que he dicho. Pero qué más da; yo ya me he quedado de lo más relajado"; Y dándole las gracias, en castellano, se despidió de aquella mujer que, sin proponérselo, le había hecho todo un favor aquel día que tanto necesitaba hablar con alguien que le escuchara sin interrumpirle cada dos frases para corregirle o hacerle que se explicara mejor.
Lo que no sabía Miguel, ni podría imaginarse nunca, es que aquella mujer que le pareciera una camarera de barrio cualquiera y con pinta de alemana típica era en realidad una trabajadora inmigrante como él que había acabado allí por falta de trabajo en su pueblo, cercano a Córdoba. Y lo que menos se podría haber imaginado es que aquella mujer era en la actualidad la pareja de su compañero Salvi. Ella había intentado mostrar todo el desinterés del que era capaz porque no quería que aquel hombre dejara de hablar; deseaba seguir escuchando sus explicaciones en aquella semi jerga tan usual de quien aún no se ha acostumbrado del todo a un idioma extranjero.

   Aquella tarde sucedieron varias cosas que no estaban planificadas: Salvi se quedó un tanto decepcionado cuando recibió una llamada en la que le decían que podía buscarse otra persona con quien disfrutar la noche; sensación que, por otra parte, apenas le duró mucho ya que en menos de un cuarto de hora encontró con quien compartirla. Miguel descubrió que no estaba tan mal el hecho de que le hubieran despedido aquel día, después de todo, ya que tenía una llamada de su casa en la que le avisaban de que volviera pronto porque habían surgido complicaciones con su madre. Y Alicia, descubrió asombrada cuánto echaba de menos la vida en aquel pueblecito cercano a la capital que había deseado tanto alejar de si, decidiendo que no merecía la pena permanecer allí por más tiempo ya que nada había encontrado que  mejorara  lo que su tierra le ofrecía.

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   Esa fue la noche que decidí volver. La conversación con aquel hombre me había devuelto la perspectiva y no tardé en comprender lo equivocada que había estado. Al día siguiente ya no me presenté a trabajar y como mi alquiler se acababa en un par de días resolví tomar mis maletas y regresar al lugar que en otro tiempo maldijera una y mil veces por la escasa proyección de futuro que me planteaba.
De camino al aeropuerto pensaba en la necesidad de reorganizar mi vida tratando de ser más realista y buscando la forma de salir adelante. Sentada como estaba en el metro, había tanta gente que al principio no distinguí al hombre que, sentado unos cuatro bancos más allá del mío, había provocado que yo me encontrara allí en esos momentos. Lo miré disimuladamente para confirmar que se trataba de él. Sí, no había duda; hasta llevaba la misma cazadora de la que la tarde anterior sacó su paquete de tabaco; podría ser que tal vez  aún le quedara algún cigarro.

El metro paró y ella bajó arrastrando sus dos pesadas maletas, olvidando la casualidad que había llevado a aquel hombre a tomar su mismo destino, mientras se concentraba en  tirar de ellas. Por eso no se dio cuenta de que Miguel, que había salido por la puerta más cercana a su asiento, la cual estaba en el extremo opuesto al de Alicia, hacía otro tanto con su maleta y se alejaba hacia la salida en busca del autobús que le llevara al aeropuerto; llegando antes que Alicia a la parada y logrando subir así al autobús que acababa de llegar.
Una vez en la Terminal, pasados los controles oportunos, después de permanecer en la fila que hizo recordar a Alicia su estancia en uno de esos parques temáticos en los que debes esperar  interminables colas serpenteantes,  cada cual se dedicó a deambular por el aeropuerto mientras hacían tiempo hasta que llegara la hora de tomar el vuelo de vuelta a casa. Alicia se comió un par de sándwiches  y se dedicó a leer el libro que últimamente la tenía atrapada. Miguel gastó parte del dinero que le quedaba en comprar pequeños detalles que fueran del agrado de sus sobrinos, quienes seguramente le estarían esperando cuando bajara del avión.

Ninguno de los dos se percató de la presencia del otro hasta que coincidieron en la cola de embarque. Un Miguel despistado escuchó una exclamación de asombro a su espalda sin hacer el menor gesto, concentrado como estaba en comprobar que sus billetes estuvieran en orden, girando instintivamente cuando Alicia le llamó por su nombre. Se quedó boquiabierto y casi dejó escapar de su boca las palabras nada apropiadas que habían llegado a su cabeza. Turbado y sonrojándose por la situación creada, trató de mantener la compostura haciendo una observación de lo más anodina y simplista. "Ah, hola, eres tú".
Sí, era ella. La conversación que mantuvieron fue evidente al principio tomando como derrotero la casualidad de reencontrarse en ese lugar. Alicia trató de explicarse y disculparse ante Miguel intentando hacerle comprender la situación en la que se encontraba: Un hombre llega a un bar con el deseo de descargar su frustración así que ella no se opone ni le interrumpe hasta que se da cuenta de que la persona que le ha causado tal grado de alteración es la que ella considera su pareja. "Entiéndeme, Miguel, no podía contarte en ese momento las circunstancias que me llevaron a dejarte hablar. Además, en ningún momento te engañé; solo te oculté una parte de la realidad que no esperaba que fuera de ninguna utilidad para ti". Miguel comprendía. El se había desahogado con ella sin ser consciente de desencadenar ninguna consecuencia, como así hizo. Estaban en paz.

Cuando subieron al avión se volvieron a separar puesto que cada uno tenía su asiento en diferentes filas; Miguel más centrado y Alicia hacia el final. Se despidieron deseándose mutua suerte pensando en que no se volverían a ver. ¿O sí? 
Alicia se acomodó en su asiento y pronto se quedó dormida pensando en  lo acertado o no del comentario que le hiciera una amiga suya a modo de despedida "Las cosas pasan porque tienen que pasar".
Anyway the wind blows...

kermit

   VERGÜENZA

Seguía sin entender cómo podía haber pasado aquello sin que se hubiera conmovido lo más mínimo más allá de las típicas frases expresadas entre compañeros durante una comida. Algo debía andar muy mal para que aquella noticia no mereciera más que un simple comentario intercalado entre otros tantos como una mera anécdota a la que despachar a la hora de comer mientras se pensaba en qué plato elegir de los ofertados en el menú. Pero su estupor no era debido al hecho de que en su alrededor nadie hubiera manifestado con contundencia un ¡Basta ya! o similar; ni el que nadie hubiera vuelto a comentar el hecho al día siguiente; ni que no fuera el tema del día en su entorno de trabajo. No, nada de eso le había causado tanta estupefacción como el hecho de darse cuenta de cómo ella había reaccionado de forma tan casual y liviana ante semejante barbaridad. ¿Acaso ya era tan insensible a todo que nada la perturbaba?
Aquello podía haberle pasado a cualquier persona en cualquier momento puesto que fue causa del azar; aunque más que del azar fue causa del compañerismo y la ayuda a los demás. ¿Habría actuado ella igual en caso de encontrarse en semejante situación? Si, no le cabía la menor duda. Ante lo que hubiera considerado una petición de ayuda habría acudido proviniera de quien proviniera.  Y, entonces, podría haberse encontrado en el lugar de aquella persona. Sin billete de vuelta a casa. Podría haberle sucedido a cualquiera. Cualquiera.
Y aún así, no había reaccionado.

    Que el resto de las personas no se hubieran unido en un grito unánime de repulsa y apoyo ante semejante absurdo que empezaba a ser una línea invisible a cruzar, no le había avergonzado tanto como el hecho de que ella, ELLA,  se hubiera girado hacia otra conversación, que en ese momento desviaba su atención, y hubiese olvidado casi por completo aquel suceso que entrañaba en si mismo tanta frustración e impotencia. Si esto de la evolución consistía en que a mayor nivel de socialización mayor nivel de insensibilidad no cabía duda de que prefería ser más primitiva.

   El resto de consideraciones relativas a la culpabilidad o no, tanto de las personas como del sistema, en la educación de aquel....ser; el que tuviera o no un brote psicótico, no le parecían tan relevantes. Ya llegaría su momento
Es un hecho, aislado, si; pero que denota una tendencia muy peligrosa. Y aún así, seguimos sin reaccionar.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                             ¿?

                                  Ya no tenía remedio. No había nada que hacer. Todos sus intentos habían sido vanos, inútiles. ¿Tanto esfuerzo para nada? Miraba incrédula a su alrededor mientras observaba cómo se dispersaba el gentío volviendo a su cotidianeidad como si lo visto hubiera sido algo rutinario que no mereciera más que una somera atención por el simple hecho de haber sucedido a su lado, pero poco más.
Una vez pasados los primeros minutos de desconcierto todo había vuelto a la usual marea del ir y venir de personas apresuradas por llegar a algún sitio; o por realizar alguna gestión muy importante; o por acabar la tarea que tenían pendiente para inmediatamente después volver a apresurarse a realizar la siguiente tarea.

Nada tenía sentido a sus ojos. No lograba entender que las cosas fueran asumidas con tanta naturalidad aun a pesar de no tener nada de naturales. ¡Que una persona muere en la acera?  ¡Pues ya vendrá alguien a recoger aquel despojo! Las personas estamos demasiado ocupadas en nuestra propia vida como para andar arreglando la vida de los demás.
Sentada, sin fuerzas, desesperanzada, notaba movimiento a su alrededor. Sentía el bullicio acelerado que la envolvía mientras ella permanecía en una especie de burbuja donde parecía que se hubiera ralentizado el tiempo y donde cada uno de sus movimientos duraba toda una eternidad.

De repente, sintió cómo alguien le tocaba el hombro para llamar su atención a la vez que le hablaba tratando de comprobar su grado de orientación. Giró, con mucha dificultad, su cabeza y su mirada hacia aquella amble cara de lo que parecía un chico de unos diecinueve años, quien procuraba hacerla reaccionar. Comprobó que no estaba solo. Le acompañaba un grupo de varios jóvenes que pronto se dispusieron a su alrededor tratando de ayudar en lo que podían: Unos intentando  separarla de aquel cuerpo sin vida al que aún permanecía unida por la mano; otros procurando cubrir pudorosamente ese mismo cuerpo, ahora ya tendido en el suelo, de miradas indiscretas y curiosas con una especie de cartón que habían encontrado en un contenedor cercano; un par de chicas hablaban por el móvil mientras gesticulaban exageradamente en un intento por convencer a la persona que estaba al otro lado de que no se trataba de ninguna broma. Y aquel joven; había logrado llevarla de la mano hasta una de las sillas de un bar cercano mientras sus compañeros despejaban la zona para cuando acudieran los responsables a hacerse cargo de la persona que ahora aparecía medio oculta bajo aquel cartón descolorido donde aún podía leerse la marca desconocida de una empresa de transportes.

   Un camarero se  acercó con curiosidad y, ante la mirada perpleja y acusadora del chico, reprimió su primera intención de hacerles conscientes de que para estar allí sentados necesitaban consumir algo. Pareció sentir cierta vergüenza y se alejó dejándolos solos para volver un poco más tarde con un vaso de agua y una expresión más sociable y humana, mostrándose más proclive a empatizar con aquella extraña pareja. Colocó el vaso en la mesa y permaneció allí de pie durante un rato, en silencio, hasta que  decidió volver a entrar en el local en cuanto comprobó que su presencia no era de utilidad.
Empezó a formarse un corrillo de gente alrededor de aquel grupo de jóvenes creyendo que tendrían algo interesante que ofrecer; alguna especie de teatro o distracción con la que animar su jornada. Tal vez fuera algún grupo de música o puede que fuera algún tipo de reivindicación puesto que en el suelo, tumbado bajo aquel largo y maltrecho cartón, aparecía un bulto que no conseguía ocultarse del todo a la vista.
   Sentada en su silla, la mujer contemplaba todo esto con ojos vacíos; pero ya no pudo ver más de la escena que seguiría a continuación puesto que la instaron a montarse en la ambulancia que le llevaría  a un centro de salud cercano por si requería algún tipo de ayuda, previo interrogatorio de la policía quien necesitaba conocer las circunstancias  en que se había desarrollado todo.
Una breve explicación referente a que ella era médico de familia; había visto cómo una persona sentada en la acera se desmayaba; su intento por ayudarla; y poco más. Frases breves. Monosílabos por respuesta. Mirada ausente. Dejaron que los servicios sanitarios se hicieran cargo de ella tras tomar nota de sus datos para una posterior declaración más exhaustiva y extensa, en caso necesario.

   Su sentido de la responsabilidad hacia aquella persona desconocida y, por qué no decirlo, un alto grado de interés profesional en el caso, le habían hecho volver a tener contacto con la policía para seguir el desarrollo de las investigaciones, que estaban en punto muerto ya que apenas habían avanzado al no haberse indagado nada más allá del rápido carpetazo por entender que era una muerte por causas naturales derivadas de una vida malsana durante largos años  pasados en la calle. No era la primera vez que sucedía ni sería la última, le habían explicado ante su asombro por la rapidez con la que se había despachado lo sucedido.
Aún así, solicitó que le dejaran ver los datos médicos del ahora ya cadáver, si eso era posible,  por su interés personal en actuar de forma más adecuada la próxima vez que se encontrara en la misma situación o cualquier otra parecida (cosa que no deseaba ni consideraba que volviera a suceder por lo desagradable y nada usual que resultaba dicha experiencia;"humanidad" a la que apelaba para poder acceder a los datos que tanta curiosidad despertaban en ella). No hubo suerte. Nada que hacer. Esos datos pertenecían a una investigación policial a la que no podía acceder. Protección de datos, le explicaron, o algo así.

   No volvió a tener noticias del caso hasta pasados varios meses cuando  asistió a un curso del que ya no recordaba haber rellenado la  inscripción y  cuyos contenidos giraban en torno a los aspectos legales de la omisión del deber de socorro y la denegación de auxilio. Aquello le había llamado la atención y deseaba conocer el límite de sus funciones, por si acaso. Fue en esa reunión donde se encontró con su viejo amigo de facultad al que hacía varios años que no veía y con quien departió gustosamente en una de las terrazas dispuestas en torno a la placita cercana al edificio donde se estaban desarrollando las sesiones del curso.
Y fue esa misma tarde cuando la casualidad quiso que se satisficiera su deseo por conocer. Su compañero le estaba contando que en la actualidad estaba trabajando como médico forense, mientras con un encogimiento de hombros daba a entender que no había sido posible su deseo expreso ya que en la época en que estaban juntos en la facultad siempre había mostrado su predilección por la oncología y sus expectativas por realizar investigaciones en dicho campo.

   Hablaba de unos datos extraños a los que había tenido acceso como forense de la zona en la que habían aparecido varias personas con síntomas parecidos y que habían despertado su curiosidad. Muerte súbita. Nada sospechoso para aquellos casos que nadie iba a investigar en profundidad y que seguramente serían rápidamente archivados puesto que no habría quien se ocupara de hacer que los esfuerzos por continuar las pesquisas policiales fueran más allá de lo meramente aparente.
La conversación derivó hacia otros asuntos más personales por lo que los datos médicos quedaron relegados y olvidados hasta que desaparecieron bajo las risas compartidas de ambos al recordar pequeñas anécdotas del pasado.

   Al llegar a casa, sin perder tiempo, empezó a buscar entre sus notas y sus textos todo lo referente a la muerte súbita: síntomas, factores de riesgo, estadísticas.... Se centró en la búsqueda de posibilidades y alteraciones cardíacas frecuentes. Pasó a la búsqueda de diferentes tipos de medicamentos que, indirectamente, podrían acelerar o potenciar su aparición como efecto secundario o cuya ingesta estaba totalmente desaconsejada en según qué casos y, por tanto, habían sido retirados del mercado.
Toda esta información la compartió, un par de días después, con su compañero de facultad buscando su implicación en el asunto al ser una persona que trataba de forma tan directa y cercana con el mundillo policial y conocía los datos reales de cada caso. Así aguijoneaba también su interés y curiosidad ante lo que podría ser un caso de muerte súbita no casual. ¿Tal vez alguna persona cuyas razones eran desconocidas podía estar probando algún tipo de droga para comercializar y previamente trataba de descubrir sus efectos secundarios en personas reales?

   Su compañero la miraba con aspecto de no creerse nada de lo que le estaban contando. ¿Estaba hablando de un complot de esos de los que suelen aparecer en las películas de mala calidad? ¿Estaba escuchando lo que decía? "¿Realmente te crees todo lo que me estás diciendo o es una simple broma para que pique?" Miraba dubitativo hacia aquella cara sin poder adivinar si le estaba probando o si ciertamente consideraba la posibilidad de que alguien voluntariamente se dedicara a experimentar con seres humanos la última droga de diseño antes de ser lanzada en el mercado.
Desde luego, no sería la primera vez que pasaba algo similar. Eso de la bondad humana por naturaleza y la posterior corrupción social quedaba muy bonito en los escritos de Rousseau pero poco tenía que ver con la tendencia que veía a diario en las personas con las que solía tratar ni con lo que sucedía a diario a su alrededor, visto lo visto. No había nada de lo que asombrarse. Estaba convencido de que la maldad o la mala fe formaba parte inherente de algunas personas a las que parecía no afectar en absoluto una conciencia sobre sus actos ya que éstos se regían por lo que en cada momento consideraban más propicio para sus intereses eliminando del camino todo aquello que se interpusiera entre su persona y su objetivo. Así de simple y así de aterrador.

   Su interlocutora, con voz serena pero convencida, volvió a repetirle la posibilidad que se había formado en sus estudios sobre el caso. Le mostró los datos analizados por ella; las conclusiones de ciertos estudios realizados por investigadores de diferentes países en los que se comprobaba la relación entre determinados fármacos y la probabilidad de padecer la aparición de  muerte súbita; No planteaba que fuera esa la causa sino que tal vez se debiera investigar en esa línea por si fuera una alternativa viable. Solo por evitar males mayores.
Su compañero no acababa de decidirse. Aquello le sonaba totalmente absurdo; y, a la vez, absolutamente  real y posible. Pensaba en la posibilidad de organizar toda aquella información de forma tal que estuviera coherentemente estructurada para que una vez enviada a la persona oportuna esta  fuera capaz de llevar a cabo un rápido contraste con otras informaciones que pudiera tener en su poder y que le llevaran a la conclusión probable de iniciar, o intentarlo, una línea de investigación.

   Trabajaron en el asunto durante varias semanas, puesto que el informe a presentar debía tener bases más que suficientes en las que sustentar la idea, un tanto fantasiosa, de que supuestamente alguien trataba de experimentar con personas como si de conejillos de india se trataran. Y qué mejor manera que hacerlo con personas cuya desaparición no fuera  echada en falta o no levantara la más mínima sospecha.
El informe quedó reducido a seis páginas repletas de datos médicos y referencias a anteriores casos; datos asépticos con los que se pretendían resaltar ciertos indicios más que evidentes de una posible trama que debía ser investigada por su negativa incidencia en la salud pública.

   Lo habían repasado más de veinte veces hasta que habían quedado satisfechos con lo redactado, evitando todo tipo de ideas que sonaran a juicio de valor por parte de los signatarios de aquel texto. No deseaban dar la errónea impresión de ser considerados como dos entusiastas del género fantástico dejándose llevar por su imaginación. Aquello podía ser real pero para presentarlo como tal no debían dejar lugar a dudas, apoyando todas sus afirmaciones en datos científicos objetivables.

   Aún así, dudaban fueran a ser tomados en serio. Pero ellos estaban convencidos de que tenían que presentar aquel informe puesto que no hacerlo habría supuesto incurrir en una falta de responsabilidad por su parte. Otra cosa sería que sus datos se investigaran o no. Eso ya no dependía de ellos. Su parte ya estaba hecha. Otras personas tendrían en sus manos la responsabilidad de llevarla a cabo, o no.
No es que allí acabara toda su responsabilidad, porque ellos seguirían insistiendo en el caso y estarían pendientes de nuevos datos que sustentaran sus teorías  pero, por el momento, no sabían qué más podían hacer.

   Tal  y como sospecharon, al presentar el documento, la persona que les atendió  les avisó de que aquello no era nada nuevo y que había en sus archivos muchos casos parecidos al suyo en los que se les notificaba la probabilidad de miles de confabulaciones, algunas de lo más descabelladas, que no podrían ser tomadas en serio más allá de una simple ojeada por suponer una pérdida de tiempo y de dinero en personal, del que no andaban especialmente sobrados.
Al salir del edificio, se despidieron con desgana y con la sensación de haber malgastado sus fuerzas y energías en un gesto inútil. Quedaron en llamarse para seguir en contacto y permanecer al corriente del inicio o no de la investigación. Su decepción era evidente por la apostura de sus cuerpos; bajos los hombros y mirada abatida. Sin decir nada más cada cual siguió su camino. Tal vez volvieran a verse, tal vez no.

Camino de casa, pensaba en cómo se sentía: le invadía una mezcla de rabia e impotencia que le llevaba a la frustración de ver inútiles todos sus esfuerzos. Y esa indefinible sensación de no saber cómo actuar le llevaba a un estado de bloqueo mental que le anulaba, le dejaba sin capacidad de reacción. ¿Pero, qué más podía hacer ella?
Anyway the wind blows...

kermit

                                                      UNA MÁS

¿Cuál sería hoy la motivación que haría surgir una de las muchas historias que corrían libremente por su mente? Estaba deseando averiguarlo, así que dejó que sus dedos vagaran a su antojo por el teclado mientras leía ansiosa el resultado de su vómito del día. Nada especial parecía surgir ante sus ojos y se mostraba escéptica al respecto. Ningún suceso había conmovido especialmente su ánimo últimamente como para ser mostrado al mundo dándole la vuelta una y otra vez hasta reconvertirlo en una anécdota que tuviera cierta coherencia pero que en nada se pareciera a la realidad. Sólo ella sabría la motivación última, el secreto guardado bajo aquella maraña de letras que parecían brotar sin sentido.
Claro, no podía ser mostrado abiertamente sino que debía asomar apenas bajo un disimulado disfraz que le ayudara a desentrañar mejor las complejidades de la situación pero que, a la vez, le diera la oportunidad de hacerlo pasar por una historia corriente que en nada importara.

Lo importante era ese inicio, ese arranque; la necesidad de hacer. Y puesto que allí estaba, algo debía andar rondando por su mente. La muy maldita. Siempre se lo ocultaba y no le dejaba conocer sus intenciones hasta que ya hubiera ideado un final o hubiera llegado a una conclusión. Lo cierto es que una vez que empezaba a teclear ya no podía parar. Tenía que seguir. Era algo así como una especie de invitación, bastante parecida a una obligación, que viniera en forma de una frase que se colaba por su cabeza; un hecho aislado que parecía alejado de todo significado aparente; un simple movimiento de  dedos nerviosos; un recorrer aquellas teclas que le llamaban.
Y, sin darse cuenta, en apenas un minuto, ya había expuesto toda una sucesión de frases que una vez leídas darían forma  a lo que sería la siguiente muestra de una necesidad por echar fuera de sí, un sacar al exterior, como si de un absceso se tratara; una bola de pelo de gato; las sobras regurgitadas de la información procesada que deben ser expulsadas; material de desecho, al fin y al cabo, que no debe permanecer dentro sino que debe arrojarse al exterior para no contaminarlo.

   Pero esta vez era distinto. No podía continuar. Notaba que el germen de lo que sería, tal vez, un nuevo texto, se aferraba a su mente. Era como si estuviera en el precipicio mirando hacia abajo, en lo alto de la pendiente, tomando las fuerzas necesarias antes de saltar. Tal vez se hubiera atascado o tal vez solo era una de tantas veces en las que, por pura diversión, soltaba las riendas y se dejaba llevar para después reírse de los absurdos que encontraba plasmados sobre el fondo blanco de aquella página. Tal vez solo necesitaba distracción mientras descansaba para realizar otro tipo de actividad. Una especie de hiperactividad mental que requería una vía de escape para liberarse.
Como otras veces había sucedido, pensó que lo borraría. Simples elucubraciones vanas de una mañana ociosa en la que debería estar haciendo otra cosa bien distinta. Quién sabe si tal vez por eso mismo se empeñaba en estar allí sentada dejando pasar el tiempo mientras decidía qué hacer.

   ¡Así que de eso se trataba? Si, claro. Eso tenía sentido. Estaba utilizando consigo misma una táctica de distracción de lo más simple para evitar tomar la decisión que, por lo visto, tanto temía. Un autoengaño, vamos. Y si, aquello tenía sentido. Era muy capaz de usar contra sí misma semejantes artimañas. Absurdas, simples, y a traición.
Por eso mismo cerró con parsimonia el ordenador, mientras una sonrisa burlona se dibujaba en su cara. Esta vez no iba a colar. No se dejaría engañar. Se acabó lo de andar sentada dando vueltas a cualquier idea por el mero placer de hacerlo mientras su mente se procuraba el tanto de decidir la cuestión. Pues no. Esta vez no lo conseguiría. Sería consciente de la decisión tomada; nada de dejarla en manos de esa intrigante.

   Se levantó despacio centrado sus pensamientos en lo soñado la noche pasada por si aquello le diera alguna pista que le fuera de utilidad. Sabía que no iba a resultar fácil eso de arrebatarle el protagonismo a aquella mitad que se empeñaba en trabajar a sus espaldas y con la que mantenía un delicado equilibrio. No recordó nada que hubiera soñado o pensado en esas horas de la madrugada en las que una retorna a la consciencia, brevemente, hasta que de nuevo es engullida por el dulce sopor del sueño. Ni siquiera consiguió ser consciente de que tuviera que resolver algún dilema, problema o alternativa.
No. Aquello no iba  a resultar fácil, lo sabía. ¿Cómo engañar a una mitad que está siempre al acecho?

   Aquella noche durmió inquieta. Despertó muchas veces. No eran sueños pero sabía que algo estaba presente. Una imagen que se desdibujaba en cuanto ella abría los ojos a la realidad. Intentó agarrarse a ella con fuerza para recordarla más tarde y poder examinarla con detenimiento pero, no pudo ser. Incluso llegó a soñar que se despertaba con esa imagen en la mano. Pero al despertar no recordaba nada, o casi nada. Apenas una mancha de algo parecido a un muro con un cartel.
Un muro y un cartel. Esa era toda la información que había podido extraer de aquella noche extraña. Ahora, a plena luz del día, trataba de retener esa imagen borrosa en su mirada buscando cualquier indicio que le llevara a alguna parte. Un muro. ¿De ladrillos?¿Piedra? Y qué tipo de muro. ¿Era la pared de una habitación? ¿De un local? ¿Estaba en plena calle? Se esforzó mucho hasta lograr aclarar este aspecto. Si, estaba convencida. Era un muro de piedra que estaba en plena calle. Con pintadas de grafiti.

   Ahora recordaba. El cartel anunciaba la inminente llegada del circo a la ciudad. No, espera. Se había equivocado. Había animales pero no eran del circo. ¿El zoo, tal vez? ¿Una tienda de mascotas? Posiblemente lo fuera. Una tienda de animales....No entendía por qué estaba allí mirando ese cartel pero por alguna razón era importante. El muro delimitaba un parque: un recinto cerrado que albergaba bancos de madera a la sombra de altos árboles (tal vez acacias) dispuestos a tramos regulares a lo largo de un recorrido de albero que convergía en una fuente rectangular, con fondo encarnado y pequeños chorros, que parecían saltar de un extremo al otro por encima de lo que simulaba ser una deidad.
No recordaba haber estado nunca en ese parque por lo que dedujo que ese no debía ser un dato relevante sino que la respuesta tenía que estar en aquel muro. O en el cartel.

   No logró extraer más información de aquella imagen apenas vislumbrada en el tránsito de lo onírico a lo real. Le dolía la cabeza y decidió que  mejor sería dejarlo para otro momento. Salió al exterior buscando despejarse con el aire fresco de la mañana y se sentó en una de las sillas que rodeaban la mesa que tenía en el patio colocándose frente al sol para poder absorber su energía y su calor. Cerró los ojos y, sintiendo el calor en sus mejillas, se dedicó a escuchar los sonidos que provenían del campo cercano. Así permaneció varios minutos mientras notaba, aliviada, cómo su dolor  iba mitigándose.
Se estaba bien allí, sin pensar en nada más que en dejarse acariciar por los rayos del sol; refrescando su cuerpo con la usual corriente que cruzaba ese lateral del patio al formar una especie de pasillo entre las casas colindantes; escuchando los trinos de las aves que anidaban por la zona sin la estridencia ni el elevado nivel de ruido originado por el tráfico en las zonas muy transitadas. Esto le recordó el contraste que le provocaba su propia casa con la de sus padres, ubicada en una de las calles de más alto índice de ruido de la capital. Y acto seguido recordó que no había llamado a su madre para comprobar su buen estado de salud, ya que últimamente andaba un poco delicada. Con esta idea se levantó de su asiento para entrar de nuevo en la casa, acercándose a la mesita del comedor donde descansaba el adaptador del teléfono inalámbrico conectado a la red.

   Cuando ya estaba a punto de levantar el teléfono, éste empezó a sonar. Lo cogió al instante, por inercia. Al otro lado, una voz conocida pero no del todo familiar pronunciaba su nombre con un tono de duda. Como no emitió respuesta alguna (se afanaba en hurgar en sus registros internos de audio para adivinar a quién podría corresponder aquella voz) de nuevo escuchó su nombre pero esta vez con más convicción.
"Si, soy yo, dime". Desde el otro lado una voz aliviada le hizo recordar quién era y a qué se debía su llamada. Cierto. Entonces de eso se trataba, después de todo. Ahora entendía.
"Claro, Carlos. Prometí responderte en unos días y supongo que esperabas mi llamada con urgencia". La voz trataba de explicarle de nuevo la situación intentando convencerla de su necesidad de que ella le ayudara ya que no tenía familia en la ciudad ni otras personas a quien recurrir; sabía que para ella suponía un gran esfuerzo. Entendía que se negara. No importaba si ese era el caso.

Dudó aún un poco más pero al final le confirmó que si cuidaría de su mascota  y podría irse al viaje que ya tenía programado hacía varios meses. "Tengo fobia a las arañas pero no te dejaré tirado". Después de hacerle prometer y jurar que no tendría que tocarla ni hacerle nada más que vigilarla dentro de su contenedor, y tras recibir miles de agradecimientos por parte de su compañero de trabajo así como una invitación, a modo de resarcimiento por las molestias causadas, depositó el teléfono de nuevo en el adaptador.
Bueno, pues eso era en lo que andaba su cabeza. Ya lo había descubierto. Pero esta vez no había dejado a su inconsciente que decidiera por ella sino que lo había hecho de forma totalmente consciente. Tal vez su otra mitad hubiera sido menos impulsiva y le hubiera evitado el contacto con aquel "bicho" que tanta fobia le daba pero, después de todo, estaría encerrada en su urna y no tendría más que mirarla desde la distancia. No tenía más que llegar a casa de su amigo, (porque a su casa sí que no la iba a traer), mirar que todo estuviera en su sitio y largarse. Apenas sería una semana.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                                 CONTRACORRIENTE



Nadaba con furia contra la corriente que, obstinada, se oponía a todos sus esfuerzos. Agotaba sus fuerzas sin llegar a avanzar puesto que lo que en dos brazadas enérgicas lograba superar, en las siguientes retrocedía sin apenas darse cuenta. Pero insistía una y otra vez. ¿Tan importante era, al fin y al cabo? ¿No sería mejor volver al punto de partida y elegir otra alternativa? ¿Por qué empeñarse en esa que era la más complicada de todas las posibles? Tal vez era que buscaba precisamente eso. Lo imposible. Era como un asegurarse  que no iba a suceder porque no podría llegar al objetivo por mucho que se esforzara; que no lo lograría puesto que no era eso exactamente lo que deseaba sino que lo que le impulsaba en realidad era el proceso seguido para alcanzarlo. Después de todo, conseguirlo o no nunca dependía de ella. Y puesto que esa era la situación real, ¿por qué no disfrutar del camino?
Se encontraba cansada y consideró oportuno apartarse de la corriente para intentarlo más adelante. Por ahora se conformaría con llegar al otro lado por la zona más calmada del río para poder descansar y observar mejor las posibilidades de superar la fuerza de aquella corriente que tanto se resistía.

   Se tumbó en una larga roca de las que bordeaban el río, cuya superficie se presentía ardiente por las largas horas de exposición al sol, mientras su cuerpo acogía con  regocijo aquel calor seco que empezaba a templar la temperatura de su cuerpo, frío, tras muchos minutos inmerso en aquellas aguas revueltas. Goterones de agua recorrían su piel deslizándose suicidas hacia el abismo; desvaneciéndose en  pocos instantes en cuanto entraban en contacto con aquella materia recalentada que hacía que se evaporaran y transformaran su ser.
Una vez seca su piel, se decidió a emprender el camino de vuelta. Por hoy ya lo había intentado suficientes veces. Había que dosificar esfuerzos; no era cuestión de agotarlos sino de disponerlos de tal forma que se prolongaran en el tiempo lo más posible sin perder fuerza y determinación. Una vez que el objetivo estaba claro no quedaba más que ir probando las diferentes alternativas que llevaran a su consecución, eliminándolas ordenada y metódicamente, hasta encontrar la que llevara al logro deseado.

   Caminó sin prisas hacia el lugar donde había aparcado el coche. Abrió la puerta. Insertó la llave. Giró. No sucedió nada. Otro intento más. Nuevo intento; nuevo fracaso. No podía arrancarlo. Se apeó del coche. Recordó con cierto pánico que el móvil estaba muerto. Miró alrededor buscando alguien que le echara una mano. Tampoco esta vez hubo suerte. Andando. No tenía batería en el móvil así que tampoco podía contar con avisar a nadie.
Se aseguró de dejar bien cerrado el coche, después de haber tomado su mochila y su cazadora del asiento del copiloto, donde solía abandonar descuidadamente sus cosas, y siguió el sendero que encontró a su derecha. Le llevaría a una carretera no muy transitada pero en la que, tal vez, pudiera encontrarse con quien le llevara hasta el pueblo más cercano desde el que poder gestionar sus problemas.

Con paso ligero recorrió el tramo que le separaba de la carretera secundaria y se colocó en el lado izquierdo para controlar la posible llegada de quien le salvara de aquella tarde que parecía no tener fin. Durante más de cuarto de hora lo único que escuchó fueron sus pasos cansados, algún que otro pájaro tan despistado como ella haciendo resonar su repetitivo canto por si encontraba quien le respondiera, y poco más.
Alzó la vista; aguzó el oído. Hizo visera con la mano y pudo ver un coche que se acercaba. En un primer momento, sintió cierta aprensión al pensar quién podría ser aquella persona que se acercaba a ella (teniendo en cuenta los tiempos en que vivimos donde confiar en alguien es de lo más arriesgado si no ingenuo e imprudente). Pero frenó su instinto protector al darse cuenta de que no tenía otra opción, a no ser que quisiera estar andando durante no se sabía cuánto tiempo. En ese caso, era muy probable que se le hiciera de noche y entonces si que tendría serios problemas. El sentido de la orientación nunca había sido su punto fuerte. Conocía el camino, más o menos, y sabía que aún estaba bien lejos de su punto de salvación más próximo.

   El coche  avanzaba a una velocidad media y ella calculó que la mirarían al pasar- al igual que se observa con curiosidad un objeto inesperado o fuera de lugar- por lo que en cuanto llegó a su altura, le hizo un gesto con la mano; pero, vio con desesperación cómo seguía la marcha sin parar. Entonces empezó a correr detrás suyo agitando lo más posible sus brazos para llamar su atención. Sonó un frenazo.
Aliviada, pudo ver que habían reparado en ella y el coche había parado. Se acercó por la puerta del conductor, que en ningún momento había abierto ni hecho gesto alguno de aproximación, para notificarle su situación y pedirle ayuda. El joven que la miraba desde el interior mostraba una cara indiferente, como si estuviera contemplando la posibilidad de dejarla allí en medio para que la recogiera otra persona y poder librarse de ella. Ni siquiera sabía por qué había parado. Bueno, suponía que cierto remordimiento al pensar en no ofrecer su ayuda a quien se la pidiera estaría en la base de su forma de actuar pero no se sentía con ganas de compañía; Al menos, ese día no. Así que de mala gana abrió la puerta del copiloto y con voz cansada le dijo que podía subir. No creía que fueran a tardar mucho en encontrar un lugar donde dejarla y así no tendría que reprocharse después su falta de civismo.

   En cuanto la mujer subió al coche arrancó, sin darle tiempo casi a sentarse  o a encajar bien la puerta. Era su forma de decirle lo contento que estaba de tenerla por compañía. Se encerró en un mutismo hosco y puso la radio a gran volumen para evitar cualquier tipo de conversación. Así permanecieron durante bastantes minutos hasta que llegaron a una bifurcación de la carretera en la que no se leía dirección alguna en uno u otro sentido. No se fijó siquiera en eso, tomando el camino de la izquierda.
"Creo que te has equivocado". La mujer trató de advertirle, aunque no estaba muy segura. La música estaba tan alta que apenas la escuchó y pensó que habría hecho cualquier comentario anodino de los que se hacen en esas circunstancias, sin darle mayor importancia ni interesarse por él.  A los pocos minutos se hizo evidente la confusión cuando, de repente, se acabó la carretera dando paso a un camino de tierra que no se sabía dónde llevaba.

   El joven frenó malhumorado e hizo girar el coche para volver por el mismo camino por el que había venido. La mujer ni lo miraba, perdida como estaba en sus  propios pensamientos, considerando la mala suerte de tener que haberse topado con el conductor más despistado o el más torpe. Estaba deseando llegar ya  donde fuera y salir de aquel espacio que tenía que compartir con aquel personaje que en ningún momento había mostrado el menor signo de amabilidad. Le estaba agradecida por haber pasado por allí y haberla recogido, por supuesto, pero nada más.
Volvieron a la bifurcación, y esta vez si que tomaron el camino correcto.
   Abrió la puerta en cuanto llegó a la gasolinera no dando tiempo a que el coche parara del todo, como devolviendo el "favor" que le había hecho cuando la recogió en aquella carretera secundaria. Conductor y copiloto se sentían satisfechos. Y con un leve gesto de cabeza y un educado y correcto "gracias" se despidió de aquel joven que ya estaba pendiente de rellenar el depósito y salir corriendo de allí no fuera a ser que aquella mujer le pidiera que le llevara a algún otro sitio.
Ella se encaminó a la cafetería dándole la espalda; evitando tener que volver a encontrarse con él cuando fuera a pagar y finalizando así toda relación con él.

   Vio desde la puerta cómo el coche se alejaba. No entendía el comportamiento de  aquel muchacho. Tampoco entendía mucho el suyo propio porque lo cierto era que le había ayudado. Pero se sentía traicionada en cierta forma por no darle la oportunidad de disipar su malhumor o lo que quiera que pasara por su mente. Había intentado ser lo menos molesta posible desde que al llegar al coche notó un ambiente un tanto hostil al que al principio no supo asignar calificativo. Ya le había parecido extraño que desde el mismo momento de verse no le hubiera dirigido la palabra más que lo justo. Y después, lo de la música. No es que le importara, ella  no era de hablar, pero sí que había resultado un poco descortés. En fin, nada que reprocharle. No podía juzgar puesto que desconocía sus circunstancias. Tal vez ella se hubiera comportado igual en la misma situación.
Lo importante era que ya se encontraba en un sitio desde el que podía solucionar sus problemas y volver a su casa, que era lo que estaba deseando desde que el maldito coche le hubiera dejado tirada. Se sentía tan cansada...

Imposible solucionar lo del coche hasta el día siguiente. Llamó a la grúa para que fuera a recogerla y se dispuso a esperar en la cafetería.

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   De nuevo enfrentada a la corriente, trataba de doblegar su fuerza y vencerla. Era una especie de tira y afloja entre ambas energías que intentaban superarse una a otra dentro de un orden controlado. Nada de venganza. Nada de hostilidad. Era un juego limpio en el que sabían ganaría la más tenaz. O eso esperaba, porque ese iba a ser su último intento del día. Demasiado cansada ya para un nuevo embate.
Se dejó llevar por la corriente hasta la orilla y desde allí, saltando de roca en roca, llegó hasta su toalla y su mochila. Recogió sus cosas y se marchó sin apenas darle tiempo a su piel para secarse.

   Una vez llegada al coche, temió volviera a sucederle. Era algo instintivo que no podía evitar. Sabía que no tenía sentido pero era incapaz de controlarlo. Durante un segundo tuvo de nuevo la sensación de que el coche no arrancaría. Salvo que esta vez estaba preparada. Ya no le sucedería más. Había llevado dos baterías cargadas. "Nunca se sabe", pensó dando unos golpecitos al bolsillo lateral de la mochila donde se encontraba la batería de repuesto.
De regreso a casa, esta vez fue ella quien descubrió un caminante. Pero no debía de estar perdido o buscando a nadie que le ayudara puesto que no hizo el más mínimo gesto cuando pasó a su lado, despacio, por si necesitaba algo. Se sorprendió al creer reconocerlo.

   No sabía muy bien por qué razón, se paró y esperó a que llegara hasta donde ella estaba parada para asegurarse de que no quería que le llevara a ningún sitio. El joven la miraba sorprendido, sin comprender qué querría de él aquella mujer. Sólo estaba dando un paseo y lo último que deseaba era compañía. De nuevo notó en él esa actitud hostil y sintió la necesidad de explicarse "Perdona, pensaba que hoy podría ayudarte yo a ti"; De nuevo esa sensación medio de traición medio de frustración que la recorrió la primera vez que se encontraron. Centró su vista en la carretera, giró la llave y arrancó dispuesta a salir de allí.
"¿Nos conocemos?", el chico la miraba con recelo tratando de adivinar. De pronto recordó. Si, claro. Aquella mujer que se había encontrado en la carretera el día que... bueno, mejor olvidarlo. Aquel día no había estado nada amble ni tenía ganas de estarlo. Y ella había surgido en medio del camino. Había elegido un mal momento para perderse o para lo que quisiera que estuviera haciendo allí. O acaso es que él hubiera elegido una mala hora para ... Ah, otra vez ese sentimiento de rabia y frustración. Se negó a contenerlo por más tiempo en su cuerpo y con una sacudida trató de alejarlo de sí mismo.

   "Tal vez podrías..." Estaba pensando que, por alguna razón, quién sabe cuál, aquel encuentro podría hacerle olvidar por un instante. Tal vez sí querría una compañía en esos momentos. Tal vez sí quisiera una conversación anodina con una extraña. Tal vez sí fuera eso lo que necesitaba en esos momentos. Tal vez. Y se decidió a probar.
La mujer lo miraba sorprendida. Parece que, después de todo, aquel muchacho iba a necesitarla. Su lenguaje corporal parecía haber cambiado y ya no se le asemejaba al de  un erizo con sus púas bien afiladas dispuesto a arremeter contra cualquiera. Más bien parecía que estuviera guardándolas cuidadosamente para transformarse en un apacible ser de aspecto sereno pero dispuesto a sacar a relucir sus armas a la primera de cambio en cuanto notara la más mínima amenaza.
Le hizo un gesto con la cabeza para que entrara en el coche y él abrió la puerta. Se acomodó en su asiento y la miró como dando su aprobación para ponerse en marcha.

   Permanecieron callados durante un tiempo; la radio estaba apagada y sólo se escuchaba el ruido del motor. Pero no resultaba un silencio incómodo, de esos que consideras que deben rellenarse porque es tu obligación o la forma social más adecuada. Ella no sentía ninguna necesidad de hablar ni mucho menos de hacerle hablar a él. Si el chico prefería mantener su mutismo pues lo respetaría al igual que le gustaría a ella que respetaran el suyo.
"Supongo que te parecería de lo más antipático". Silencio."Digamos... que no tenía un buen día". Más silencio. La mujer esperó prudente que se decidiera a seguir hablando o bien, que diera el tema por zanjado. Fuera como fuese, sabía que las situaciones no se pueden forzar sino que deben seguir su curso; aunque no siempre el resultado final  sea de nuestro agrado. Sólo asentía levemente para dar muestras de recibir la información  pero sin presionar en dirección alguna o provocar una falsa conversación que tal vez no fuera deseada. Calló y siguió conduciendo.

Se acercaban a la bifurcación en la que equivocaron el camino la vez anterior y tomaron la dirección correcta.
   Presentía que en breve llegarían a su destino pero quiso confirmarlo y le preguntó si deseaba bajarse en la gasolinera o si prefería otro lugar. Le parecía bien aquella opción. En realidad, sólo había salido a despejar un poco su cabeza mientras movía el cuerpo hasta cansarlo lo suficiente como para caer rendido en la cama.

   Pronto llegaron a la gasolinera donde se despidieron. Al bajarse, el chico le dio las gracias y se encaminó a la cafetería sin más comentarios ni esperar respuesta. Ella le vio alejarse pensando que de no haberse reencontrado con aquel joven y haber compartido con él esos minutos en el coche su imagen habría permanecido en el tiempo como la de un maleducado o caprichoso. Sin embargo, una segunda oportunidad hizo que cambiara su modo de pensar.
Esto le llevó a enfrascarse y a perderse en una de sus numerosas disquisiciones: Quién sabe qué circunstancias hacen que las personas cometamos determinadas torpezas o nos comportemos de según qué manera aunque parezca extraña o antisocial en un principio. Ah, El Ser humano. Curioso animal.
Anyway the wind blows...

kermit

                                              EL REGRESO



Cerró la puerta con llave y bajó por las escaleras del edificio sin más pensamiento en su cabeza que el de escapar de allí ahora que aún era posible. Mejor salir de la atmósfera asfixiante en la que últimamente tenía que vivir y tomar aire fresco alejada de aquella tormenta de ideas que tenía constantemente en cuanto menos lo esperaba. No más.
Como siempre, fue una decisión impulsiva, una idea relámpago; un pensar-actuar sin paso intermedio que ayudara a su planificación previa; Pero es que si hacía eso, pararse a pensar, probablemente acabaría perdida en múltiples alternativas que no la dejarían tomar la determinación necesaria para avanzar, por lo que siempre acababa atajando por el camino más corto y directo, que no siempre era el más acertado y fácil. Qué se le va a hacer.

Ni siquiera sabía por cuántos días permanecería fuera; tampoco importaba mucho porque, afortunadamente, podía permitirse el lujo de disponer de unos días a su antojo. Llegó a la estación de tren y se subió al primero que salió en la dirección que le interesaba; necesitaba campo abierto, perderse en espacios amplios pero solitarios; o eso esperaba. Cansar su cuerpo con el esfuerzo físico que requería el largo caminar por senderos estrechos y empinados o la subida a las pequeñas lomas que rodeaban el pueblo a cuyo refugio pretendía llegar en poco más de cuatro horas.
Mientras, entretendría su cabeza tratando de "engancharse" al último libro que había caído en sus manos; nada que ver con esas novedades tecnológicas que tanto dañaban su vista. Un buen libro: con ese olor característico al pasar las páginas, ese tacto, ese peso específico. Y, además, sin tener que andar pendiente de batería ni nada. Vamos, igualito un e-book a un libro en formato papel. Decididamente pertenecía a otra generación; aquellas afirmaciones no podían salir de otra mente que no fuera  la de gente de su edad, seguramente, pensó con cierta conciencia de pertenecer a algo pasado que hubiera dejado de tener vigencia según las modas sociales del momento.

   Fue capaz de enfrascarse en el mundo de la rosa blanca de los jacobitas, los highlanders, los Estuardo y las costumbres escocesas de la época. Tanto, que cuando el revisor le pidió el billete y, al devolvérselo ya marcado, con voz mecánica le recordó que se tendría que apear en la siguiente parada para hacer trasbordo, le miró perpleja sin comprender  en un principio, al comprobar que ya habían pasado casi dos horas.
Cerró el libro y lo guardó en la bolsa que llevaba colgada junto a otros pequeños objetos de utilidad como su botella de agua, una caja de pequeños caramelos de frutas, su móvil, un pequeño monedero, un tarjetero y las llaves de la casa. Junto a ello llevaba una mochila en la que había colocado algo de ropa, apenas un par de prendas más y algo de abrigo por si era necesario. Por las noches nunca se sabía. Mejor andar prevenida.

   De nuevo aquel dolor de cabeza. Al descender del tren se sentó en un banco a tomarse un refresco que acababa de sacar de la máquina que permanecía más alejada del ir y venir de tanto pasajero a la carrera. Sin ser consciente, su mente había vuelto a sacar a la luz todas aquellas ideas que no hacían más que atropellarse unas a otras confluyendo en un caos en el que lo mismo se mezclaba la necesidad de comprar yogures como aparecía el número de teléfono de su amiga Isabel, a la que había llamado hace pocos días para solicitar su ayuda; la necesidad de decidir si acababa o no por aceptar la nueva propuesta que le hicieron en el trabajo (una trampa encubierta de ascenso a la que bien podía dar la vuelta si conseguía mantener el dominio debido sobre la situación) como el recuerdo, a deshora, de cuestiones burocráticas a resolver en el banco. No faltó tampoco, en ese revoltijo de ideas, la más absurda de todas las que esperaba en aquel momento: la imperiosa necesidad de comprar un lazo azul; petición que le hiciera su hermana para el disfraz de su hija. Bueno, hay que reconocer que ella ya no iba a tener tiempo de hacerlo teniendo en cuenta que esa pequeña ayuda se la habían solicitado tres días antes y que la fiesta había sido ayer. Un problema menos, pensó irónica.

   Bebió despacio el líquido frío, demasiado frío para su gusto, mientras su mirada vagaba por las formas en movimiento de la estación, parándose de vez en cuando en alguna de ellas que atrajera su atención por cualquier circunstancia especial como podía ser un gesto fuera de lugar, el color de la ropa u otro detalle que de alguna manera no encajara en el bullicio de la hora propia de entrada y salida de personas apuradas por llegar a su destino. Ella era de las pocas que no tenía prisa, según pudo confirmar con un vistazo rápido a su alrededor; sabía que debía esperar aún media hora a que apareciera el cercanías que le condujera a su destino final. Por eso permanecía tranquila, y casi podría decirse apacible, desde la perspectiva de un observador ajeno.
Pero nada más alejado del ajetreo de ideas bullendo sin control en aquella cabeza que no quería seguir soportando tanto tránsito y que había decidido darse un respiro cansando su cuerpo y ofreciendo a su embotada mente otras ocupaciones que la libraran de sus habituales y agotadores análisis de la realidad. Parecía un destartalado ordenador a toda máquina que no fuera capaz de soportar tanta información y fuera a bloquearse de un momento a otro necesitado como estaba de más espacio para poder funcionar correctamente o bien de un reseteo o de una limpieza de virus o algo de eso.

   Cuando por fin llegó a la casa, soltó todo cuanto llevaba consigo en el salón, sobre el sofá, y salió decidida hacia la soledad de la tarde y el verde del camino que ya la llamaba desde el mismo instante en que el autobús trazó la última curva que la separaba de la parada. Incluso antes de apearse, ya su cuerpo se mostraba nervioso ante la caminata que le esperaba; al igual que un perro encerrado en casa  espera ansioso la llegada de su dueño sabiendo que en cuanto éste aparezca le sacará a pasear.
Eso hizo, durante dos horas. Pasear. Oler. Sentir. Moverse con escasas pausas para retomar el aliento perdido. Observar detalles. Respirar. Y repitió la experiencia los siguientes cuatro días hasta que su cabeza y su cuerpo se encontraban de nuevo en forma para afrontar su regreso al mundo en condiciones, si no óptimas, por lo menos lo suficientemente razonables como para afrontarlo con cierto nivel de éxito

Había llegado el momento de regresar. Tomó de nuevo todas sus cosas y salió en busca del autobús, primer paso en su camino de vuelta a casa. Esta vez, no había querido coger el coche porque no tenía ninguna prisa por llegar a ningún sitio y porque... En realidad, no tenía muy claro por qué no había querido ir en coche... simplemente, no quería.
De nuevo frente al portal de su casa buscaba tanteando las llaves en el interior de la mochila, donde estaba todo revuelto y era difícil encontrar lo que se buscaba. Por fin, con una buena sacudida y haciendo tintinear las llaves pudo rescatarlas de entre aquel pequeño caos "organizado libremente", como solía ironizar ante su madre la cual siempre le recordaba lo conveniente que sería para ella dejar ese "saco de patatas" que tenía por bolso y comprarse uno nuevo.

   Intentó abrir la puerta pero no pudo. Miró extrañada las llaves y tras varios intentos nulos decidió llamar a su vecina para que le abriera. Tal vez habían cambiado las llaves en su ausencia. No es que fuera algo muy probable pero no dejaba de ser una alternativa posible. Respondió alguien cuya voz no reconoció a quien  igualmente  pidió que le abriera explicándole que era la vecina y no tenía las llaves. Escuchó cómo se cortó la comunicación sin que le abrieran la puerta.
Esperó unos segundos pensando que quienquiera que fuera habría ido a avisar a la dueña de la casa para solicitar su permiso para abrir, o no. Volvió a llamar al ver que nadie aparecía y pensando que se podrían haber olvidado de ella. Esta vez la voz le dijo que no le iba a abrir porque no conocía a esa vecina que decía. Ni a esa vecina ni a ella. "¡Pero eso cómo puede ser! Llevo viviendo aquí diez años y a quien no reconozco es a usted..."

Una repentina sospecha atravesó su cabeza cual relámpago que rasga la oscuridad de la noche para desaparecer inesperadamente, sin dejar rastro; seguro que se había equivocado de bloque y estaba llamando donde no era. Rápidamente miró el número del portal para confirmar su error pero se quedó sorprendida al comprobar que sí que era el número adecuado y que todo estaba en orden. Más confusa por esta constatación que por un posible despiste, tardó unos minutos en reaccionar llamando a otros vecinos con la intención de acceder al portal y, así, a su casa.

   No consiguió que nadie le abriera la puerta pues ninguna persona la reconocía como propietaria de una vivienda en el bloque. Cada vez estaba más ansiosa y desesperada. ¡¿Cómo era posible que en toda la comunidad no hubiera alguien que la reconociera?! Diez años había estado habitando su vivienda y consideraba que era un tiempo más que considerable como para que alguien, fuera quien fuera, supiera de su existencia. No podía ser que no hubiera dejado ni el más mínimo rastro en la vida de aquel edificio al que ahora miraba con cara estupefacta tratando de averiguar dónde estaba la pieza que le faltaba para encajar el puzzle y entender aquel extraño suceso.
Estaba tan desbordada por la situación que pronto su indignación y estupor inicial  se convirtió en rabia e impotencia llevándola a golpear con furia la puerta de entrada  mientras gritaba que la dejaran entrar en su casa haciendo que las personas cercanas a ella la miraran con aprensión y que, alguna de ellas que iban acompañadas de sus pequeños, aligeraran la marcha hacia una zona alejada  evitando posibles desencuentros con aquella persona que parecía actuar bajo los efectos de alguna droga.

   Siguió allí golpeando la puerta hasta que apareció un despreocupado joven que salía del edificio con los cascos puestos y sin prestarle mucha atención, momento que ella aprovechó para entrar y subir hasta su casa, ya algo más calmada. Superar aquella primera barrera le había ayudado a moderar su acceso de ira. Ahora que se encontraba delante de la puerta de su casa todo parecía  volver a la normalidad y posiblemente acabaría convertida en una anécdota que contar, entre risas mal sofocadas, a sus amistades.
Pero de nuevo sufrió el desengaño de no ver cumplido su deseo. La llave no giraba y no podía franquear la puerta. Su cuerpo comenzó a temblar involuntariamente pensando que se encontraba ante el mismo problema de verse fuera de su casa de forma inexplicable. Esto ya fue demasiado y no pudo evitar soltar sus nervios mediante ríos de lágrimas que corrían por sus mejillas mientras trataba una y otra vez, a la desesperada, de abrir aquella puerta que se resistía a todos sus intentos probando concienzudamente todas y cada una de las llaves que tenía en la mano.

   Desde el interior, se podía escuchar una voz que repetía insistentemente que dejara de molestar o que tendría que llamar a la policía para que se la llevaran de allí, cosa que finalmente hizo ya que no hubo forma de convencer a aquella pobre loca de que esa no era su casa por mucho que tratara de explicar, a voz en grito, que había estado viviendo allí desde hacía diez años y que nadie le iba a decir ahora que eso no era cierto.
A los pocos minutos apareció por allí una pareja de la policía local tratando de calmar a quien entendían era una persona con sus facultades momentáneamente perturbadas; se acercaron a ella con gestos amistosos que no resultaran ofensivos a la mujer que se encontraron frente a ellos, cargada de equipaje, con el cabello revuelto y sudorosa por los esfuerzos realizados, quien al verlos se acercó a ellos aliviada y agradecida por su aparición al entender que podrían poner fin a aquel desagradable malentendido.

   La mujer policía se acercó a ella con cara comprensiva para escuchar su visión de los hechos a la vez que le hacía un gesto a su compañero, dándole a entender que estuviera vigilante ante cualquier intento por parte de la extraña mujer por crear algún nuevo disturbio pero, que se mantuviera a la distancia suficiente como para poder establecer una cierta conexión entre ambas que permitiera sacarla de allí de la forma más pacífica posible y sin crear mayores problemas.
Una vez escuchada su versión, llamaron a la vivienda donde asomó una asustada mujer ya mayor que escuchaba sin comprender lo que la mujer policía le contaba había entendido de  su conversación con la mujer del pasillo. Negó que aquella fuera la casa de esa extraña  y se prestó a enseñar las escrituras de la vivienda donde aparecía su nombre como el de la verdadera propietaria para apoyar su afirmación, ante lo cual la mujer policía dándole las gracias por su colaboración y pidiéndole disculpas se dirigió a su compañero haciéndole una leve señal, que interpretó al instante, mientras se ponía al lado de la mujer que permanecía en el pasillo aturdida ante cómo se desarrollaban los acontecimientos.

   "Haga el favor de acompañarnos" fue la frase de cortesía lanzada por el compañero a la vez que le señalaba el camino hacia el ascensor. "Pero ... esto es un error. Es mi casa. No me pueden echar de mi casa". La mujer fue llevada pacientemente hacia el ascensor escoltada por los dos policías quienes empujaban de ella a la vez que intentaban apaciguarla respondiendo a sus objeciones con las razones expuestas por la mujer que les había llamado bastante alterada minutos antes.
La convencieron de que lo mejor para ella sería hacer una denuncia formal en Comisaría donde recoger todas sus quejas para poder aclarar lo sucedido; aunque en realidad, lo que pensaban era que la pobre mujer habría sufrido cualquier tipo de perturbación y estaba un poco ajena a la realidad que la envolvía con lo que sería más conveniente llevarla a Comisaría para comprobar si alguien había denunciado la desaparición de alguna persona con características similares.

   Al llegar allí le hicieron esperar un buen rato lo que hizo que se impacientara y, no aguantando más, explotara gritando y gesticulando que le hicieran caso ya; que quería volver a su casa. Esta reacción fuera de lugar alarmó a varias de las personas que estaban en la misma sala de espera e hizo que un policía de la entrada recriminara su conducta y le recordara que allí no se podía gritar, a la vez que la recomendaba serenarse porque ya pronto iba a ser su turno.
Se sentó taciturna observando malhumorada cómo el resto de las personas la miraban por el rabillo del ojo con cierta prevención. Desde su nueva ubicación no pudo ver al policía cuchichear con su compañero en el pasillo mientras la señalaba. Era usual encontrarse con personas que no estaban muy centradas por lo que solían contar con la ayuda del equipo de salud mental del ambulatorio cercano al que ya habían avisado aquel día por tres veces.

   Al poco rato le hicieron pasar a una habitación donde una mujer le solicitaba la información necesaria para cumplimentar la denuncia; Datos personales. Una vez finalizado este paso previo se inició la denuncia propiamente dicha donde exponía que ella era la verdadera propietaria de la vivienda; que podía demostrarlo si le dejaban entrar en la misma, que es donde se encontraban las escrituras de la casa; que llevaba residiendo allí durante diez años y que no entendía cómo podía estar en semejante situación.
Una vez finalizada la denuncia le dijeron que debía esperar a que se tramitara, debiendo permanecer sentada en la sala de espera aguardando a ser llamada de nuevo por si era necesaria añadir nueva información al caso. Con un desalentador "ya le avisaremos", quien le atendía en esos momentos dio por concluida la conversación y se enfrascó de nuevo en los datos del ordenador sin dirigir la mirada a la mujer que esperaba indecisa sentada frente a ella.

   Se levantó y salió al pasillo, pero esta vez no se dirigió a la sala de espera sino que se dirigió al policía que le había increpado hacía poco. Éste observó cómo se acercaba, mirándola fijamente con cara seria pero relajada. Cuando estuvo a su altura, cambiando de estrategia puesto que la anterior había resultado inútil, le hizo una pregunta que no pilló por sorpresa al veterano policía acostumbrado como estaba a todo tipo de propuestas. "¿Qué si tenemos una oficina de personas perdidas? ¿Acaso ha perdido a alguien o cree que alguien ha desaparecido?"
La respuesta le desarmó completamente por lo inesperada: "Si, a mi misma".
Anyway the wind blows...


¡CUIDAMOS LA PÚBLICA!

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