¡CUIDAMOS LA PÚBLICA!

'

SOLO LETRAS

Iniciado por kermit, 18 Agosto, 2014, 08:50:21 AM

Tema anterior - Siguiente tema

0 Miembros y 1 Visitante están viendo este tema.

kermit

Supongo que con la cantidad de personas que andamos rondando por el foro, tal vez, y sólo digo tal vez, haya alguien a quien le suceda como a mí. Tal vez, alguien necesite expresar, y necesite sacar fuera y necesite dejar salir al exterior. Yo sí lo necesito. No siempre. En momentos puntuales, tal vez. Pero siento que debo hacerlo y cuando eso pasa me encuentro mucho mejor alejando de mí esa sensación indefinible de querer.... "vomitarlo".

El foro y el anonimato es un buen lugar para vaciarse. Suena a cobardía, lo sé. Pero es que yo lo soy  ;)

Este espacio quisiera sirviera para eso.... para quien quiera usarlo.
Anyway the wind blows...

kermit

SOLO LETRAS

                                            Otra página en blanco más que se iba convirtiendo paulatinamente en un rastro de letras al azar que conseguían sacarme de mi estado de nerviosismo. Mis manos necesitaban teclear, tenían que escupir palabras y frases, línea tras línea, dando forma al esqueleto de lo que parecía sería una nueva historia de la que aún nada conocía. Empezaba bien, me animaba sólo con saber que estaba en camino hacia alguna parte por mucho que desconociera mi destino. Y eso le daba emoción. Me dejaba guiar por mis pensamientos que surgían libremente sin yo llamarlos ni empeñarme en buscarles sentido alguno. Ya vendría después la autocensura y cortaría de aquí y de allá aquellas palabras que no encajaran o aquellas expresiones que no fueran coherentes o aquellas comas, puntos y demás signos de puntuación inadecuados o fuera de lugar.

                                      Así era como empezaba todo. Un súbito arranque, una sensación de necesidad, un desasosiego, un querer expresar, un sacar fuera. Me sentaba delante del ordenador casi por obligación. Me atraía y me llamaba para que me sentara allí, a su lado y empezara a escribir o, más bien, a teclear. Ya surgiría algo válido a lo que ir dando forma. Y así, poco a poco y letra a letra, emergían historias, anécdotas, algunas rimas, pequeñas bromas o simplemente pensamientos a medio camino entre la realidad y la ficción. Todo cabía una vez me disponía a escribir. Ya no era yo sino  un cuerpo que se dejaba llevar, como poseído por no se sabía qué fuerza que me empujara a seguir hasta que las palabras dejaran de brotar. Entonces, paraba, como perdida, aturdida, y leía lo que había surgido de mis dedos. Muchas veces me extrañaba de lo que allí ponía, otras, en cambio, me reconocía entra esas líneas que parecían diligentes  hormigas caminando hacia su hormiguero. Y tras esto, la pausa, una especie de tregua o de paz falta de equilibrio verdadero puesto que sabía que en otro momento volvería a mí esa ansiedad y esa necesidad de vaciarme.

                               Pero hasta entonces, estaría dos o tres días revisando y releyendo aquel galimatías, aquella maraña de letras unidas unas a otras por no se sabía muy bien qué razón. Y nunca sabría cómo surgieron ni qué causó su aparición. Sólo aparecen sin más, cuando así lo deciden ellas, para desaparecer igual que surgieron, por sorpresa, casi a traición. Y entonces, me dejan extraña, con una sensación de vacío o de ausencia de algo que no puedo definir claramente. Lo único de lo que soy consciente es de que ya no están. Ha desaparecido ese ímpetu, esa energía creadora generadora de toda una serie de alocadas y desordenadas ideas que acaban cohesionadas en una especie de todo muy singular.

                                 Cuando esto pasa, no entiendo cómo es posible que de mí hayan salido esas elucubraciones. Me sorprendo al releerme y busco una forma de continuar, no siempre con éxito, la historia así empezada. Pero cuando lo vuelvo a retomar, no siento el mismo ánimo y las palabras no vienen a mí con facilidad, me resultan esquivas y desafiantes. Entonces dudo, repaso lo leído de nuevo, avanzo a trompicones y acabo borrando la mitad de lo escrito por no considerarlo apropiado. Y así, una vez más, vuelvo a empezar el proceso, en el mismo punto donde lo dejé pero con la sensación de que me han cargado a mí el muerto de rematar  una faena que me viene grande y que no sé ni cómo  concluir ni cómo eludir.
Anyway the wind blows...

kermit

LA PUERTA

                                     Había abierto la puerta. Pero ahora no sabía si la traspasaría o no. Una puerta abierta ofrece todo un mundo de posibilidades pero, por otra parte, había que sopesar la conveniencia o no de dejarse tentar. Nunca se sabe lo que puede una encontrarse al otro lado y eso es lo que  hace el paso tan emocionante y atractivo. No quería resistirse. Ya llevaba mucho tiempo castigada y estaba cansada de permanecer amordazada. Sabía que tarde o temprano tendría que salir a explorar de nuevo, no podría permanecer allí encerrada para siempre. Tal vez hubiera llegado el momento o tal vez no. Las dudas, siempre al acecho, la retenían al otro lado como un amante despechado.

   Quizá si sólo asomara para ver qué luz llegaba del otro lado, qué sonidos, qué sombras, qué corrientes de aire.... Pudiera ser que estuviera en el lado equivocado y traspasar aquella puerta fuera su liberación. O también era posible que no tuviera efecto alguno y sólo fuera una puerta tránsito hacia otras donde de nuevo tendría que enfrentarse a la decisión de elegir una de ellas para abrirla, o no; lo que supondría  otro esfuerzo más, otro reto que superar.

   No lo pensó más y avanzó. Ya estaba al otro lado. Y no notaba cambio alguno. Ociosa y aliviada, recorrió aquel nuevo espacio para reconocer sus límites. Es lo primero que hacía siempre que tropezaba con algo nuevo: conformar el perímetro en el que poder moverse para posteriormente apropiarse de él. No en el sentido estricto. Nunca en el de dominio y pertenencia. Más bien era un acomodarse, un sentirse a gusto para disfrutarlo si ese era su deseo.
El que ahora exploraba era un espacio neutro, minimalista, con pocas novedades. Luz tenue, casi apagada. Un largo pasillo que no parecía acabar surgía a su izquierda y unas escaleras de madera ofrecían la posibilidad de ascender a otra planta en la que seguir investigando y curioseando. Esas, decidió, las dejaría para más tarde. Ahora se concentró en un objeto que se encontraba a medio camino entre las escaleras y el pasillo, como dejado caer allí al salir de forma precipitada desde una a la otra dirección.

   Un libro. Bien. Lo recogió con mimo. Acarició su cubierta y retiró la suciedad acumulada para descubrir una imagen poco precisa de colores suaves sin forma definida. Lo mismo podía ser un campo de amapolas que un cielo estrellado. No había título. Por no haber no había ni letras. Era pesado, para lo escueto de sus páginas. Manejable. Podría tratarse de un diario con formato casero, elaborado tal vez como tarea o trabajo de clase. Antes de abrirlo pasó los dedos por sus hojas rasgándolas suavemente como se haría con las cuerdas de una guitarra para comprobar si está afinada. Lo acercó a su cara y dejó que el olor la inundara y provocara algún tipo de imagen o le hiciera rememorar alguna experiencia pasada. Un olor tenue como de hojas secas le hizo pensar en un día gris en el que sentada a la entrada de un cine mientras observaba con detenimiento cómo una niña jugueteaba con un montón de hojas caídas. Ella misma había jugado así cuando era pequeña, y no tan pequeña. Le gustaba despertar el rumor de las hojas de otoño al ser pisadas y contemplar su baile oscilante al ser lanzadas al aire.

   Repasó las páginas en una lectura rápida y analítica tratando de hacerse una imagen de la persona que lo había escrito. La escritura era bastante lineal. Buenos márgenes. Letra no muy abigarrada. No especialmente ordenada pero clara e inteligible. Estaban escritas casi la mitad de las páginas en lo que parecía seguir un esquema o pauta definida: Introducción, con fecha, hora y lugar; Observaciones sobre lo que captaban sus sentidos; Análisis de la situación; Alternativas posibles.
La última entrada era de hacía casi un año. Y luego nada más. Páginas en blanco con el reborde amarillento. Lo guardó para leerlo más tarde, siempre era interesante descubrir otros mundo vividos o imaginados por otras personas.
   
   Subió las escaleras en busca de más rincones que despertaran su interés y se encontró con otro espacio totalmente diferente. Había mucha luz que entraba por una ventana, abierta. Se asomó de inmediato y dejó que la brisa se paseara por sus mejillas y su frente. El campo abierto se extendía frente a ella  y no dudó en salir por la ventana para pisar esa hierba salvaje que  parecía invitarla a ser pisada. Se descalzó y dejó que la alfombra verde pusiera suavidad y frescor a su caminar, que le llevó hasta una zona en sombra con un tronco cuidadosamente colocado en el suelo, como dispuesto para sentarse en él. Se acomodó allí. Entonces, abrió el libro y empezó a leer.
"23 de agosto de 2013. 2:35. Miércoles. Pasillo izquierdo. Apenas hay cierta claridad. Ningún sonido o aroma perceptible. Siento curiosidad y cierto recelo. Acabo de atravesar la puerta. Te espero. Tú también vendrás........"
Anyway the wind blows...

kermit

                                      ¿Merece la pena? Daba vueltas a esa idea mientras fijaba la mirada en lo que tenía frente a sí sin darse cuenta de que la observaban con gesto desafiante desde el otro lado de la calle. Comprendió que le hablaban cuando ya era demasiado tarde para reaccionar así que su acompañante respondió por ella haciéndose el desentendido y dejando ver  que no se encontraba muy bien y que por eso había hecho caso omiso a la provocación.

No, no se encontraba muy bien. Seguía dando vueltas a aquella pregunta que alguien había lanzado al espacio virtual en uno de esos momentos en los que tras reflexionar pausadamente, o no, se replantea el sentido de lo que hace. Por supuesto, era una pregunta retórica que no requería respuesta. Y aunque estuvo tentada de hacerlo, lo dejó pasar por la futilidad del intento. ¿Qué cabía decir cuando en el mismo planteamiento se respondía a sí mismo?
Sin embargo, aquella pregunta le llevó a sumergirse en sus propios pensamientos. Y allí seguía planteándose una y otra vez la misma cuestión, de forma reiterada y repetitiva como esperando a que el eco le devolviera en algún momento una solución que sabía no llegaría.

   No sabía si merecía la pena o no. Ya no sabía nada. No pensaba. Solo se dejaba llevar. Los acontecimientos acabarían desembocando en algún punto sin retorno que seguramente no le gustaría y que no sería capaz de afrontar.  Bajó la cabeza con desgana dejando caer el peso de su cuerpo sobre su espalda.
Notó que le tiraban del brazo y le animaban a levantarse de donde estaba. Como una marioneta, se dejó llevar. Trataba de concentrarse en lo que le decía su acompañante pero no podía; cada dos o tres frases se perdía de nuevo en sus retorcidos planteamientos. Retorcidos porque de tanto darles vueltas y más vueltas ya no sabía por dónde cogerlos. Ya no sabía si aquello era como lo pensaba, si lo soñaba, si solo era una alternativa posible o si en algún momento había sido algo real.

   Esta vez se esforzó de verdad en no perder ni una sola palabra de lo que le decían. Afortunadamente, se acababan de encontrar con otra amiga que de inmediato se unió a la conversación y le posibilitó evadirse de nuevo a rumiar en soledad la que empezaba a ser su nueva y única pregunta favorita. ¿Acaso merecía la pena malgastar tantas energías en algo que no le aportaba sino dudas y decepciones? Parece ser que sí, porque allí seguía.

   Entonces escuchó algo que le sacó de su ensimismamiento. Alguien había hablado de "Baraka"... Aquello atrajo su atención de inmediato porque su primo trabajaba allí y quería saber si le había pasado algo. Dejando a un lado su desastrosa vida interior cortó ansiosa la conversación de quien hablaba en ese momento. "Perdona - interrumpió- ¿Qué has dicho? ¿Le ha pasado algo a alguno de los que trabajaban allí?

Más tranquila una vez que le aseguraron que no había pasado nada, mas que un extraño personaje se había dejado caer por allí y había armado algún revuelo por culpa de una ginebra mal elegida, la conversación siguió sin mayor trascendencia. Aún así, se acercó por el bar a ver a su primo para que le explicara mejor qué había ocurrido.
El bar en el que trabajaba su primo Ander le pillaba de camino a casa y hacía tiempo que no se veían así que era una excusa perfecta para entrar. No es que necesitara ninguna excusa pero aquello reforzaba su decisión. Le encontró con los codos apoyados en la barra y su barbilla sobre las manos, con aire pensativo y distraído. No parecía muy alegre pero cuando ella le saludó su cara cambió de ánimo y mostró una de sus características y pícaras sonrisas que tanto le hacían reír por lo falso  y exagerado de la pose.

   Antes de poder decirle nada, le soltó de sopetón... "Sabes; estaba pensando si realmente vale la pena. ¿Tú crees que realmente vale la pena seguir aquí? Podría irme a vivir con mi hermano y buscar algo por allí." Ah, de nuevo esa pregunta. El asomo del inconformismo ante una situación que ya no se percibe tan deseable como en un principio se imaginó. El final de un ciclo y el renacer de otro que nos empuja hacia otros horizontes que se nos antojan más prometedores. Vanas ilusiones de un deseo ingenuo por alcanzar una utopía esquiva, huidiza, pasajera y efímera, pues una vez conseguida se verá al momento reemplazada por otra.

   Permanecieron en silencio, haciéndose mutua compañía. No había nada que decir. Mañana o esa misma tarde ya habrían olvidado sus cuitas y estarían enredados en uno de los múltiples proyectos que tenían  siempre en mente.
Anyway the wind blows...

kermit

EL EXTRANJERO

              Cuando escuchó el timbre de la puerta no imaginaba en qué medida lo que iba a suceder a continuación influiría en el resto de su vida. Y si alguien se lo hubiera contado con anterioridad a ese momento concreto en que se levantó de su asiento para acudir a la llamada, no habría podido explicarle cómo aquel simple hecho podría ser el causante de los cambios que se avecinaban. Una llamada equivocada. Eso era todo. O no.
Eso parecía, al menos. Una simple equivocación cuando se estaba buscando a un amigo del que hacía mucho tiempo que se había perdido el rastro y a quien el discurrir de la vida había vuelto a llevar a la localidad natal. Un intercambio de frases cortas y una despedida decepcionada habían dado por terminada aquella conversación con un chico de unos treintaitantos años, pelo corto, acento extranjero, bien vestido y educado.

   Se sentía un poco decepcionada ella también. Al joven se le veía tan ansioso por reanudar aquella amistad que se había reprochado el no haber podido darle  información alguna que le fuera de utilidad. Pero no tenía nada que ofrecerle porque ella se había mudado hacía poco a aquella casa  y no conocía apenas nada de la nueva ciudad donde había sido destinada. Su trabajo le había impuesto un cambio de residencia y allí estaba ella, perdida en medio de aquellas calles que le parecían todas iguales y que con frecuencia equivocaba. Hubiera preferido una zona más despejada y con menos tráfico, alejada del centro; por la periferia, más cercana al campo. Tal vez algo que diera a un extenso horizonte. Pero no había tenido otra opción y se tuvo que conformar con ese pequeño ático. Al menos, la vista estaba bien, se dijo con ironía; un mar de azoteas y tejados a su alrededor repletos de ropa tendida, antenas y soledad.

   Se hacía tarde y tuvo que darse prisa para coger el bus. Ya estaba cerca y pudo ver cómo el autobús  estaba empezando a cerrar las puertas así que trató de retenerle llamando su atención con un desesperado "No dejen que se vaya" lanzado a los pasajeros que quedaban en tierra para que avisaran a quien estaba al volante; pero no hubo suerte. Llegó sin aliento y con el tiempo justo para verle la cara antes de que se cerrara la puerta. Miró cómo se alejaba de la parada mientras trataba de contener su furia. No empezaba bien el día.
Todavía no controlaba muy bien el horario de llegada, era normal. Apuntó mentalmente que debía salir antes y enfiló sus pasos calle abajo hacia su nuevo "centro de actividad deportiva" como lo denominaba burlonamente ante sus familiares para dar a entender que aquello más que un trabajo era un continuo ir y venir de una mesa a la otra portando recados, paquetes, cartas u otros materiales. Era la recadera de la oficina porque como era la última que acababa de incorporarse aún no habían definido su tarea por lo que se pasaba el día ejerciendo de "ayudante" del resto del personal. En realidad no le importaba ni mucho ni poco. Así tenía la oportunidad de ir conociendo a las personas con las que tendría que trabajar y convivir a la vez que se dedicaba a realizar un trabajo bastante relajado y que le permitía observar los movimientos estratégicos que realizaban los distintos grupillos  que se reunían alrededor de la puerta de entrada donde salían a fumar o simplemente a desahogarse.

   Y fue en uno de esos grupillos donde escuchó mencionar la historia del chico que tuvo que irse porque, según contaba la gente del lugar, había golpeado brutalmente a su amigo y le había dejado tendido en el suelo huyendo hacia no sé sabía dónde. Lo encontraron unos minutos más tarde una pareja de  ancianos que paseaban frecuentemente por allí. De no ser por ellos, posiblemente habría muerto desangrado. Estaba inconsciente y malherido cuando descubrieron su cuerpo tendido en el suelo. Nadie se explicaba lo sucedido. Eran muy amigos y siempre se les podía ver juntos y bien avenidos. Una vieja historia que volvía a circular de boca en boca puesto que habían visto, según rumoreaban los vecinos más antiguos, cómo un extraño había rondado cerca de la casa de los Santos.
No le dio tiempo a  escuchar nada más porque el corrillo se disolvió con la última calada de quien estaba contando la historia.

   De vuelta a casa, quiso indagar más sobre aquello. No tenía nada mejor que hacer y sería una buena forma de "mimetizarse" con el entorno. Preguntó en el Quiosco de la esquina, donde solía comprar el bonobús, acerca de la casa de los Santos. El quiosquero se mostró entusiasmado de poder contarle cuanto sabía: Pablo y Miguel, que era como se llamaban los dos amigos, que por aquel entonces tenían diecisiete y dieciséis años, habían protagonizado una historia de lo más extraña; Una casa deshabitada donde solían realizar pequeñas incursiones  y que utilizaban como especie de cuartel secreto; La tarde en que se encontraron a Miguel malherido con múltiples moratones y evidentes señales de violencia; Cómo los ancianos describieron a un chaval de unos diecisiete años huyendo por el muro (descripción que encajaba a la perfección con Pablo); La recuperación de Miguel y el mutismo de la familia respecto a lo sucedido; El traslado de la familia a no se sabía qué otra ciudad y de la que nunca nadie había vuelto a tener noticias.
El quiosquero no había parado de hablar en todo el rato, mientras despachaba a las personas que  acudían allí a comprar alguna chuchería, revistas o refrescos. Algunas hasta habían participado en la conversación poniendo su propio toque personal a una historia ya de por sí bastante curiosa. Por lo que contaban, el tal Pablo, en un ataque de rabia, habría golpeado a Miguel con algún palo que probablemente habría encontrado en la casa abandonada. El motivo, no se sabía. Algunos apuntaban  que era por cuenta de un dinero que le debía; otros pensaban que era por celos (últimamente estaban más distanciados desde que Miguel tenía novia); Los más arriesgados aseguraban que había drogas por medio. Lo cierto es que nadie sabía decir qué pasó.

   Por supuesto, hubo una investigación policial que tuvo a todo el barrio murmurando y rumoreando sobre las diversas posibilidades largo tiempo, pero se abandonó con el tiempo por falta tanto  de testigos como de pruebas. Hasta la propia familia del agredido había declinado denunciar. De eso hacía ya casi veinte años. Nadie hablaba de ello. Nadie hasta ahora, que volvían los rumores y las conversaciones a media voz por la llegada de aquel extranjero que se paseaba por el barrio sin hablar con nadie. Solo con ella, al parecer.

   Al acercarse a su portal, encontró al chico sentado en un banco cercano. No es que la estuviera esperando; más bien parecía que, cansado de tanto caminar, hubiera decidido pararse allí a descansar. Estaba sumido en sus propios pensamientos y su gesto era serio. No, no mostraba  actitud de estar esperándole a ella, ni a ninguna otra persona.
Se acercó a él por curiosidad, suponía, o tal vez por sentimiento de empatía o, por qué no, por pura atracción física. No se sentó a su lado de inmediato sino que mientras se aproximaba a él, como tanteando, le dirigió un saludo que no obtuvo respuesta. Tuvo que acercarse aún más para que reaccionara y levantara la vista hacia ella. Parecía muy cansado y con el ánimo apagado. Aquello le hizo sentir un repentino arranque de sentido protector que cortó en  seco con una prudente advertencia. "No seas imbécil y  déjate de instintos protectores que a saber quién es este y qué quiere".
Esperó a que le invitara a acompañarlo antes de sentarse a su lado.

   Durante un tiempo estuvieron hablando de convencionalismos sobre el trabajo, el día a día; lo normal en una conversación intrascendente entre extraños. ¿Qué otra cosa iba a decir?¿Que si era ese Pablo del que todo el mundo hablaba? Y, en ese caso... ¿Podía explicarle o aclararle qué había pasado aquel día? ¿Sería tan amable de saciar su curiosidad?
Eso pensaba ella mientras él le hablaba de cuánto había cambiado el barrio, que apenas reconocía. Tuvo que marcharse precipitadamente hacía mucho tiempo y los espacios por los que sus recuerdos solían pasear en nada se asemejaban a los que su vista le ofrecía.

Ah, esa era una buena manera de empezar a indagar sin resultar excesivamente ansiosa por conocer; le preguntó de manera un tanto descuidada, como si no le importara la respuesta en realidad y solo tratara de mostrase amable,  cuál fue el motivo por el que tuvo que irse. Notó que la miraba fijamente mientras dudaba si responder o no. Ella no se atrevió a levantar la vista del suelo, como si hubiera sido pillada en una falta y sintió que se le encendían un poco las mejillas. Seguramente había cometido una imprudencia que dejaba a las claras su falta de tacto.
Permanecieron callados aún un buen rato más; Uno, mirando hacia un punto fijo al frente, luchando con sus propios recuerdos; la otra sin atreverse a hacer el más mínimo movimiento, cabizbaja y con la vista clavada en el suelo. Al fin, Pablo (si, era él, se lo había confesado), se decidió a hablar. Le contó aquello que quería saber, se vació del todo; no omitió detalle. Era tanto el tiempo que llevaba con ese secreto dentro sin saber qué hacer con el que necesitaba desprenderlo de sí mismo para, por fin, quedar en paz con su pasado.

   Pero su historia, como suele suceder, no tenía nada que ver con las habladurías de la gente del lugar. Nada de golpear a su mejor amigo; Nada de salir huyendo; nada de drogas. Fue una simple historia familiar que le pilló a él en medio. El padre fue el culpable de todo  aquel enredo. Nunca quiso que su hijo  se juntara con aquella muchacha y menos que la dejara embarazada. Era un hombre agresivo, no atendía a razones.
"Aquella tarde vino a buscarnos a la vieja casa abandonada. Esperaba que yo le ayudara a convencer  a su tozudo hijo de la locura que estaba a punto de hacer". Era absurdo, decía, querer responsabilizarse de ese futuro bebé. Y, además, seguro que no era ni hijo suyo. A saber con quién  habría estado aquella chica, que ahora quería resolver el asunto responsabilizándole a él porque sabía que su padre era un importante empresario y era una buena forma de asegurarse una bonita casa donde vivir sin necesidad de preocuparse por el dinero. No estaba dispuesto a tolerar aquello.

   Miguel no pudo aguantar más y saltó sobre su padre en un estallido de furia ciega arremetiendo a puñetazos contra él. Su padre, que no se arredró en absoluto, no solo lo contuvo sino que además le golpeó varias veces con el bastón que solía llevar últimamente para salir a pasear. Yo traté de separarlos pero era inútil. Miguel descargaba toda su rabia contenida contra ese padre que desde pequeño había controlado su vida a base de agresiones físicas y verbales. Nadie lo sabía porque Miguel se encargaba de aparentar una imagen de familia normal e incluso feliz. Nadie sabía las noches pasadas en la soledad de su cuarto tragándose la impotencia que aquel padre le causaba. Nadie excepto él, Pablo.

   Su padre había arreglado todo para que yo pudiera irme a estudiar fuera, callar a mi familia y borrar las huellas de su vil y rastrero acto. Nosotros no teníamos muchos recursos y él era un hombre poderoso y conocido en la zona como padre de familia ejemplar. ¿A quién iban a creer? ¿A mí, que no era más que un despreocupado e indolente muchacho que no tenía dónde caerme muerto?
Me sentía tan avergonzado por no haber podido ayudar a mi amigo que ya no tenía voluntad ninguna y me dejé llevar aconsejado por mi familia quien entendía que podía ser una buena oportunidad para mí la de marchar al extranjero a realizar diversos cursos y poder buscarme mejor futuro que el que ellos podrían proporcionarme. Además, existía la posibilidad de que se tomaran represalias sobre mi familia ya que trabajaban en la fábrica  que su padre tenía en funcionamiento en la ciudad. Aquello le superaba y no podía hacer nada por evitarlo. No volvió a ver a Miguel nunca más pero su mala conciencia y el reconocerse un cobarde le habían llevado de nuevo a buscarlo, era como una herida siempre abierta que le impedía seguir su camino. Buscaba redimirse, un gesto que le ayudara a cicatrizar aquella llaga.

   Tras varios minutos hablando sin parar, Pablo permaneció en silencio, como agotado tras el esfuerzo realizado. Sin embargo, no pasó mucho rato antes de que se dirigiera de nuevo a su interlocutora, esta vez con más calma. Ella le miraba de reojo porque no se atrevía a sostener su mirada, abrumada como se sentía por lo dramático de la historia. Pablo le estaba contando cómo habían transcurrido esos años en el extranjero apartado de todo cuanto conocía y con la necesidad de olvidar. Pero hacía cosa de tres años ya no había podido aguantar más la falsa situación y se había dedicado a investigar por internet y en diversos periódicos sobre la vida del famoso empresario cuya estrella iba en aumento y no dejaba de obtener beneficio tras  beneficio. Así es como le había encontrado a ella.
Esto sí que no se lo esperaba. Se giró en redondo hacia él y le dirigió una mirada interrogadora y profunda que hizo que el joven se sintiera incómodo. No pensaba que reaccionara de esa manera. En realidad no sabía cuál sería su actitud cuando le contara el resto de la historia. Pero tenía que hacerlo. Estaba decidido. Cuando volvió a hablar fue para excusarse. "Siento no haber sido muy sincero contigo, Ana".

   Ana le miraba asombrada, sin saber qué pensar de ese chico bien parecido que parecía realmente avergonzado de su conducta. Sabía su nombre, ¿Qué más sabría de ella? Empezaba a comprender. ¿Realmente habría sido una equivocación el hecho de que hubiera llamado a su puerta? ¿Y qué querría de ella? Automáticamente desconfió de él y lo mostró con un claro gesto de protección cruzándose de brazos y apartándose ligeramente de su lado.
"Entiendo que no quieras escucharme y desconfíes de mí. No he sido claro desde el principio. Debí advertirte". ¿Advertirle? ¿Advertirle de qué? Aquello se complicaba cada vez más y Ana se sentía cada vez más confusa y con ganas de salir corriendo de allí. Pero no tuvo tiempo, Pablo ya le había dicho lo que provocaría el derrumbe de su vida anterior. "Es tu padre".
Anyway the wind blows...

kermit

Hoy es uno de esos días. Mi necesidad me lleva a sentarme y teclear. Da igual el principio y da igual lo que sigue porque todo acabará conformando una historia desigual que me resulte coherente en función de no sabré qué finalidad. Sólo debo dejarme llevar. Ya saldrá lo que deba ser. Tal vez más filosófico de lo esperado o tal vez dramático o quién sabe si histriónico. Siempre empieza igual. La necesidad de hacer. La necesidad de escribir.

Pero, cada vez que me pongo a ello, se agota en breve la energía creadora y acabo perdida entre tanta letra sin sentido, acorralada por su negro caminar. Una pausa y vuelta a empezar. ¿Qué quiero esta vez? ¿Qué busco? ¿Qué necesito? ¿Por qué a través de un medio que me resulta tan extraño? Las letras nunca han sido buenas compañeras. Siempre las he desdeñado y las he usado a mi manera, sin ningún cuidado ni esmero. Las he destripado, roto y hasta vuelto del revés. Me he reído de ellas y  las he dejado a medias de decir o de escribir sin importarme lo que se pudiera interpretar. ¿Será por eso que ahora me condenan? ¿Será un castigo que se vuelve contra mí?

Hay muchas formas con las que comunicarse: la música, la imagen, los números, las letras, el orden, la ropa, los colores, las emociones, el movimiento....... Todo sirve para expresar, exteriorizar, sacar fuera de sí, vomitar, devolver, retornar a su lugar. Es una especie de reciclaje. Un viaje de ida y vuelta que siempre nos parece diferente cuando en realidad no es sino el reflejo de lo ya conocido visto desde distintas perspectivas para poder encontrar diferentes significados de una misma idea original. Y de aquí surge una nueva idea, un nuevo enfoque, un nuevo planteamiento, que nos llevará de nuevo a otra desavenencia que nos hará recomenzar el proceso en el cual descubriremos nuevos horizontes, desconocidos aún pero, sin saberlo,  ya andados.

Y así es como mi cabeza salta de una idea a otra en busca de su destino. No sé qué espera encontrar, conexión tras conexión. Es como quien en una habitación ajena trata desesperadamente de dar con el objeto ansiado quitando de en medio todo lo que encuentra mientras va dejando a su paso un rastro caótico y deslavazado. Tal vez así, como por casualidad, acabe destapando aquello que busca. Tal vez así, sin proponérselo, se encuentre con lo que necesita para apaciguarse. Y tal vez así, al igual que antaño las tribus rendían tributo a sus dioses sacrificando vidas humanas, yo necesite sacrificar ideas desfasadas para dar coherencia a mi vida.
Anyway the wind blows...

kermit

CIRCUNSTANCIAS

Bajaba por una calle silenciosa y oscura, iluminada fugazmente por algún que otro faro de los  improbables coches que pasaban cerca de la carretera, centrando sus pensamientos en el rumor de sus pasos. No le sonaban como de costumbre; puede que fueran un poco más precipitados de lo que era habitual en ella. Aunque tratándose de ella nunca nada era habitual. Todo acababa convertido en un conjunto desafortunado de acontecimientos que la dejaban siempre confusa y abatida. Y aquella noche no había sido una excepción. El encuentro con aquel personaje no  había sido de su agradado, por mucho que no parara de sonreírla constantemente y tratara de hacerla sentirse cómoda y dueña de la situación. No había sido algo tan natural como ella esperaba. Más bien se encontró con una especie de trampa que no había podido esquivar y de la que sabía que no podría protegerse. Tendría que hacerla saltar por los aires para poder seguir su camino tranquila sin que nada le perturbara ni le obligara a cambiar sus planes iniciales.

   Trató de cambiar el ritmo de su caminar pero al poco tiempo se encontraba de nuevo con aquella celeridad que no la dejaba casi respirar. Se paró en seco. La pendiente empezaba a ser más pronunciada y le obligaba a respirar con mayor rapidez,  lo cual provocó la consiguiente sensación de falta de aire que, a su vez, desembocó en una repentina angustia; como si la estuvieran persiguiendo y no pudiera parar pero tampoco pudiera continuar, por más que lo deseara. Agachó la cabeza y miró al suelo durante unos segundos hasta que pudo controlarse mientras intentó  respirar pausada y rítmicamente con el fin de calmar su ansiedad. "Así, despacio". "Respira". "No hay prisa". "Nadie te espera". Con estas consignas pretendía infundirse la serenidad necesaria para ahogar sus temores.
Al poco rato, sus pasos retomaron el camino de un modo firme, regular, constante y acompasado. Ascendía la cuesta pensando si encontraría lo que esperaba o si, de nuevo, se descubriría en un callejón sin salida al que tener que hacer frente. Estaba cansada y no creía que pudiera superarlo una segunda vez así que se encomendó a quien fuera que pudiera ayudarla, ya que no creía en milagros ni esperaba ser defendida por diversas divinidades  que tendrían algo mejor que hacer que estar pendiente de sus cuitas y desgracias.

   "Sabía que pasaría", se reprochó. Si, lo sabía. Pero no pudo evitarlo. Como la crónica de una muerte anunciada ella sabía que todo acabaría volviéndose en su contra pero no tuvo el valor de afrontarlo a su debido tiempo y ahora sufría las consecuencias de su indecisión. No cabía quejarse ni expresar el menor arrepentimiento puesto que era más que consciente de las complicadas situaciones en las que se encontraría inmersa debido a sus errores pasados. "No te quejes, es lo que hay. Tú solita te lo has buscado. Ahora no tienes más remedio que resolver la papeleta de la mejor manera posible". Se autocensuraba y se castigaba por no haber sido capaz de controlarse ni haber hecho caso de su conciencia aquel día que, acuciante,  le avisaba de los peligros futuros. No, ella tenía que tomar el camino fácil. Pues ya lo tenía. Aunque fácil, fácil.... no había sido tampoco. Meneó la cabeza en gesto de descorazonada desazón desaprobando su conducta mientras exigía de sus piernas la fortaleza necesaria para llegar hasta el final de aquel largo camino.

   Cuanto más se acercaba a la cima más lentos eran sus pasos y más pesado le parecía su cuerpo. Empezaba a dudar. ¿Realmente lo iba a hacer? ¿Seguro que no quedaba otra solución? No le parecía tan buena idea ahora. Su mente batallaba consigo misma dividida como estaba ante lo inminente. ¿Había revisado todas las alternativas posibles, todas las opciones? ¿Era necesario? Tal vez pudiera sortear las circunstancias contrarias sin tener que recurrir a tan radical solución. ¿Seguro que...? "Ay, cállate ya", se dijo a si misma con rabia desaforada. "Ya he revisado una y otra vez todas las soluciones posibles y no queda otra opción que la que he tomado. No me vengas con esas ahora que estamos a punto de acabar. No me falles ahora." Esta vez, sus palabras sonaron en un susurro, suavemente, como cuando se trata de convencer a una niña pequeña de que se tome la medicina que no le va a gustar o cuando se le va a poner un pinchazo que le va a doler,  aunque sea necesario.
¿Entonces, así era como iba a acabar todo? Bajó los hombros en gesto de impotencia y se concentró en un punto del horizonte preparándose para saltar. Porque esa era la genial solución a sus problemas. Saltar. Apenas se daría cuenta, pensaba, de la caída. No tendría tiempo de pensar mucho puesto que eran apenas unos veinte metros, calculaba. Eso era poca cosa en caída libre. Tal vez si agudizara sus sentidos en las sensaciones que percibía, apenas se diera cuenta.

   De pronto, y sin avisar, le vino a la cabeza la imagen de aquel perro de su vecina el día que se revolcó en el charco que había justo debajo de las escaleras de entrada al edificio. Recordó cómo se dedicó a restregarse bien en él hacia un lado y otro mientras su dueña trataba, en un intento vano, de hacerle ponerse en pie para mantener la mayor parte de su cuerpo, recién bañado, fuera de los grumos marrones que flotaban en aquel fango formado por una tubería deteriorada que no había sido arreglada a tiempo. Y empezó a reír cuando recordó cómo se dedicó a estampar sus patazas llenas de barro sobre la  camisa y los pantalones de la muchacha quien no sabía cómo controlar a su mascota para que no siguiera ensuciando su ropa de aquella manera. Al final habían acabado las dos llenas de barro y muertas de risa ante el desastre provocado por el barro sacudido del cuerpo juguetón de ese maldito perro.
Su risa se convirtió en sonrisa y luego en ligero gesto distendido de sus labios conforme volvía a la realidad sin entender cómo era posible que aquel recuerdo llegara a ella justo en ese momento. Era algo totalmente absurdo pero no le dio mayor importancia porque su cerebro ya estaba maquinando la nueva estrategia para echarse atrás. Solo que esta vez ella lo paró a tiempo. Ya no había vuelta atrás. Ya estaba decidida y era mejor dejarlo estar. Con esta idea en mente giró hacia la izquierda y se dispuso a caminar con la vista al frente, sin parar.

   Ya se estaba acercando al filo del precipicio cuando se tropezó con lo que seguramente serían las raíces de un árbol. Trastabilló un poco y recuperó en seguida el equilibrio. Ya nada le importaba y nada la retenía así que siguió adelante sin más. Estaba muy cerca ya, era consciente pero no quería pensarlo mucho. Que fuera lo que tuviera que ser.
Pero no sucedió lo que ella esperaba. Alguien le estaba hablando y agarrando por los hombros. No entendía qué estaba pasando. No entendía lo que le decían. Solo veía a una mujer de más o menos su misma edad gesticulando muy alterada y dirigiéndose hacia ella. No  entendía lo que le decía. Debía de estar hablando en algún idioma desconocido porque no era capaz de interpretar aquellos sonidos tan guturales.

   La mujer calló al ver la cara tan asombrada de quien le acababa de pisar. Ni siquiera se había dado cuenta de que no había tropezado con ninguna raíz sino con las piernas de aquella mujer que la miraba entre asustada y enfadada. Quedaron calladas y mirándose mutuamente. La primera en hablar fue la aspirante a suicida. Abrió la boca y no le salió sonido alguno así que permaneció en el sitio sin saber qué hacer. La mujer que tenía en frente le hizo un gesto amistoso con la mano invitándola a seguirla y, como no tenía fuerza ni convicción para sustraerse a semejante proposición, se dejó llevar. Aquella situación tan absurda se estaba empezando a parecer a uno de esos programas de cámara oculta en los que se hacen bromas muy pesadas de las que luego tienes que reírte para quedar bien delante de todo el mundo de forma que no te tomen por una idiota redomada.
Se paró cuando su acompañante le hizo sentarse delante de una tienda de campaña en la que lucía un foco de linterna tenue y en donde se veía extendida una esterilla de esas que se usan para la ocasión. Se sentó allí mientras la mujer se metía en la tienda a buscar algo que resultó ser una botella y un par de vasos de plástico.
Eso, era el momento perfecto para brindar.

   La idea le resultó tan rematadamente fuera de lugar que se rió a carcajadas, como una loca, soltando toda la tensión acumulada y arrastrándola fuera de sí con un  buen par de lagrimones que aparecieron en sus ojos y resbalaron suavemente por sus mejillas. Al llegar a sus labios, se los tragó.
La mujer le ofreció una especie de té con sabor a rosas y lo degustó paladeando cada sorbo, cada gota. No sabía si tendría alguna mezcla especial en la bebida pero al poco rato notó que se sentía más relajada. Respiró profundamente y brindó con ella a la vez que le daba las gracias. Permanecían calladas y con la mirada perdida en su propios mundos sintiendo el calor y la cercanía de la otra persona a su lado. La noche era agradable y acabaron tumbadas una junto a la otra mirando las estrellas que se asomaban en el cielo.
El amanecer las descubrió dormidas plácidamente. No despertaron ya.
Anyway the wind blows...

polichinela


kermit

Anyway the wind blows...

kermit

                                                                                                          LA COMUNIDAD

La reunión empezó animada pero había bajado su ritmo inicial y estaba dejando de ser interesante así que pequeños grupos de dos o tres personas abandonaban la sala, abarrotada en un principio, mientras el orador trataba de captar la atención del resto del auditorio. Sentí un ligero movimiento a mi izquierda y una mano que me apretaba el hombro en señal de despedida. Ya había sobrepasado la hora con creces y hacía tiempo que debía haberme marchado de allí pero no pude dejar de pensar en toda aquella pobre gente sin posibilidad de solución esperando la respuesta unánime de la comunidad.
A mi alrededor veía las caras escépticas de varios vecinos mirando con aburrimiento hacia una pantalla que no dejaba de proyectar datos y más datos sobre una posible e inminente catástrofe. Algo similar a una debacle apocalíptica que, de confirmarse, acabaría con la comunidad al completo y llevaría a la dispersión de sus habitantes hacia distintas zonas, cercanas,  más seguras.

   Toda la comunidad se había congregado allí para disipar sus temores y saber cómo actuar ante tal situación. Aunque ahora, pasados los primeros momentos de pánico, nadie parecía echarle mucha cuenta. La nueva fábrica, aún en construcción y no muy lejana a los confines del poblado, era la causa de tanto revuelo.  Ya lo habían advertido los grupos ecologistas de la zona por la posibilidad de fugas tóxicas que acabaran consumiendo la fertilidad de aquellas tierras y arruinando el bello paisaje, atractivo turístico que aportaba a su comunidad pingües beneficios a lo largo de todo el año y que daba de comer a varias familias de la localidad.
El orador concluyó sus razonamientos y exposiciones y la sala quedó vacía en pocos minutos entre murmullos y risas a media voz causadas por maliciosos chistes a expensas de la ignorancia de quienes consideraban la situación de simple tomadura de pelo.

   Yo permanecí en mi asiento atento a los comentarios de quienes pasaban a mi alrededor. Para eso me habían contratado. Para eso y para extender en el pueblo todo tipo de rumores respecto al peligro inminente que se cernía sobre la pequeña comunidad. De la pericia y la perspicacia de mis comentarios dependía en gran parte toda la operación y por eso todas las miradas se concentraron en mí en cuanto se cerraron las puertas de la sala que ejercía las funciones de cine, teatro y polideportivo de aquel apacible paraje.
"¿Y bien? ¿Qué debemos hacer ahora, Sr. Palacios?" Cinco hombres de mediana edad se aproximaron hacia donde yo estaba sentado, cogiendo cada uno de ellos una de las sillas que se encontraban en mi misma fila, y se colocaron  en rededor, formando un círculo, esperando una respuesta que no llegaba. Les notaba impacientes y reacios. No se fiaban de mí y lo mostraban sin tapujos pero como sabían de mi fama y buena reputación  no osaban expresar sus dudas en voz alta. Por eso no me di prisa en contestar. No me gustaban. Demasiado ansiosos por prosperar y conseguir una posición ventajosa frente a los demás. Demasiado faltos de escrúpulos para llegar a su meta a base de pisotear a quien fuera necesario con tal de lograr su objetivo final: Dinero y más dinero. Todo se reducía a eso.

   Empezaba a hartarme de todo y de todos. Hubo un tiempo en que yo también había vivido en ese mundo y  mostrado los mismos deseos de poder que reflejaban sus caras pero, afortunadamente, el destino me había empujado hacia otro lado en el momento adecuado desviándome de mis indeseables proyectos. Aunque, al principio, no lo consideré tan favorable como lo veo ahora. En realidad, no me gustó nada verme tirado en una carretera desde un vehículo en movimiento, en mitad de la noche y en una zona deshabitada donde no se encontraba luz alguna que hiciera presagiar la proximidad de vida humana. Tuve que caminar durante cinco largos días antes de encontrarme con un pequeño asentamiento  nómada que me acogió con exquisita hospitalidad.

   Después de aquello, decidí que me vengaría de todos. Y durante varios años me dediqué a espiar a las personas que me habían hecho pasar por aquella desagradable experiencia que casi acabó con mi vida. Gracias a mis contactos, buscaba y guardaba todo tipo de información que pudiera serme útil en un futuro para chantajearlos a voluntad y tenerlos bajo control. Así es como fui creando un personaje ficticio que, bajo una apariencia de hombre de negocios desapegado de todo excepto del dinero, tramaba todo tipo de argucias y maquinaciones para provocar el desplome en bolsa de valores firmes o para revalorizar otros en función de las fluctuaciones de quienes me contrataban y de sus intereses.  Y debía ser condenadamente bueno porque no paraban de llamarme reclamando mis servicios.
En esta ocasión, la llamada provenía de una pequeña sociedad de apenas siete miembros que habían descubierto y localizado petróleo en grandes cantidades; o eso era lo que suponían en base a los datos previos obtenidos. Pero la zona coincidía en longitud, más o menos,  con la extensión del poblado en el que se encontraban ahora y al cual trataban de convencer de que debían desalojarlo de inmediato ante una más que probable catástrofe de índole químico-nuclear. Necesitaban comprobar in situ si aquella era la zona indicada pero sin levantar sospechas, puesto que no deseaban que nadie se enterara de sus negocios ocultos. Si el plan previamente trazado daba resultado, tenían pensada una segunda fase en la que se preparaba el realojo de los habitantes en otras viviendas de una urbanización de lujo a cambio de los terrenos tóxicos en los que se habían convertido sus propiedades. El plan B incluía blindar la zona haciendo creer a sus habitantes que se había producido una fuga tóxica de tales dimensiones  que imposibilitaba la permanencia humana en la zona.
   
   Por supuesto, toda esta patraña se había puesto en marcha con una campaña previa en la que se había informado a través de distintos medios y a quien así lo deseara, por parte de un grupo de supuestos líderes ecologistas, de los futuros peligros, más que de los beneficios, que aquella fábrica aportaría a las gentes del pueblo. Todo había estado muy bien organizado para sembrar de dudas y rumores la construcción de lo que suponían daría de comer a muchas familias del lugar.
Él mismo se había encargado de fomentar dichas dudas de forma que cuando llegara el momento oportuno todo el mundo estuviera dispuesto a creer, sin sombra  de duda, en la posibilidad real de la devastación de la zona y se aprestaran a vender sus tierras para preservar parte de su patrimonio y mantener un hogar donde vivir.

Sin embargo, los comentarios eran sarcásticos y aún no se lo tomaban en serio. La necesidad de dinero para el pueblo eclipsaba y acallaba todos los temores que se pudieran derivar de un peligro que aún no se consideraba real. Eso iba a cambiar en pocos días. Así era como estaba previsto en el proyecto que había presentado con todo lujo de detalles a sus clientes y pagadores donde expresaba con claridad las fases que cabía esperar hasta  lograr el objetivo fijado.
"Tranquilícense, señores. Todo marcha según lo programado". Con esta frase sentenciosa atajó toda duda que tuvieran y les hizo callar. No tenían nada más que añadir. Se levantó y les dejó allí plantados, expectantes, incrédulos aún pero temiendo mostrar sus temores ante  quien suponían un experto que sabía lo que se hacía y cuya fama había crecido espectacularmente en los  elitistas círculos a los que en breve pretendían  acceder y de los cuales deseaban formar parte.

   Salí a la fría tarde de otoño agradecido por notar el fresco viento en mi cara,   alentado por la forma de manejar la situación así como por el cariz que iban tomando los acontecimientos. Si no me fallaban los cálculos en poco tiempo aquellos que se frotaban las manos ansiosos ya de ver el resultado  positivo de las prospecciones y solo pensaban en llenarse bien los bolsillos aprovechándose de la desgracia ajena verían reducidas sus expectativas a una estrecha celda de la cárcel pública correspondiente. Pero aún debía realizar un par de gestiones más que apoyaran mis planes y me permitieran demostrar fehacientemente el complot que se estaba organizando a espaldas de toda ley a la vez que me procuraba a mí mismo una contundente coartada para salvarme de la onda expansiva que la bomba  informativa, sin duda, haría estallar en cuanto todo se destapara a la opinión pública.
Con estos objetivos en mente me dispuse a hacer uso, nuevamente, de mis contactos para coordinar la puesta en marcha de una operación de emergencia que incluyera el mayor número  posible de  medios televisivos, radios y prensa escrita, tanto locales como nacionales.

   Ya era bien entrada la madrugada cuando comenzaron a escucharse sirenas en la silenciosa carretera que servía de entrada al poblado. Al principio no hubo una reacción de pánico generalizada sino que fue como un controlado movimiento de idas y venidas recogiendo algunos enseres de primera necesidad que permitieran pasar la noche en el lugar destinado para ello. Nadie se sorprendió ni mucho ni poco cuando por los megáfonos fueron escuchando la previsible rotura de una de las tuberías y el riesgo que ello conllevaba, por lo que se les invitaba a que salieran de sus casas para ser trasladados a otro lugar más seguro hasta que pasara la emergencia.
La primera fase del plan estaba desarrollándose conforme  mis previsiones. Los inversores estaban contentos y sus semblantes ya no mostraban recelo sino distensión, incluso empezaban a bromear conmigo tildándome de cabronazo hijo de puta que había conseguido el objetivo sin levantar la menor sospecha. Esto era de vital importancia para ellos porque cualquier descuido podría hacer que se enteraran las personas equivocadas y acabaran con sus planes en otras manos más poderosas dejándoles sin nada.

   Si, todo estaba saliendo a la perfección. El desalojo se estaba haciendo de forma ordenada a una hora en la que nadie tendría puesta su mirada en ellos. Tal vez, al día siguiente, por la mañana, se filtrara información a través de los propios desplazados quienes desearían conocer la última hora de la situación en Internet o hablarían con sus familiares sobre la situación que estaban viviendo. Aún así, contaba con las horas suficientes como para crear el caos necesario de información  que hiciera difícil reconocer la situación real en la que se encontraban. Fuera como fuese, una vez se descubriera la verdadera maniobra ya sería demasiado tarde y todo se habría destapado ya en forma de notición informativo que sería publicado en la mayoría de las cadenas del país en grandes titulares.
Mientras los miembros de la sociedad brindaban por el éxito de la operación y fantaseaban con los beneficios desorbitados que contaban  sacar del negocio petrolífero, yo me dediqué  a escabullirme entre las sombras de la noche, como si de un paseante nocturno se tratase, dispuesto a alejarme de todo aquello que tanto odiaba para volver a mi tienda en el poblado nómada donde  dos cuerpecillos de apenas tres años, arrebujados bajo una tupida y peluda manta, me esperaban para desayunar junto con la familia de mi joven esposa, quienes me creían viajando a mi país. Era costumbre mía desaparecer por un período más o menos prolongado de tiempo por lo que nadie se extrañaba ya de mis repentinas idas y venidas. Lo importante era que cuidaba bien de la familia y solía traer medicinas y otras mercancías necesarias y útiles para la tribu así que mi vuelta al poblado, en realidad solía convertirse en todo un acontecimiento.
Anyway the wind blows...


¡CUIDAMOS LA PÚBLICA!

'