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SOLO LETRAS

Iniciado por kermit, 18 Agosto, 2014, 08:50:21 AM

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kermit

                                                                     OSCURIDAD

   Abrió la puerta y contempló, atónita, cómo el cielo cambiaba de color pasando de un azul pálido a un gris ceniza, casi negro, que ocultó el horizonte y convirtió el día en noche cerrada aun siendo las dos de la tarde. Apenas tuvo tiempo de reaccionar y volver a cerrar la puerta cuando ya la oscuridad lo había inundado todo. Sintió la extraña sensación de estar viviendo un sueño con los ojos abiertos y notó cómo una pesada atmósfera de silencio acompañaba a la oscuridad para instalarse a su alrededor.
Permaneció indecisa frente a la puerta cerrada y, tras varios minutos en los que sopesaba los pro y los contra de abrir o no de nuevo, se decidió a coger el pomo para girarlo. Inmediatamente notó cierta corriente de aire que procedía del exterior, como si la estuviera llamando, y que parecía formar una especie de pasillo que indicaba el camino a seguir. Comprobó que cuando se giraba más de lo necesario hacia un lado u otro la corriente se cortaba abruptamente, dando paso a la densa y pesada atmósfera que la envolvía. Siguió el camino durante unos pasos más pero en cuanto se sintió alejada de la seguridad de su hogar, sin divisar nada más que la inmensa oscuridad, volvió temerosa sobre sus pasos cerrando la puerta tras de sí como queriendo dejar fuera sus   propios fantasmas.

   Acababa de despertar pero no sabía qué hora sería puesto que la oscuridad, obstinada, permanecía acechando tras la puerta y las ventanas de la casa. Las líneas no funcionaban por lo que estaba técnicamente incomunicada; nada de teléfono, radio o Internet. Atrapada en su propia casa sin atreverse a salir al exterior. Pensó en acercarse a casa de su vecina pero recordó cómo la oscuridad lo envolvía todo convirtiéndolo en una negrura impenetrable. Se sentía como el personaje de un cuento infantil, perdida en medio de un mundo desconocido y temerosa. No era la actitud que esperaba de ella misma, tan segura como solía ser en diferentes situaciones, obligándose a vencer aquella sensación de pesadumbre si consideraba la posibilidad de averiguar qué estaba pasando en el resto del mundo y a qué se debía semejante fenómeno.
Tuvo que coger fuerzas y luchar contra su propia lógica para salir de nuevo a lo desconocido convencida como estaba que no cabía más alternativa que avanzar, si realmente quería llegar a saber. Nada de permanecer acorazada en su casa a la espera del desarrollo de acontecimientos; nada de andar pasivamente esperando una respuesta que no llegaba o la resolución del problema con la simple estrategia del avestruz escondiendo la cabeza bajo tierra. Con los ánimos renovados pareció adquirir la determinación necesaria para salir al encuentro de lo que tuviera que ser con tal de descubrir lo que ocurría. Necesitaba saber qué estaba pasando.

   Siguió de nuevo la corriente, que la desviaba de la casa de sus vecinos más próximos, sin ser consciente de que se había alejado tanto de su propia casa que ya no podía divisarla. Cuando se dio cuenta, era demasiado tarde. Ninguna corriente la devolvía a ella; parecía que se hubiera acabado justo detrás suyo. Solo quedaba avanzar.

   Por tanto, avanzaba, sin saber hacia dónde puesto que todo a su alrededor era un inmenso océano de negrura. No escuchaba otras voces y, aunque ella había intentado gritar con todas sus fuerzas por si alguien pudiera escucharla, no había obtenido respuesta a las llamadas que ocasionalmente surgían de su boca con la esperanza de encontrar oídos atentos y deseosos de percibir alguna señal, al igual que lo estaban los suyos.
Era extraño pero no tenía ninguna sensación de hambre ni de cansancio, ni de sueño ni de cualquier necesidad básica a las que el género humano suele ser adicto para poder subsistir. No había forma de saber cuánto tiempo había estado caminando; ni la distancia recorrida; ni la proximidad a cualquier objeto de los que previo a la "noluz" –como ella misma denominaba a ese período de días pasados-  había en el mundo conocido.

   Se paró en seco; aguzó el oído y salió de la corriente en dirección hacia aquel remoto pero cada vez más perceptible parloteo de lo que se podría considerar como conversación de pareja (distinguía claramente dos timbres de voz bien diferenciados). No le dio tiempo a pensar siquiera en qué pasaría una vez aquellas voces, por momentos más audibles y reconocibles, quedaran mudas y ella permaneciera perdida, envuelta por esa densa oscuridad y alejada de la  corriente que la guiaba, no se sabía hacia donde, pero que al menos le proporcionaba cierta expectativa.
Ya estaba muy cerca y aún así no podía distinguir forma alguna que indicara vida a su alrededor. Preguntó dudosa si había alguien cerca y las voces callaron al instante. "¿Has sido tú?" exclamó una voz aguda dejando la duda suspendida durante unos segundos. "Que yo sepa no soy yo quien se dedica a las bromas de mal gusto sino tú. Yo solo trataba de convencerte de que..."

   "Por favor, habladme, no calléis; decidme quién o dónde estáis que pueda acercarme a vosotros. No puedo ver nada pero he seguido vuestras voces desde la distancia". Silencio. Susurros. Deben estar muy cerca, piensa, si puedo escucharlos. Calla mientras procura interpretar los sonidos que le llegan desde un lugar impreciso, probablemente en diagonal desde su espalda, tratando de localizarlos. "¡Shhhhhhh! Será uno de ellos, mejor no arriesgarse". Silencio de nuevo.
Se mueve despacio con las manos extendidas, como si estuviera jugando a la gallinita ciega tanteando el espacio hasta topar con algún jugador oculto a quien descubrir. Por un momento siente cerca el roce de un tejido y un respingo, un grito reprimido. Necesita saber que hay alguien, que no está perdida en su propio mundo interior sino que es una circunstancia global que afecta a los demás también. Siente miedo al pensar en la posibilidad de verse perdida en los recovecos de su mente sin más orientación que su extraviada percepción de la realidad.

   Permanece alerta. Atenta a cualquier posible movimiento. Sabe que está cerca; puede escuchar su respiración. Retrocede y choca con alguien, o algo. Trastabilla y vuelve a recuperar el equilibrio mientras gira para  agarrarse instintivamente a la persona que permanece sigilosamente a la expectativa, quien acaba lanzando un grito de dolor al verse atrapada por unas manos desconocidas. El forcejeo dura apenas unos segundos.
"Me has asustado, no te veo y pensé que serías uno de ellos tratando de engañarnos".

   Otra vez ellos. ¿Quienes se supone que eran ellos? No importaba eso ahora; era una sensación agradable tropezar con otra persona en aquella penumbra y sentir su compañía. Buscó su mano y se agarró con fuerza temiendo se le escapara de nuevo. "No sé quienes son ellos o quién se supone que somos nosotros pero me alegro de haberos encontrado".
Si, era agradable sentir el calor de otra persona.

   "Lo que no entiendo es que no se sienta aquí la corriente al igual que la sentía antes. De hecho, desde que salí de su "regazo" me siento cansada, hambrienta y sucia. Deberíamos buscarla de nuevo para ver dónde conduce". Murmullos. Las dos voces intercambian posturas enfrentadas: una se muestra ofendida y preocupada; la otra trata de tranquilizarla y contemporizar.
Escucha la conversación sin intervenir. Sabe que si está a su lado es por casualidad. Una parte la rechaza mientras la otra parte la tolera. No debe mostrarse impaciente ni atosigar en demasía. Debe mantenerse en un adecuado segundo plano a la espera de las deliberaciones. No sabe con quien habla ni cual de las dos partes es la predominante. Deberá aprender a escuchar para averiguarlo; Puesto que no puede verlas deberá agudizar sus otros sentidos para compensar la falta de datos.

   "No sabemos a qué te refieres con esa corriente, nosotros no hemos sentido nada", dijo la voz aguda. "Simplemente todo lo que conocíamos hasta entonces de pronto pareció eclipsado por esta, esta... lo que sea" dijo la otra voz soltando un bufido contrariado.
Les explicó cómo, desde la puerta, había visto avanzar aquella oscuridad que engullía todo cuanto encontraba a su paso y cómo, ella, había permanecido en su casa durante no sabía cuánto tiempo hasta reunir el valor suficiente para salir a enfrentarse con su nueva realidad de la que ignoraba todo y a la que temía. Una precaución de lo más normal dado lo extraño de la situación y la pérdida de todo punto de referencia al que estaba acostumbrada.

   Después de esto, pensaba que se abrirían más a ella o que, al menos, le contarían cuál había sido su experiencia pero, nada más lejos del mutismo con el que sus acompañantes rehuían todo tipo de acercamiento. Que quedara claro que no sentían ningún interés por simpatizar con ella; aunque quien estaba a su lado mostraba un cálido recibimiento tras el natural rechazo inicial ante la desconocida y ya no trataba de zafarse de aquella mano que cada vez apretaba con menos fuerza para convertirse en un amable y descuidado entrelazar de dedos acompasando el rítmico caminar.
Avanzaban en silencio siguiendo no se sabía qué rumbo. Tal vez ellos sí sabían dónde ir mientras que ella, se dejaba llevar. A veces, trató de forzar un cambio de dirección cuando notaba alguna corriente cercana pero, en esos casos,  la voz aguda protestaba y hacía que se desviaran de esa senda.

   Una vez notó tan cerca la corriente que, de un tirón, hizo  que quien estaba a su lado entrara en ella y también la sintiera. La curiosidad le llevó a permanecer allí unos instantes mientras trataba de convencer a la otra parte sobre la inocuidad de la misma en contra de lo que pensaban. Escuchaba cómo en susurros argumentaba a favor de dejarse guiar por ella mientras no implicara nada nocivo o pernicioso y les permitiera continuar la marcha.
Parecía haber convencido a la voz aguda, de la cual no volvió a saber ya más. No tenía forma de comprobar si era porque se habría separado de ellos o porque había admitido su derrota y asumido el nuevo orden de la situación. Tampoco sabía, en caso de que la hipótesis de la escisión fuera la acertada, cuál fue la razón que provocó que quien seguía agarrado a su mano no hubiera tratado de evitarlo, dejándola partir.

   Pasados unos veinte minutos, dio la impresión de que la oscuridad se mostraba  menos densa y que el tono se iba aclarando por momentos asomando un cielo cada vez más perfilado pasando del inicial color negro noche al gris oscuro, gris marengo, gris perla, gris ceniza y vuelta al cielo azul que solían recordar.
Todo sucedió tan de repente que se miraron sorprendidos, aun con las manos enlazadas. Se soltaron de inmediato mientras se contemplaron unos segundos sin saber qué decir. Al fin se encontraban cara a cara y podían contemplar el rostro de la persona que había pasado los últimos minutos, si no horas, a su lado; la misma que le había ofrecido su compañía y le había proporcionado cierta humanidad y esperanza.

   Quiso decir algo pero se quedó con las palabras suspendidas de los labios al escucharle hablar en un tono tan coloquial y fuera de lugar: "Bueno, parece que esto es todo. Al fin vuelve el río a su cauce. Debo partir". Y ofreciéndole su mano le dio un último apretón afectuoso antes de dar media vuelta.
"¿Y esto es todo?", logró pronunciar un tanto confusa. "¿No te parece extraño lo que ha pasado ni deseas saber por qué?". Le miraba atónita sin comprender que aquella persona no demostrara el menor deseo de saber. "No; no todo tiene por qué tener una explicación. Así está bien. Cuídate". Y se fue dejándola en un mar de dudas que no podría despejar nunca y a las que nunca podría dejar de dar vueltas y más vueltas sin obtener una respuesta satisfactoria.
Anyway the wind blows...

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                                                                            AIRE

   La llave se había quedado atascada, posiblemente debido al exceso de recuerdos contenidos en aquella caja que, necesitada de mayor espacio, se expandía hasta sobrepasar sus límites haciendo que la cerradura estuviera tan oprimida que el pestillo no tuviera movilidad suficiente. No cedía. Tuvo que apretar bien la parte superior de la caja y presionar a ambos lados para que, al fin, emitiendo un chirrido en forma de quejido, la llave rotara en su cerradura  liberando la presión que contenía aquel pequeño mundo superpoblado.
Al instante, la caja se abrió. La tapa se elevó como un resorte dando un pequeño susto a quien trataba de abrirla y a quien se había apartado de un empujón sin contemplaciones , dejando su marca en uno de los dedos de la mano izquierda al haber osado  interponerse en su ansiado camino hacia la libertad. Ahora tenía aquella marca de la esquina en el lateral de su dedo anular; y le dolía. Esto hizo que por un momento se olvidara del contenido que aguardaba ser descubierto en su interior.

Llevaba tiempo buscando el momento adecuado en el que explorar aquellos recuerdos pero nunca encontraba la ocasión. Aquellos últimos días de finales de otoño estaban convirtiéndose en agotadoras sesiones de múltiples reuniones con unos y otros buscando la  opción que mejor satisficiera a las distintas partes implicadas en aquel asunto. Y ella era la mediadora, vaya ironía. Dudaba que se le hubiera escogido por su habilidad diplomática sino más bien  por las escasas alternativas que ofrecían el resto de personas que habitaban aquel bloque de vecinos. Apenas eran seis familias las que ocupaban sus viviendas y tres de ellas eran las que habían entrado en conflicto a cuenta del jardín que servía de entrada al edificio. Las otras dos, sin ser familiares directos de una forma u otra, mostraban claramente sus preferencias. Sin embargo, yo era neutral; O, para ser más exactos, yo pasaba de todo aquel asunto. Por mi, podían hacer con la entrada lo que les viniera en gana siempre que me dejaran en paz. Pero, me incomodaba moverme en un ambiente hostil y preferí asumir el papel que se me había asignado.
Solo que ahora no tenía intención de permanecer en el presente. Quería volver a su pasado; O mejor aún, revolver en él. Apartó de su mente los problemas de la comunidad y se lanzó de lleno al descubrimiento de sus pequeños tesoros.

   Lo primero que vio al enfocar su mirada sobre aquel revoltijo de viejos rastros abandonados fue aquel frasco vacío. Un rótulo desdibujado y medio despegado aparecía en la parte superior: PLAYA 2145. No lo reconoció. Siguió inspeccionando el contenido de la caja que le fue despertando una melancólica sonrisa en los labios conforme volvía a los lugares y situaciones que le evocaban: una servilleta firmada por innumerables amistades de las que apenas se acordaba; tapones de corcho con su correspondiente fecha escrita y casi ilegible; fotografías de grupos de personas celebrando diversos acontecimientos en diferentes lugares (donde apenas lograba identificarse)... llaveros, postales, alguna carta, pequeños adornos y diferentes amuletos.
Separó las cartas, las fotografías y un par de folios. Recordaba quién se los había dado pero no por qué motivo. Quería empaparse bien de ese pasado que se le hacía esquivo y se escondía en los recovecos de su mente jugando al escondite con ella, no permitiéndole acercarse a él. No recordaba casi nada de aquello y necesitaba tiempo para aclarar y acomodar su maltrecha memoria.

   Con sus pequeños tesoros en la mano, se sentó cómodamente en el sofá esparciendo aquellas  partículas de memoria a su alrededor.
Las fotografías ofrecían un estímulo inmediato trasportándola al lugar en el que habían sido tomadas. Reconoció a sus antiguos compañeros de instituto en varias de ellas rememorando ese alocado viaje de fin de curso del que todo el mundo tiene historias que contar a la vuelta, bien por haber sido protagonista en primera persona bien por haber formado parte como figurante de un momento especial. No asignaba un nombre a la mayoría de las caras y apenas recordaba  poco más que lo mostrado en las imágenes pero la sensación que la envolvía era de agradable experiencia compartida.

Maldiciendo de nuevo su memoria por negarla alcanzar su objetivo haciéndola olvidar aquellos días pasados, trató de completar los fragmentos de aquel viaje buscando desesperadamente algún objeto, de entre los que se encontraban desparramados a su alrededor, que le hiciera recordar aunque fuera el más mínimo detalle. Tal vez así pudiera ir desenredando sus recuerdos, mezclados en el tiempo y el espacio, liberando del pasado imágenes ocultas - como en los juegos en los que solía meterse a veces, por simple distracción, donde una pista conducía a la siguiente hasta conformar la solución del enigma que abría la puerta al éxito.
Manipulaba los diferentes objetos haciéndoles girar en su mano mientras trataba de dejar su mente en blanco, libre para imaginar lo que estos le sugiriesen; en alguna ocasión le había sacado partido a aquella estrategia pero, en general, no le había dado grandes resultados. 

   Una vez inspeccionado todo, su curiosidad saciada y su necesidad de saber calmada, se dedicó a colocar de nuevo en el interior de la caja,  de la forma más ordenada posible para aprovechar el espacio disponible, todos los objetos que había conservado durante tanto tiempo. Cerró la tapa y giró la llave que, esta vez, no opuso la menor resistencia.
Miró la caja agradecida por conservar sus recuerdos perdidos antes de levantarse con intención de devolverla a su lugar, hasta otro momento en que deseara sumergirse de nuevo en aquel micro universo conformado por los fragmentos de lo que en un tiempo pasado fuera su vida.

   No tuvo los suficientes reflejos para evitar que se precipitara desde lo alto. Con un cristalino sonido se deshizo en mil pedazos al chocar contra el suelo, no quedando de lo que anteriormente había sido un pequeño frasco alargado mas que el tapón que lo mantenía cerrado y aquella pegatina, un tanto despegada, con sus números balanceándose en el vacío. No se había dado cuenta  que  había permanecido oculto bajo su cuerpo, al sentarse, y ahora había vuelto a salir a la luz de la forma más incierta y arriesgada.
¿Se lo había parecido a ella o había intuido, aunque vagamente, el aroma salino del mar?

   De repente, una imagen. Breve. Fugaz. Un recuerdo largamente olvidado que volvía a ella tras la estela de un olor aparentemente encerrado en un bote de cristal o recreado por una mente vívida. Y un nombre, al fin: Dani. Se quedó pensativa saboreando ese nombre. Fue su primer beso, ¿Cómo pudo haberlo olvidado? La nostalgia calló por sorpresa sobre ella sin posibilidad de huida, atrapándola por todo lo que restaba de día.
No pudo concentrarse en nada y todo le devolvía siempre al mismo sitio: aquella playa; un anochecer antes de regresar a su vida cotidiana y dejar atrás aquel maravilloso verano lleno de juegos, amigos, salidas nocturnas y Dani, claro. No volvieron a verse nunca más después de aquello y nunca quedó claro para ella que hubiera sido algo significativo en realidad, pues pensaba que más bien había sido una especie de resignado reconocimiento de lo que empezaba a ser evidente ante todos menos para ella misma. ¿Era un gesto de aceptación o simplemente un juego travieso? Nunca lo supo, pero prefería pensar que aquel beso fue un acto de amistad. Una amistad diferente a las que había conocido hasta entonces pero amistad al fin y al cabo.

   Tardó en dormirse aquella noche, pensando en la confusión que siguió a aquel beso. Recordaba cómo aquel día, después de ese suceso inesperado, los dos se separaron un tanto tímidos, cada cual retomando el camino a su casa, sin osar mirarse por si acaso estropeaban el momento creado y alguno de los dos cometía el error de reírse o de reincidir. Camino de su casa se sentía extraña. No es que le hubiera desagradado la situación en sí sino que no acababa de darle la ubicación precisa a aquel tipo de amistad. No se sentía cómoda aunque, por otra parte, deseaba que sucediera de nuevo.
Supuso que al día siguiente las cosas cobrarían un nuevo sentido o que acabaría por entenderlo pero, desgraciadamente, ya no volvió a ver más a su amigo Dani; aquella mañana temprano regresaban a su casa recortando  unos días sus vacaciones por motivos laborales de la madre ¡y no se lo había dicho! No sabía si odiarle por eso. Le pareció una traición.
Y eso fue todo. Su primer beso y su primer desengaño. Después vendrían otros, claro, pero ninguno fue merecedor de hacerse un hueco en su memoria.

   A la mañana siguiente no tuvo tiempo de acordarse ni de su nombre: el trabajo le reclamaba y después debía asistir a la reunión vecinal en la que encontrar la manera de acercar posturas y lograr el definitivo cese de hostilidades entre las familias implicadas, que no hacían sino crispar a todos los que estaban sufriendo aquella guerra entre bandos rivales. Estaba cansada de tanto enfrentamiento y propuso que se dividiera la zona en partes iguales para que cada cual hiciera con su parte lo que deseara dejando vía libre a todo el mundo de utilizarla como mejor le conviniera sin molestar a los demás. Aquello provocó todavía más revuelo y al final se unieron todos en contra de aquella idea, que les parecía de lo más absurda, volviendo a retomar la idea inicial como mejor opción y acabando con las partes en conflicto felicitándose de lo bien que quedaría el jardín.
Me fui de allí contenta de saber que todo parecía resuelto. Lo que hicieran o dejaran de hacer con el espacio compartido, no me preocupaba ni mucho ni poco; tenía cosas más importantes en las que pensar como para perder el tiempo en pequeñas cuestiones estéticas o de orgullo familiar.

   Me había propuesto una misión imposible: encontrar a Dani. Dicho asi, no me parecía tan complicado. Seguramente tendría la ayuda de Internet, donde se podía localizar de todo. El problema estaba en que Dani era un nombre demasiado común para comenzar una búsqueda. Necesitaba más datos; y salí a buscarlos.
Para empezar, fui a casa de mi amiga Noe, compañera desde los días de colegio, que seguramente podría orientarme en mi búsqueda - si es que ella se acordaba de aquel verano en concreto. No estaba en su casa y le dejé recado para que llamara en cuanto pudiera. Al cabo de una hora aproximadamente, llamó con cierta ansiedad en su voz pensando que podría pasarme algo pues era extraño que acudiera a su casa cuando siempre quedábamos por teléfono. Otra vez la impaciencia me precipitó a la acción sin plantearme localizarla a través del móvil considerando que sería mucho más efectivo hablar con ella cara a cara. Acordamos  vernos en la terracita del  bar habitual  cuando saliera de trabajar.

   Nada más verme comprendió que algo bullía en mi cabeza; se notaba en la mirada inquieta  y en la forma peculiar de mover mis manos, atrapando entre mis dedos cualquier objeto para hacerlo girar infinitamente mientras hablaba. "Esta bien – me soltó de golpe - Cuéntame que es lo que te tiene tan alterada. Tus manos te delatan. Estoy deseando escuchar la historia que tengas que contarme, con pelos y señales. Tengo tiempo de sobra."
Le miré divertida. A ella no podría engañarla; mucho tiempo juntas como para eso. Le conté todo lo que me había pasado desde que abrí la caja y su conclusión más obvia: quería encontrar a Dani. Necesitaba su ayuda, y con ella contaba.

Mi amiga no hablaba, sólo me miraba. Seria. Incrédula. Perpleja. Irónica. Sus facciones pasaron por toda una gama de expresiones hasta encontrar la correcta: risueña.
"A ver... Según tú misma me acabas de explicar, vas a buscar a ese tal Dani, en Internet, para...?? " Me miró en busca de alguna reacción por mi parte, que no encontró, ante lo cual prosiguió su locución. "Mira, no quiero ser borde pero, ¿te estás escuchando? ¿Tú sabes cuántos Dani puede haber en el mundo? ¿Y tú eres tan ingenua como para creer que lo vas a encontrar porque en Internet se puede localizar de todo?" Volvió a mirarme buscando una reacción en mi, que tampoco notó esta vez. Soltó un bufido, dándome por perdida. "Siempre me sorprendes, pero esto, es lo más absurdo que  he escuchado en mi vida". "¡Pero, me ayudarás, verdad! ¿o no?" No necesitaba escuchar su respuesta. Era siempre la misma; no había variado desde que nos conocimos en aquel aula de sexto en la que coincidimos como nuevas alumnas.
Anyway the wind blows...

kermit

Pasaron allí la tarde, sentadas, charlando de los días en que siendo unas colegialas se cruzaron sus vidas por causa del azar; saltando de unos temas a otros como tenían por costumbre; acabando por volver al presente y sus intereses más inmediatos. Cuando se separaron, ya habían ideado un plan de acción a seguir: el primer paso consistía en revisar la antiguas fotos que tuviera Noe en su casa en busca de algún detalle que les llevara a recordar quién era ese tal Dani. Por mi parte, indagaría en mi familia para concretar qué playa fue en la que me tropecé con aquel muchacho, o cualquier otro dato de interés para mi búsqueda.
Al acostarme, aún seguía dando vueltas o todos aquellos recuerdos tratando de organizarlos cronológicamente en mi memoria lo cual, seguramente, fue la causa de mi despertar en plena madrugada con aquel número en la cabeza: 2145. No podía ser una fecha porque aquel siglo me pillaba un tanto lejano en el tiempo; ni siquiera podía tratarse de un día o un mes.  Aquella era mi letra, si, pero no sabía a qué me refería. Despierta ya, fui dándole vueltas a aquellos números imaginando  combinaciones probables e improbables hasta que me quedé dormida. Cuando abrí los ojos de nuevo, el despertador marcaba las 19:38. ¡Aquello era imposible, no podía haber dormido tanto tiempo!. Menos mal que recordé que al ajustar la hora el día anterior no me di cuenta del modo en que la introduje. ¡Claro que eran las siete y media, pero de la mañana!.
¡Ah...era eso? Tal vez, la hora. Un beso nocturno, si, recordaba que estaba anocheciendo.

   Cuando llegó a casa de Noe, ya había conseguido averiguar el nombre de aquella playa y algunas cosas más que podían ser pistas a seguir proporcionadas por su hermana, quien no recordaba ni el apellido ni  el aspecto de Dani pero sí recordaba que  por entonces su hermana había estado más distraída de lo habitual y no había jugado con ella con tanta asiduidad; o al menos eso era lo que le había parecido a ella. Aquel verano en concreto le resultó un poco aburrido.
Por su parte, Noe ya tenía extendidas las fotos que había sido capaz de localizar en sus viejos álbumes; aunque no es que ocuparan mucho espacio, como pudo comprobar. Apenas contó unas cuatro o cinco. Y en ninguna de ellas se encontraba el rostro ni la imagen de niño alguno. Dani no estaba allí.

   "Ya sé en qué playa coincidí con él: Luarca" – dije antes de ponerme a observar aquellas fotos que no me ofrecían lo que mis ojos ansiaban contemplar. Las miré someramente por encima con cierto desencanto y sólo como reconocimiento hacia mi amiga quien se había esforzado en buscarlas para mi. Supongo que fue estúpido e ingenuo por mi parte considerar que en alguna de ellas aparecería el rostro de la persona que en aquel momento ocupaba mi mente. Cierto es que Noe pasó con nosotros aquel verano durante unos días pero no por eso tenía que guardar una foto de alguien que para ella no había sido más que uno de tantos de los chiquillos con los que solíamos jugar.
Notó  mi decepción y trató de sacarme una sonrisa llevándome hacia atrás en el tiempo mientras recordaba pequeñas anécdotas divertidas de aquellos días. Me dejé engañar y enredar en sus historias dándole el toque exagerado que hacía parecer todo mucho más interesante o disparatado.

Poco a poco la conversación derivó hacia cuestiones más cercanas."¿Por qué es importante para ti encontrar ahora a ese Dani?" – preguntó Noe sin venir a cuento en medio de una conversación insustancial sobre los cotilleos y rumores que corrían por el barrio acerca de uno de los vecinos. "Porque me gustaría pensar que aún se acuerda de mí. Necesito saber si mi recuerdo merece seguir siendo un tesoro, y como tal esforzarme en guardarlo y conservarlo como se merece, o si debo deshacerme de el por ser un falso recuerdo que se coló en mi memoria por fallo del sistema. No deseo mentiras acumuladas en mi cabeza; ya sabes cuanto las odio. Malo es que no me acuerde de las cosas pero si encima las que considero como preciados momentos no son más que espejismos, no tendré  a qué aferrarme cuando lo necesite."
Noe entendía, porque a ella le había pasado algo similar con una anécdota que me estaba contando sobre su madre, la caída de su primer diente y el regalo que esperaba le hubieran dejado a cambio del mismo. Y fue entonces cuando llegó a mi. Pérez; como el ratón.

   Ya tenía algo más concreto. Dani Pérez. Corté la conversación de mi amiga sin ningún pudor y le pregunté dónde tenía su portátil: había recordado otro dato, le dije triunfante. Noe apenas se molestó, acostumbrada como estaba a mis saltos en la conversación, sino que señaló la habitación con la mirada dándome su beneplácito para  usarlo cuanto quisiera. No hizo el menor gesto o la intención de ir a por él.
Me precipité a la habitación indicada y volví en segundos junto a ella imaginando ya el exitoso resultado de la búsqueda. Una vez abierta la página del navegador, me colé en el mundo virtual introduciendo los escasos datos que tenía. La respuesta no se hizo esperar y allí apareció un listado con un apunte inicial a modo de título: Aproximadamente 12.100.000 resultados. Ni uno más, ni uno menos.¡Ja! Pero no desesperé. Para reducir la búsqueda filtré las páginas de facebook. Ah. Esto era otra cosa: Aproximadamente 1.060.000 resultados.

   Aquello no me ayudaba mucho. Tenía que buscar nuevos datos para filtrar aún más la información. Demasiados años habían pasado y ya no recordaba dónde me dijo que vivía. De todas formas, con el tiempo seguro que se habría movido a otro lugar. Estaba atascada, no se me ocurría ningún sitio o persona a la que acudir. Mi familia no podría aportarme ningún dato nuevo porque ya me habían dicho que apenas recordaban ese nombre. Yo no tenía fotografía que mostrar y la persona que trataba de ayudarme no recordaba a ningún chico especial aquel verano. Sólo tenía las fotos del grupo de chicas que solíamos corretear entre risas por aquella playa.
Me acerqué a las fotos desalentada. Quise evocar en aquella imagen del nutrido grupo de niñas aquellos días pasados en una playa de Luarca por si volvía a mi algún dato más que impulsara o redujera mi búsqueda. No reconocía todas las caras y le pregunté a Noe por sus nombres. "Esta creo que se llamaba Bea y esta...  me suena que empezaba por M. ¿María? ¿Maribel?...¡Ah, ya, Marta! Pero creo que la llamaban Titán por su hermano pequeño o por algo relacionado con él.

   ¿Titán? Si, claro. Ahora la distinguía claramente. Se encontraba allí porque sus padres habían decidido pasar ese verano en la playa para que sus tres hijos conocieran el mar ya que vivían en el interior. Posiblemente en León o uno de sus pueblos.
Las dos muchachas que se veían sentadas a su lado tomando un helado a medio derretir eran Noe y su prima Elena. Ella era la tercera empezando por la izquierda. Estaba de pie, mirando hacia algún punto o hacia alguien que quedaba fuera del encuadre. Todas con su bañador  y su toalla dispuestas a pasar otro estupendo día de playa. Fue la madre de Marta quien sacó la foto mientras yo veía cómo sus otros hijos  se alejaban con el padre para coger un buen sitio cerca de la orilla. Eso fue el primer o segundo día, creo recordar. Aún no conocía a sus hermanos: Miguel y Dani". Ah, si.... ¡Eso era lo que miraba!

   "¿Noe, Te acuerdas de dónde vivía Marta? Creo que era en León o por algún lugar  cercano. Y como era la hermana de Dani... Tal vez por ahí podamos descubrir algo más". Trató de hacer memoria y, tras mucho dudar, acabó dando con un nombre: Ponferrada. Ya tenía otro dato con el que seguir desenredando la madeja de  recuerdos.
Dani Pérez Ponferrada: Aproximadamente 104.000 resultados. Esto ya estaba mejor. Nos metimos en un buscador telefónico de particulares introduciendo esos datos pero, no hubo suerte: no aparecía ninguna persona que cumpliera las condiciones especificadas. También probamos suerte con los perfiles de  linkedin: 18.300 resultados. Allí lo dejamos; ya seguiría en otro momento.

Posiblemente no lo encontrara pero, al menos, lo intentaba; siempre lo intentaba; hasta que no le quedaban más opciones. Nada de dejar sin acabar una búsqueda o un propósito que tuviera en la cabeza; cuando se proponía algo debía explorarlo hasta el final pues si no lo hacía así se quedaba con la sensación de abandonar a su suerte o al azar el derrotero de su vida. Necesitaba saber que podía controlarla en una mínima parte, por minúscula que fuera, por mucho que el destino, las adversidades, las circunstancias ajenas a una misma, los hados o lo que quiera que fueran aquellas fuerzas, la empujaran hacia un rumbo desconocido e inesperado.
No se daba por vencida tan fácilmente pero cuando acababa haciendo frente a una derrota más que constatada todas sus fuerzas le abandonaban por un tiempo y permanecía en un estado de abatimiento y desánimo difícil de disipar. Solo el tiempo lo lograba, a duras penas. Por eso, cada vez que se proponía algo debía estar preparada para la debacle, por si llegaba el caso. Nunca se lanzaba a la aventura sin contar con un posible salvavidas que la librara de aquellas nefastas consecuencias. En este caso, el salvavidas era un recuerdo frágil y difuso que debía reforzarse si pensaba conservarlo.

   Al día siguiente, decidió probar suerte por su cuenta. Acomodándose  en su sofá. introdujo los datos en facebook  para ir filtrando perfiles de la larga lista que aparecieron como probables. Unos fueron descartados por no concordar con el apellido; otros por no tener la edad que se suponía debía tener en la actualidad; otros por su ubicación o datos familiares. Así había ido reduciendo la lista hasta localizar a tres Dani Pérez. En dos de ellos, la imagen de los perfiles no mostraba una fotografía personal y el tercero no parecía tener similitud con las facciones que ella recordaba; aun así, lo guardó como posible alternativa. Uno de los que potencialmente podían ser considerados  como candidatos,  no mostraba los datos familiares  ni le agradaban los comentarios que exponía en su muro por lo que deseando no fuera él, quedó igualmente descartado.
Sólo quedaba uno. Dudó antes de enviar un mensaje a aquella persona pero no lo pensó por mucho tiempo no fuera a echarse atrás ahora que estaba tan cerca de su objetivo. Prefería mil veces que la tomasen por loca a quedarse con la duda. El mensaje era breve; por si era la persona equivocada.

"¿Recuerdas una playa en Luarca? Hace muchos años de aquello. Tu hermana Marta nos presentó." Con eso bastaba. Si era la persona que buscaba sabría tal vez a qué me refería. Lo envié desde mi correo y me dispuse a esperar cualquier tipo de respuesta; incluso el silencio y la indiferencia, que fue lo que sucedió. Pasaron cuatro largas semanas antes que llegara un mensaje de vuelta a mi bandeja de entrada que no sólo no respondía a mi pregunta sino que además, manteniéndose al margen y sin dar más detalles, preguntaba por el año en que había sucedido aquello. Sólo eso. No me aclaraba si era o no la persona que buscaba.
Esta vez mi respuesta fue un poco más extensa, pero sin entrar en detalles. La pandilla de amigos comunes, la edad que teníamos, los juegos... y una pequeña anécdota compartida sobre una  pelota que se había perdido.

   Su respuesta fue inmediata. Me llamaba por mi nombre y recordaba claramente quién era pero no entendía que le escribiera ahora y no lo hubiera hecho en su día, después de aquel beso. Durante un tiempo  estuvo esperando algún mensaje, carta o cualquier indicio que le indicara que a mi me gustaría mantener el contacto, pero eso nunca llegó a suceder. Siempre pensó que me había reído de él y me odió por ello. Estaba sorprendido de mi mensaje, ¿Qué quería de él ahora?
Sorprendida yo también, me quedé largo tiempo releyendo aquella pregunta sin saber qué responder. En realidad, no pensaba que todas aquellas pesquisas fueran a tener éxito y menos aún esperaba se me respondiera de aquella manera - siempre había creído ser yo la traicionada. Curioso. Esta vez mi respuesta fue amplia, clara y sencilla. ¿Qué quería? Respuestas. Quería saber. Sentía curiosidad. Necesitaba organizar mis recuerdos y actualizarlos desechando los falsos y conservando únicamente los válidos, cuya veracidad pudiera constatar con total seguridad.

   Los mensajes comenzaron a fluir de un extremo a otro, cada vez con mayor asiduidad y extensión ofreciéndoles un marco virtual en el que comunicarse. Era agradable mantener una amistad después de tantos años.
La vida sigue, dicen, y cada cual continuó con la suya pero conservando el agradable recuerdo del primer beso y deseando mantenerlo intacto en su memoria.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                                                  EL GRITO EN LA BOTELLA

   Sucedió una vez que una persona acudió al médico con intención de tratarse de una extraña dolencia cuya procedencia se desconocía. El dolor era tal que mantenía postrado gran parte del día a quien lo padecía sin que el paciente pudiera especificar el lugar exacto en que se originaba. Mostraba signos evidentes de aquella desgraciada enfermedad y apenas tenía capacidad para seguir una vida normal. Había visitado ya a varios doctores especialistas sin resultado.
No quedando dónde acudir, en su desesperado intento por sacarse aquello de encima, pensó en explorar otras opciones no convencionales de la medicina: trató con curanderos, hechiceras y diversos personajes del mundillo paramédico.
No hubo suerte y resignado a su suerte se abandonó a su propio universo hasta que, pasados muchos años, tuvo noticias de una persona de un pueblo no muy lejano cuya fama para sanar mediante métodos de lo más estrambóticos despertó en él la esperanza de ser curado.

   Cuando llegó al lugar indicado, hubo de esperar mucho tiempo pues su casa estaba atestada de gente proveniente de todas partes dispuestas a hacer desaparecer y desterrar para siempre de sus desesperados cuerpos aquellas molestias que trastocaban sus días. Al fin,  su turno.
Al entrar vio un hombrecillo de pie junto a una sencilla mesa de madera que le pidió que explicara su mal y le indicara todos los detalles que considerara de importancia. Se sentó frente a él mientras le escuchaba con los ojos cerrados - lo que no presagiaba nada bueno para nuestro decepcionado paciente quien conforme hablaba iba perdiendo la confianza en aquella persona  que parecía no tenerle en consideración sino que se mostraba bastante absorta en sus propios pensamientos. Cuando dejó de hablar, el curandero le miró largo rato. Se levantó y se acercó a él. Pidiendo que se pusiera de pie le palpó el pecho, la garganta, la espalda y el estómago. Hacía resonar sus dedos dando pequeños golpecitos, que le arrancaban un gemido de dolor, y ganas tuvo de devolvérselos para que notara en su propio cuerpo el dolor que le causaba.

   "Ya está. Traiga una botella y vuelva mañana" dijo el curandero satisfecho. Sorprendido, el paciente preguntó extrañado qué tipo de botella debía traer y para qué serviría, a lo que el hombrecillo respondió mientras salía por la puerta: "Una botella de vidrio, vacía, con tapón de corcho. Mañana a esta hora le diré para qué la quiero". Pensó que todo eso no era más que un fraude pero no por ello dejó de asistir a consulta al día siguiente pues había despertado su curiosidad y necesitaba satisfacerla.

   "Aquí tiene su botella", dijo al entrar por la puerta. Estaba deseando saber qué utilidad le daría y en qué acabaría todo aquel asunto. Sin mirarle apenas, cogió la botella, quitó el tapón y se la devolvió. "Ahora, grite fuerte". Gritó. Y nada pasó; el dolor seguía martilleando su cuerpo. "Siga usted practicando y mañana vuelva a verme. Sobretodo, no olvide acercar bien la boca a la botella".  Le miró fijamente, desengañado ya de que pudiera ser útil para algo y salió de allí maldiciendo por haber sido tan iluso de creer que había encontrado una solución a su problema.

   Ya en casa, sentado delante de la botella, la cogió con rabia para estamparla contra el suelo esperando soltar así parte de su decepción e impotencia. Pero en el último momento cambió de idea. "Maldita botella de mierda"..... "Y maldito curandero que me ha engañado"....... "Y maldito imbécil que se lo ha creído todo". Calló. Por un momento se sentía mejor. Fue consciente de que en cada frase había gritado con más fuerza. ¿Y si después de todo aquel curandero tenía razón y aquello era lo que necesitaba?
Dejó la botella, confuso, encima de la mesa y se tumbó en su sofá. Pensativo, miró por la ventana cómo dos gorriones luchaban por una misma migaja de pan sobrante de algún bocadillo que los chiquillos dejaron caer de su merienda.

   Cuentan que a la mañana siguiente el paciente retornó agradecido a ver al curandero quien le aseguró que todo lo que tenía era un secreto mal guardado que se le había quedado atascado y, no pudiendo salir, se había aferrado a su cuerpo causándole las molestias que sentía. El paciente practicó durante toda la tarde y acabó por gritar su secreto en la botella donde permaneció encerrado y guardado para ser escuchado de vez en cuando. Pero un día, cayendo la botella de manos de su dueño y viéndose libre,  escapó.
También cuentan que ese secreto llegó a oídos de la persona equivocada.... Pero eso, es otra historia.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                                    INEVITABLE

Todo estaba devastado a su alrededor. Allá donde sus ojos posaran la mirada se encontraba con las ruinas de lo que otrora fuera su hábitat. No daba crédito. ¿Qué había pasado? Nada presagiaba aquella demolición. Aunque también era verdad, todo hay que decirlo, que nada presagiaba  que aquel universo que ahora contemplaba apesadumbrada fuera a mantenerse por mucho tiempo, sino más bien al contrario.
Tarde o temprano pasaría; lo sabía. Y siempre había pensado que aquello sucedería mucho antes; incluso se sorprendía de lo que habían tardado en aparecer. Llevaba esperándolos hace mucho tiempo y no entendía que aún no hubieran asomado. Pero pensaba poder reconocer las señales que dieran aviso de su llegada. Alguna pista que indicara que el momento se acercaba. Porque en realidad, aunque lo supiera, aún no estaba preparada.

   El ataque había sido rápido, fulminante y eficaz. Destruyeron cuanto de simbólico pudiera aparecer a la vista y se fueron una vez terminada su faena. Nada quedó. Sólo silencio. Y ese silencio le resultaba fuera de lugar porque hasta el momento solía sentirse un agradable murmullo que, sin molestar, brotaba aquí y allá haciéndose notar con su presencia; sin embargo, aquel silencio le dejaba como huérfana y no sabía cómo afrontarlo. Era la única que permanecía allí y no sabía cómo debía reaccionar o actuar a continuación.
Como suele pasar cuando no se sabe qué opción elegir, no tomó ninguna. Simplemente dio media vuelta y se marchó de aquel lugar que durante unos años había sido su casa. Lo había pasado bien allí, si. Suspiró dando por finalizada la función. Nada más quedaba por hacer en aquel desolado rincón. Otro espacio surgiría donde encontrar la misma  arrebatadora sensación de comodidad y donde poder ser fiel a si misma. Pero ahora  ya todo estaba acabado y debía olvidarlo. Ni se planteó reconstruirlo de nuevo, para qué.

   Marchó rumbo al norte con su mochila a cuestas. Llena de recuerdos, cada vez que paraba exponía ante sí, en forma de fotografía, diversos momentos pasados en aquella tierra, ahora ya abandonada, reviviéndolos con nostalgia pero sin rencor por lo sucedido. No buscaba un nuevo lugar en el que edificar una nueva vida. No buscaba nada. Sólo caminaba hacia donde sus pasos le llevaran.
Y sus pasos parecían dirigirla hacia aquella escarpada montaña que quedaba a la derecha frente a si. No entendía qué pretendía hacer allí pero si ese era el camino elegido no dudaría en seguirlo; alguna razón la impulsaría a ello aunque a primera vista no estuviera clara o no pareciera lógica en absoluto. Siempre había pensado que las cosas pasaban porque tenían que pasar. Y ella era una persona con relativa buena suerte. O eso pensaba. No estaba mal aferrarse a ciertas ideas para no caer al precipicio a las primeras de cambio.

   La noche llegó y aún no se había acercado ni de lejos a aquella montaña que parecía ser su nueva meta. Tuvo que improvisar un refugio aprovechando una gran roca en el camino donde permanecería resguardada del viento más que fresco de la noche. Allí se arrebujó en el saco de dormir sobre una vieja manta que la aislaba en cierta medida del duro suelo.
Se quedó dormida mirando al cielo y soñó; aunque a la mañana siguiente no recordaba nada de lo que apareció en aquellos sueños. Mucho tiempo después, si recordó; y de nuevo suspiró dando la razón a lo inevitable.
Anyway the wind blows...

kermit

                                              DEL  GRIS AL NEGRO O VICEVERSA

   Aquella mañana despertó temprano. La rutina la envolvía y ella se dejaba arrastrar con esa comodidad que ofrecen los automatismos cuando aún no se está con la cabeza despejada del todo. La noche anterior había sido agotadora. Demasiadas ideas en su cabeza chocando unas contra otras como para poder dejarlas en reposo mientras trataba de sumergirse en un sueño reparador que últimamente necesitaba más que nunca.
No tenía prisa, aunque tampoco deseaba prolongarlo más de lo necesario. Necesitaba tiempo, sin poder especificar cuánto. Como nunca antes había pasado por aquella situación no tenía puntos de referencia con los que elaborar la receta que necesitaba, así que no sabía en qué medida o cuánta cantidad de tiempo, paciencia y olvido era necesaria. Por ahora debía conformarse con ir probando diversas combinaciones, si bien no había conseguido el resultado esperado, aún.

   El trabajo le sirvió para apaciguar su espíritu llenándola de nuevas y pequeñas preocupaciones que no la dejaban retomar el curso de sus meditaciones, cosa que agradeció  pues estaba cansada de tratar de resolver un problema que no parecía tener solución. Y es que las interacciones humanas nunca se le habían dado nada bien. No las entendía. O acaso ella fuera demasiado simple para entender sus matices.
Las cosas nunca eran blancas o negras sino que se  presentaban mezcladas en función de cada cual. Y así no había quien estableciera un patrón de respuesta adecuado.

   Cuando salió del edificio, un hombre que permanecía reclinado en los ventanales de acceso, se dirigió a ella por su lado izquierdo sin que se diera cuenta. Se paró antes de alcanzarla, como dando marcha atrás en su idea primigenia, y la miró de reojo al pasar a su lado, con la cabeza baja como quien trata de disimular su interés. La vio alejarse hacia la parada de autobús más próxima y pararse allí para determinar si era la correcta o si debía  tomar otra dirección.
Durante ese espacio de tiempo había estado tratando pensar cuál sería la manera más conveniente de acercarse a ella. Al fin la había localizado.

   Se acercaba un autobús y comprendió, por la forma en que fijó la mirada en él así como por la postura que adoptaba, que era el que deseaba coger. Debía decidirse ahora o  la volvería a perder. Fue el azar lo que hizo que ambos se encontraran; O, mejor dicho, que él acabara encontrando a quien  buscaba desde hacía unos días.
Se había parado en aquel edificio a descansar un rato su cuerpo cansado de la larga caminata. Una chiquilla junto a su  juguete nuevo habían atraído su atención por un momento y se permitió el lujo de dejarse envolver en sus juegos infantiles despertando en él la nostalgia de tiempos pasados. Cuando se disponía a seguir su camino, la descubrió en la puerta despidiéndose de lo que supuso sería alguna compañera del trabajo. Eso le otorgó el tiempo necesario para reponerse de su inicial asombro y decidirse a ir a su encuentro.

   Subió al autobús en el último momento, cuando comenzaban a cerrarse las puertas. Sólo un rápido aviso al chófer golpeando con los nudillos en el cristal hizo que éste decidiera abrirle justo antes de ponerse en marcha.
Aprovechando un movimiento incontrolado de su cuerpo hacia atrás, cuando  el autobús abandonó la parada y se mezcló con el tráfico de la larga avenida, se agarró al pasamanos más cercano a Natalia, que es como se llamaba la mujer a quien iba a dirigirse en breve.

   "Perdón", pronunció tal vez demasiado alto. ¿Habría sonado demasiado falso?¿Notaría ella que no había sido casualidad? ¿Se habría dado cuenta de que estaba siendo seguida por él? No había que preocuparse por eso; parecía que ni siquiera le hubiera escuchado, perdida como estaba en su propio mundo mirando sin ver hacia algún punto lejano del otro lado de la carretera.
Su cara estaba inexpresiva. Su mirada ausente. Sólo sus manos denotaban cierto nerviosismo. No dejaba de tocarse los dedos mientras hacía girar sus anillos en ellos. 

   Pensó en otra técnica de acercamiento pero no se le ocurrió ninguna que resultara medianamente aceptable así que, esperó pacientemente a que la mujer pulsara el botón de parada o hiciera cualquier gesto que denotara sus intenciones de apearse del autobús. Cinco largas paradas tuvo que soportar hasta notar cómo la mujer, que con un rápido movimiento de cabeza aparentó volver a la vida, hizo ademán de levantarse de su asiento para acercarse al pulsador del timbre.
Esta vez tenía planeado lo que iba a hacer. Bajaría con ella y se colocaría a su lado haciéndose el encontradizo. "Vaya, ¿no eres tú Natalia?" La mujer le miró pestañeando como si saliera de un profundo sueño. Puso cara de no reconocer y balbució un apenas perceptible monosílabo afirmativo. Le miraba desconfiada. Permanecía a la expectativa  observándole fijamente mientras decidía si continuar o no la conversación con aquella persona. Todas sus alarmas habían saltado sin llegar a comprender en qué consistía la trampa.

   "Bien, lo admito. Llevo siguiéndote desde que te vi salir del edificio", dijo. "Pero..." continuó al ver la cara de sorpresa de ella y tratando de no sonar tan  extraño como parecía. "No te asustes, tengo una explicación de lo más razonable. Escúchame y convendrás conmigo en que es cierto lo que digo". La cara de Natalia pasó del enfado a un gesto travieso asomando a sus labios una risa divertida. La cara que presentaba el hombre que tenía frente a ella era todo un poema y casi le daba pena.
"Te creo; nunca se me ocurriría pensar que nadie con la cara que tú has puesto ahora fuera a cometer ningún delito" y se rió de buena gana al ver cómo se ponía colorado.

   "Todo tiene su explicación. Y la mía es que te necesito." Esta frase hizo que la mujer riera aún más fuerte. El desconcierto en el hombre era evidente. Casi se mostraba enfadado ante tanta falta de seriedad. ¿Le estaba tomando por un idiota o qué? Le acababa de expresar su necesidad y ella no paraba de reírse. Qué absurdo empezó a resultarle todo. Mejor dejarlo estar y largarse de allí.
Moviendo la cabeza en señal de desagrado se giró y encaminó sus pasos hacia cualquier lugar que le alejara de aquella loca.

   "Espera, no te vayas", escuchó a sus espaldas. La mujer salió corriendo a su encuentro. "Reconoce que la situación es cuando menos graciosa". Una fría mirada de reproche cortó en seco la risa de la mujer que ya había asumido que de alguna manera sus próximos minutos los pasaría junto a aquella persona.
Lo que más le había chocado era eso de que la necesitara a ella. ¿Para qué? ¿Qué tendría ella de especial que necesitara la persona que tenía ahora mismo enfrente y a la que no conocía de nada? Estaba deseando escuchar la razón que motivaba todo aquello ya que no podía imaginar ninguna que fuera realista o acorde  a ese momento.
   Le invitó a acompañarla a un bar cercano donde sentarse a tomar algo mientras le explicaba qué era eso que necesitaba; Si entraba dentro de lo razonable sería capaz de darle lo que le pidiera. "Cuéntame...", dijo Natalia con el vaso en la mano y dispuesta a escuchar lo que tuvieran que decirle por disparatado que fuera.
"Verás...La primera vez que te vi fue en aquella librería de barrio en la que me colé por casualidad. No te conocía y por eso le pedí ayuda a la dueña del local, que resultó ser una vieja conocida mía, quien me dijo que no podía decirme cómo encontrarte pero que  solías dejarte caer por allí de forma más o menos periódica. Lo único que sabía era tu nombre, no me preguntes la razón, y que debías ser del barrio o alguna zona cercana.

   Paró de hablar y se llevó el vaso a los labios, dejando a Natalia tiempo para asimilar lo que iba contando. Natalia seguía sin saber qué necesitaba de ella. Lo que contaba no dejaba de ser una especie de prolegómeno; Una obertura; Un prefacio; Una introducción a lo que realmente le interesaba. Permaneció callada, un tanto impaciente, a la espera de que llegara por fin al meollo del asunto. Pero su acompañante no parecía tener intención de decidirse a contar lo que quería. No paraba de dar vueltas y más vueltas sobre anécdotas pasadas en otras librerías o lo que le había sucedido, sin ir más lejos, aquella mañana.
"Vale...", cortó Natalia impaciente. "¿Y qué quieres de mí?" le dijo mirándole desafiante.

   "Ah, eso...si, claro". La mujer le animaba a seguir hablando con la mirada mientras mantenía sus codos apoyados en la mesa y las manos cruzadas sobre su boca. ¿Le diría ya por fin lo que quería? ¿A qué estaba esperando? ¿Tan raro era lo que quería pedir que tanto trabajo le costaba decirlo? Empezaba a pensar que había sido una muy mala idea la de sentarse a escuchar a aquel hombre que ahora parecía que la hubiera escogido a ella para pasar la tarde porque estaba aburrido. ¿O acaso era esa su técnica para ligar? Enfadada y rabiosa, impaciente por salir de allí, dejó el vaso en la mesa y se levantó súbitamente dispuesta a continuar con su camino sin perder más tiempo.
El hombre estaba hablando pero no le entendió. Algo referente a un libro. ¿Qué libro? En fin, se sentó de nuevo y preguntó de qué libro se trataba pero presta a volver a levantarse al momento y no volver a dirigirse a esa persona si seguía dando rodeos que no conducían a nada o si mantenía esa ambigüedad que a ella le parecía tan calculada.

   Por fin supo a qué se refería. Todo su interés se centraba en un libro de segunda mano que había adquirido aquella mañana y que era el que completaba su colección. No podía conseguirlo y llevaba tras él mucho tiempo. Por eso entró aquel día en la librería. Solía parar en  diferentes librerías tratando de dar con él. Y por fin lo había encontrado; Pero, para su desgracia, en manos de otra persona. Y esa persona, era ella. ¿Podrían llegar a un acuerdo que satisficiera a ambas partes?
Natalia le explicó que aquel libro no era para ella sino un regalo para una amiga suya que también estaba completando la colección pero, se comprometió con él a llamarle en caso de que su compañera ya lo tuviera. Y así quedó la cosa. No volvieron a saber uno de otro.

¿Y el libro? ... En la estantería de su amiga junto al resto de la colección.
Anyway the wind blows...

kermit

#36
                                                                 NUBES Y CLAROS

"Si fuera posible, por una sola vez, entenderse; confluir en lugar de enfrentarse; aunar esfuerzos en vez de crear desigualdades ajenas para sobrellevar mejor las propias... Estoy cansada de no entender. Por mucho que me esfuerzo, no encuentro la fórmula que permita disipar este sentimiento de impotencia. Cada cual pensando solo en aferrarse a sus cosas y los demás que se busquen las papas, que bastante se tiene con salir airoso del día a día".
Escuchaba, sin oír, lo que la ventana abierta había arrastrado desde la calle y, en este punto, se quedó pensando en aquella voz que sonaba tan decepcionada y tan abatida. Reprimió un primer  impulso de levantarse a mirar quién había soltado todo aquel atropello de palabras que habían salido a borbotones desde lo más profundo de una de las muchas personas que paseaban a aquellas horas bajo su ventana y a las que la costumbre le había llevado a prestar poca o nula atención. Pero ésta en especial, le hizo removerse inquieto en su asiento. ¿Qué habrían despertado en su olvidadiza memoria aquellas palabras que le estaban haciendo sentir un cierto nerviosismo provocado por una vaga sensación de remordimiento?

   La mañana prosiguió su curso, más por rutina que realmente por el hecho de estar centrado en su trabajo ya que, mientras no paraba de ordenar papeles en las distintas bandejas, su cabeza seguía dando vueltas y vueltas en torno a una idea que no acababa de clarificar. Era algo relativo a una llave y a cierto compañero suyo de colegio, tal vez. Una situación vivida hace tantos años  que no podía distinguir lo real de lo que la memoria había añadido por su cuenta  rellenando huecos y lagunas para dar coherencia a los recuerdos.
Cuando acabó su turno, su humor se había vuelto pesado y  tan difícil de llevar como una carga molesta que se desea abandonar en cualquier rincón  lo antes posible; Y no mejoró durante el trayecto de vuelta a casa. Parecía como si una sombra se hubiera instalado delante de su acostumbrado buen humor oscureciendo todo cuanto pensaba y confiriéndole una desagradable y tétrica perspectiva.

   Al abrir la puerta de su casa, la sombra le había engullido completamente y mirase donde mirase no podía encontrar un solo resquicio de luz donde asomarse. Era tal su estado de desánimo que decidió dejarse caer en el sofá sin importarle la luz parpadeante del teléfono que le avisaba de mensajes esperando ser atendidos. No estaba para nada ni para nadie.
Cuando las luces exteriores comenzaron a penetrar en el salón dando de lleno en su cara, despertó; aunque permaneció varios minutos inmóvil considerando la necesidad o no de mover ese cuerpo que parecía pesar una tonelada.
   
   Se acercó al teléfono para escuchar los mensajes. Tres llamadas y ninguna palabra. El mismo número. Silencio. Y de fondo una respiración suave aunque un tanto agitada, como de persona que no se decide a hablar y trata de darse ánimos.
No reconocía el número; un móvil. Tecleó el número en su móvil buscando información adicional pero se quedó con las ganas. No mostraba imagen. ¿Sería un nuevo timo telefónico del tipo mando un mensaje al fijo y luego me lo devuelves al móvil para cobrarte dinero a cambio de saciar tu curiosidad? Y si se es lo suficientemente ingenuo como para caer en la trampa,  ¡quién sabe!, se puede sacar una buena pasta.

   Y si, era curioso; y mucho. Dejando de lado otras consideraciones se sentó frente a su ordenador, ávido de información. Seguramente encontraría muchas entradas relativas a ese número en el que se advertía de lo fraudulento del mismo y desaconsejaban realizar la llamada de vuelta.
Timo, claro. Si. Ya recordaba. Pero todo había sido tan inocente que no se había dado cuenta de que hubiera tenido repercusiones sobre los demás. Sin embargo, tal vez, sí las hubiera tenido al fin y al cabo. A las pocas horas, alguien había terminado en el hospital.

   La llave no era real. Su compañero tendría que haberlo sabido. Y sin embargo, se lo había tragado todo.  Se rieron durante mucho tiempo de aquello. El pobre creyó realmente que se encontraba delante de un fantasma. Y casi acertó. No era un fantasma pero si ofrecía reminiscencias que resultaron nefastas para uno de nosotros.
Todos reían menos él; de pie frente a la puerta de aquella casa medio derruida, oscura y maloliente. No sabía qué es lo que esperaba encontrar pero estaba decidido a entrar. Suponía que debía demostrar a los demás que no tenía miedo. Una forma como otra cualquiera de atraer la atención de Sara. Y la atrajo; pero no de la forma esperada. Desde entonces, se hicieron inseparables.

   Cuando vio al hombre tumbado sobre aquellos cartones, su primer impulso fue echar a correr puesto que las sombras y la situación le otorgaban cierto aura macabra. Pero no podía, ahora ya no. Debía vencer sus miedos y acercarse aún más. Debía llevar una prueba.
Se acercó despacio haciendo acopio de todo el valor que pudo reunir mientras luchaba  con su propio deseo de alejarse y olvidar la apuesta. Estaba tan cerca; casi podía tocarlo. Por favor, que no se moviera, que no se moviera, que no se moviera...

   Una vez cerca, se agachó y tiró con suavidad de lo que parecía un papel arrugado que aquel hombre llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Ya lo tenía; podía salir... y salió; corriendo. Corrió como nunca antes lo había hecho. Corrió impulsado por el miedo contenido durante aquellos minutos pasados dentro de aquella casa en la que deseaba no haber entrado. Corrió como un muñeco al que acaban de dar más cuerda de la debida y sale disparado alocadamente y sin control. Había sido un estúpido por dejarse convencer por su propio ego de ser capaz de demostrar lo valiente que era ante los demás. Nadie se atrevió; solo él. Cobardes, debiluchos; eso es lo que eran todos.
Casi tropezó al traspasar la puerta, que dejó abierta, mientras levantaba el brazo mostrando el tesoro arrancado a su víctima como si de una prueba de vida se tratase. Sus compañeros estaban expectantes viendo cómo su jugada había tomado un giro inesperado. Nadie esperaba que entrara; nadie esperaba que, en caso de hacerlo, hallara nada de interés. Ya lo habían explorado antes y sabían que aquello era un caserón vacío, sin historia. ¿Qué sería lo que mostraba tan orgulloso y que al minuto siguiente le hizo mostrarse tan callado y cabizbajo?

   Desde el momento en que salió por la puerta su cuerpo se destensó y pareció aliviarse con un gran suspiro; se mostró triunfante. Levantó el papel por encima de su cabeza agitándolo para demostrar a los demás la grandeza de su proeza. Y quedó petrificado al ver lo que allí aparecía. Era una fotografía muy estropeada en la que aparecían sonrientes un grupo familiar. La miró más de cerca. No podía ser.
Su actitud cambió al momento. Sin decir nada, se acercó a Sara y llevándola aparte cuchicheó largo rato en su oído sin que supiéramos  el contenido de aquella confesión. Vimos cómo Sara afirmaba lentamente con la cabeza y se alejaba de todos nosotros de la mano de quien hasta ese momento había sido nuestro amigo.

   Desde aquel día, quedó patente que ambos compartían un secreto que no deseaban desvelar a nadie más. Aquello me fue llenando, poco a poco, de animadversión hacia quien había conseguido que Sara dejara de considerarme su amigo y volcara todas sus atenciones sobre él. Al considerar que se encontraba en una situación más ventajosa que la mía por el mero hecho de haber tenido una suerte inesperada, me decidí a entorpecer cuantas iniciativas mostraba por unir de nuevo al grupo. Y lo conseguí; acabaron separándose de nosotros y quedando relegados a un rincón del patio al que nunca solía acercarse nadie.
Yo me felicitaba de aquella situación: Puesto que no podía disfrutar de la compañía de Sara, al menos podía pavonear mi poder de liderazgo para afianzar mi propio ego debilitado tras aquel fracaso de emboscada con la que esperaba anular para siempre la rivalidad de mi compañero frente a las atenciones de Sara, demostrando públicamente  que no era merecedor de ellas. De haber prosperado la celada a la que le habíamos  abocado, seguramente a estas alturas sería yo quien disfrutara de sus secretos compartidos y no aquel muchacho desaliñado y timorato.

   Aquello, evidentemente, había sido una chiquillada. Pero tuvo consecuencias. La persona que llevaba aquella fotografía, que no sabía que permanecía oculta en el bolsillo de aquella chaqueta que pertenecía a otra persona y que aquella mañana le habían ofrecido en un centro de la localidad, era un pobre hombre que había decidido pasar allí la noche por no haber encontrado mejor sitio donde dormir. Al verse de pronto con una persona a la carrera pensó que era alguien que deseaba robarle sus escasas pertenencias aprovechando que estaba dormido y acabó por cambiar de habitación buscando un lugar en el que pasara más desapercibido; con tan mala suerte que tropezó en uno de los escalones de la destartalada escalera y acabó con una muñeca rota.

   Veinte años después de aquello, me encontraba solo en casa sin saber qué pasó con aquella pareja. Nunca supe el secreto que mantenían celosamente guardado ni nadie lo pudo aclarar por muchas especulaciones que se hicieran. Ninguno de los dos dijo nunca nada.

   El teléfono sonó y él lo descolgó maquinalmente. De nuevo silencio al otro lado.
¿Diga? ¿Hay alguien ahí? Seguían sin contestar.
"¿El señor Estévez, Fernando Estévez" Voz de mujer. Desconocida. Con acento peculiar. "Si, yo soy"
La voz dudaba. "Nano, soy Sara; tengo noticias para ti"
Anyway the wind blows...

kermit

                                                       EL CÓDIGO



   Una corriente de aire frío recorrió su espalda, lentamente, por sorpresa, provocándole un escalofrío. Se sintió desprotegida y sola; como en medio de un espacio oscuro falto de fuerzas de gravedad o de cualquier otro tipo. Desarraigada. Fuera de contexto. Inconexa. Ausente de toda realidad. Por un momento se consideró técnicamente inerte. Sin vida. Irreal. Y lloró por ello.
Cada lágrima arrastraba consigo pequeñas partículas de su propio ser efímero y cambiante. Cada lágrima arrastraba tiempos pasados cubriéndola de una fina capa protectora y renovada con la que pretendía hacer frente a las múltiples colisiones que su ser debía afrontar en aquel universo en el que flotaba perdida y a la deriva.

   Al principio, trataba de corregir su trayectoria evitando todo tipo de encuentros con los diversos astros y elementos que orbitaban alrededor de un sol al que no se sentía unida ni al que otorgaba mayor poder que el de la necesidad. Solía merodear por los extremos más alejados y recónditos, donde la oscuridad era impenetrable, camuflándose en ella hasta convertirse en un ser casi invisible; acercándose únicamente al punto sobre el que todo giraba cuando era estrictamente necesario.
Posteriormente decidió que si aquellos choques debían ser inevitables, al menos debería poder escogerse dónde, cómo y cuándo. Pero, con el tiempo, también comprobó que aquello era imprevisible; demoledor. Y como no siempre podía evitar dichas colisiones  trataba de estar preparada ante cualquier contingencia. Pero nunca lo estaba, en realidad. Siempre la encontraban escasa de defensas porque no había aprendido aún a protegerse. Algo parecido a cuando tratas de taparte del frío con una manta demasiado pequeña: Si proteges los pies, la espalda está en parte al descubierto, y viceversa. Aunque trates de arroparte, siempre hay huecos desprotegidos por donde se acabará colando cualquier brisa inesperada que haga estremecerte de frío.

   En una de aquellas incursiones por la zona más oscura, topó con algo inespecífico, sin llegar a descubrir qué era en realidad. La oscuridad impedía un visionado adecuado de aquel objeto que no desprendía luz propia, lo cual formaba parte de su camuflaje. Aún así, se atrevió a interaccionar con él. No dejaba de ser todo un descubrimiento y, en cuanto le  era posible, se acercaba para hacer pruebas y más pruebas en aquel objeto de forma indefinida que  irradiaba un campo magnético extraño en el que se sentía atraída y repelida a la vez.
Progresivamente, fue avanzando por aquel terreno irregular que notaba blando pero firme. Conforme volvía a posarse sobre él, iba dejando rastros de su presencia (que llegó a convertirse en diaria). Cada vez que aparecía por allí, portaba consigo nuevos materiales o instrumentos con los que construir un punto de partida; un campamento base desde el que proseguir sus incursiones y exploraciones.

   No siempre localizaba aquel objeto en el mismo sitio sino que éste se mostraba escurridizo, aunque sin llegar a desaparecer del todo. Con el tiempo fue necesario establecer unas coordenadas diferentes para ajustarse a su nueva ubicación.
Tal vez dudaba de la exploración a la que se le estaba sometiendo. Tal vez le resultara divertida, en principio, dejándole actuar libremente mientras asistía curioso a los intentos infructuosos llevados a cabo para comprender su estructura y, luego, cansado ya de tanto experimento, decidiera ocultarse por un tiempo. O tal vez se dejaba hacer por estar demasiado cansado para proseguir su viaje, aguantando las pequeñas incomodidades como si solo fuera una mosca molesta e insignificante de quien se deshace uno espantándola con la mano.
Fuese como fuese, nunca llegó a saberlo; un buen día, desapareció sin más.

   Como no era la primera vez que esto sucedía,  trató de volver a localizarlo saliendo a su encuentro; las investigaciones no habían concluido. Aunque para ser sinceros, hacía mucho tiempo ya que sus investigaciones habían pasado a segundo plano no dejando de ser una mera excusa para permanecer cerca de aquel extraño microuniverso que ocupaba gran parte de su tiempo.
Pero esta vez, cuando de nuevo detectó su presencia, notó vibraciones extrañas que provenían de aquello a lo que se afanaba en comprender. Siguió explorando en sus distintas zonas para establecer una imagen global de lo que realmente podía ser pero era tal la cantidad de información extraída de sus recorridos por aquella superficie y, en ocasiones, tan contradictoria, que nunca llegó a formarse una idea clara de qué podría ser necesitando volver una y otra vez a realizar más y más pruebas cayendo, lentamente y sin darse cuenta, en una obsesión de la que no podía  zafarse.
Mientras esto sucedía, el objeto empezó a emitir una serie intermitente de ondas en una frecuencia que no podía interpretar correctamente. Sin una base de datos adecuada que decodificara aquella serie de mensajes encriptados no podía establecer una comunicación. Y sin comunicación, no se podía mantener una interacción.
Allí acabaron todas las exploraciones e investigaciones.

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   Aún hoy, se pasea de vez en cuando por los alrededores, buscando con su radar, por si detecta alguna señal inteligible que le lleve de nuevo a establecer contacto con aquel objeto que sabe permanece allí en la oscuridad pero al que no debe acercarse. Sus sistemas siguen sin poder interpretar las vibraciones provenientes del mismo, bien por obsoletos bien por excesivamente sofisticados. 
Permanece alejada sin poder evitar proyectar una delgada línea de luz intermitente que le une a él y que rebota en todas direcciones buscando la forma de escapar de allí.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                 CAMINO A NINGUNA PARTE

Se removió incómoda entre las sábanas dándose de nuevo la vuelta, por enésima vez, sin poder dormir. Cuando por fin le venció el cansancio y se relajó lo suficiente como para permanecer en un estado similar al descanso, cayó en un pesado sueño lleno de sorpresas no muy agradables. Algo relacionado con tigres que se convertían en cebras y una huída desesperada dejando atrás a una persona querida a la que se busca con ahínco entre una multitud atemorizada que atropelladamente se esparce en todas direcciones chocando entre si. Alguien que le tira de la mano y  trata de ponerla a salvo. La reconoce, pero no es la persona esperada por ella. Mientras, busca con la mirada y, para sus adentros, repite como un mantra: "No dejarte atrás... no dejarte atrás...no dejarte atrás": Una orden que se da a sí misma y que le ayuda a mantener la suficiente sangre fría como para pensar con claridad en medio del caos.
De pronto, despierta sobresaltada con el impertinente timbre del despertador en sus oídos. Aún duda unas milésimas de segundo hasta comprender que se trata de alguna especie de pesadilla y que el nuevo día comienza. "Despierta.... Despierta.... Despierta..."   
A duras penas, lo consigue.

   El día se le hace pesado, largo, cansado y estresante. Uno de esos días a los que no se les ve el final y en los que cada minuto parece pasar una eternidad. El ánimo cansado tampoco ayuda. Se siente triste. Nostálgica. Desea regresar a su casa para encerrarse en su mundo y olvidarse del presente. No es que se engañe, sino que a veces necesita encerrarse en si misma para tomar fuerzas y seguir adelante.
Avanza a grandes zancadas con su mente fija en una sola idea: desprenderse de esa sensación incómoda de melancolía que la acompaña en los últimos días y que hoy parece acentuarse especialmente. Tal vez una ducha pueda ayudar a quitarse de encima esa pegajosa capa opresiva  que se ha posado sobre ella  impidiéndole caminar como acostumbra: la vista al frente; el paso seguro y, en ocasiones, acelerado; el gesto distendido; la mirada curiosa y el espíritu libre.

   No, el reflejo que en esos momentos le devolvía el espejo de su cuarto de baño no era ella. O no la que ella consideraba ser. Mucho habían cambiado las cosas desde que se tropezara con aquella muchacha en la puerta de su casa solicitando un poco de comprensión. Y ella se la había brindado. Entendía su difícil situación y trató de ayudarla en cuanto  pudo, sin sobrepasar límites. Las dudas y la prudencia nunca la dejaban ir más allá de una línea invisible pero fija. Estaba de su parte, aún así.... Sólo conocía una versión de los hechos. Y eso, no ayudaba.
Por mucho que procuró tener una amplia información de lo sucedido, no pudo extraer ningún otro dato más allá del aportado por la chica. Todo se basaba en lo dicho por cierta persona (que debía suponer no mentía) sin posibilidad de confrontar puntos de vista por falta de otros testigos que estuvieran en aquel lugar, en ese momento concreto.
Y los que sí estuvieron presentes, bueno...cada uno estaba inmerso en su propia vida y no podían mas que ofrecer vagas referencias a un hecho  que según todas las evidencias era la opción más factible. ¿Fue violada en realidad o fue un acto consentido?

   Todo lo que sabía era que aquella tarde al volver del trabajo se había fijado en la joven un tanto flacucha quien, tapando su cara entre las manos, sollozaba con amargura. No entendía qué le había hecho acercarse a ella, cuando por lo general tomaba bastantes precauciones con las personas desconocidas. Tal vez ese día empatizaba especialmente con los demás o acaso fuera algo que llamó su atención en la languidez de la figura de la muchacha  que le había recordado aquella vez  en que ella misma se sintió amenazada y sola; incapaz de reaccionar. Daba igual, mejor no pensarlo más. El pasado, pasado está.

Lo cierto es que se había acercado y había dejado que vertiera sobre ella toda su impotencia. Le había dejado llorar. Le había escuchado sin abrir la boca ni una sola vez, asintiendo comprensiva a las palabras entrecortadas que salían apenas sin voz por entre aquellos labios trémulos. Cuando calló, le preguntó qué pensaba hacer. ¿Había denunciado ya? Se ofreció a acompañarla, si así lo deseaba. La vio negar lentamente con la cabeza y entendió que aquella no había sido la primera vez. Trató de animarla a denunciar un hecho que no debía volver a repetirse y del que era presumible no fuera culpable; pero sus intentos no surtieron efecto. La vio alejarse y se sintió miserable al no poder hacer nada contra lo que parecía ser una demostración de poderío y esclavitud.

   Volvió a soñar aquella noche. De nuevo su sueño fue inquieto. Despertó angustiada por una pesadilla que no recordaba pero que le había provocado tal sensación de pánico que su corazón latía desbocado. Decidió levantarse a tomar aire fresco o  a actuar de alguna manera; necesitaba movimiento, su cuerpo estaba nervioso y trataba de calmar su ansiedad ofreciéndole alguna actividad.
Se acercó al ordenador pensando en curiosear en las noticias del día para distraer su atención pero al poco rato comprendió que aquello había sido un error. París. Atentados. Estado Islámico.
Leía horrorizada la locura desatada por una sarta de fanáticos que no tenían objetivo alguno más allá del terror por el puro terror. No daba crédito a que aquello pudiera estar sucediendo. Al instante su cabeza empezó a desarrollar alternativas posibles e imposibles. ¿Sería ésta la Tercera Guerra Mundial? Pero seguramente no sería tan convencional como las anteriores ¿sería una guerra psicológica?.
Saturada, cerró de golpe su ordenador y permaneció con la vista perdida unos minutos sin reaccionar. Hoy había tocado París, pero ... ¿ y mañana?

   Ya no podía dormir así que se tumbó en el sofá, en la oscuridad del salón, dando vueltas en su cabeza a la idea de lo alejada y ajena que estaba a todo cuanto pasaba a su alrededor. Pero tampoco podía evitar que sucedieran tales cosas. Su lógica y sus emociones entraron de nuevo en conflicto. Debatía para sí misma las posibilidades reales de acción que podía tener sin llegar a una conclusión que la convenciera. Y dudaba  la fuera a encontrar. El mismo debate se había sucedido muchas veces ya en su cabeza como para saber que no iba a llegar a ninguna parte.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                                    LAS CENIZAS DE SARA

   Cenizas esparcidas por el suelo y huellas en diversas direcciones que las van diseminando a lo largo del pasillo como si de una señal indicadora se tratara para llegar a algún lugar concreto e importante  cuando, en realidad, no hacen más que dar vueltas sobre sí mismas, pisándose unas a otras, sobrepuestas y sin un orden determinado. Aquello representaba el más absoluto caos. O la más errática de las sendas para alcanzar el objetivo deseado.
Y sin embargo, sabía que había llegado a su destino.

   Cuando  cruzó por primera vez el umbral de la puerta supo que aquél era su sitio. Se rió de sí misma al pensar en ello. Rememoró la primera vez y se quedó atrapada en ese sueño mientras sin darse cuenta dejaba caer su cuerpo sobre el suelo frío y  sucio de aquel apartamento de las afueras cuyos días de alegrías y regocijos quedaban ocultos tras las cortinas de vivos colores que ahora permanecían cerradas y, al parecer, bastante necesitadas de una pasada por la lavadora.
Pero ella ya no las veía. Soñaba con su mundo de claros y oscuros donde había dejado rastros de sí misma conforme pasaban los días; Perseguía a sus propios fantasmas tratando de hacerlos regresar de nuevo sin conseguirlo; Buscaba en su memoria momentos pasados que animaran su presente.

   Había llegado una mañana tibia de otoño con una simple mochila a la espalda (bastante escasa de pertenencias y un tanto sucia y deshilachada), sin avisar y deseando que la dueña de la casa no le abriera la puerta. En realidad, no estaba nada convencida de que aquello fuera una buena idea sino que más bien se había dejado guiar hasta allí mientras  trataba de encontrar otro camino a seguir; o mejor dicho, el camino a seguir. Era un paso intermedio, una tregua, hasta descubrir qué era realmente lo que quería hacer con su vida.
Alguien, no recordaba quién, le había dado esa dirección por si necesitaba una habitación donde  alojarse por unos días. No era muy cara y la dueña no solía importunar ni meterse en vidas ajenas si se seguían unas normas razonables de conducta.

   Pulsó dos veces el timbre; esperó unos minutos y decidió volverse por donde había venido al comprobar que nadie le abría la puerta. Una mezcla de alivio y tristeza inexplicables la invadió camino del ascensor. Alivio por verse libre de ataduras y tristeza por no tener una puerta amiga a la que llamar. Era totalmente incoherente y lo sabía, pero hacía mucho tiempo que no se asombraba de sus múltiples incongruencias sino que las asumía como una más de sus "debilidades". Y cómo odiaba ser débil. Y, además, no se lo podía permitir.
No llegó a pulsar el botón del ascensor. Su cuerpo reaccionó a una voz procedente de alguna de las puertas situadas a su espalda. Se giró para observar a una mujer despeinada y con cara de sueño que había salido de la puerta frente a donde ella acababa de llamar. Le estaba diciendo algo pero no la entendía. Su voz era tan suave que no alcanzaba a escuchar el contenido de las palabras que seguramente salían de esa boca cuyos labios se movían con precisión mientras sus ojos se clavaban en ella con curiosidad mal disimulada.

   Le explicaba que la dueña se había ido fuera a pasar el día pero que le había dejado el encargo de recibir a una posible compañera en caso de que apareciera alguien por allí, como así había sucedido. La invitaba a llamar a un número de teléfono que tenía apuntado en una libreta en la que se veía pulcramente escrito un nombre, "SARA", seguido de unos números que fueron apuntados con un tanto de displicencia en una de las hojas sobrantes de la libreta. Cortó el papel, se lo entregó y allí pareció acabar toda conversación porque acto seguido le cerró la puerta sin esperar respuesta.
Con el papel aún en la mano y el desconcierto de quien no entiende qué ha podido suceder para que una situación se volviera tan cambiante en cuestión de segundos, decidió arrugarlo y dejarlo allí tirado como claro indicio de desprecio ante tan desagradable despedida. Pero por cosas de los automatismos, en vez  de hacer eso se lo guardó de forma inconsciente en uno de los bolsillos del pantalón. No era persona de tirar nada al suelo.

   Calle abajo encontró una terracita agradable donde desayunar al sol y allí aparcó su cuerpo y su mochila mientras daba vueltas en su cabeza a la idea de quedarse o marcharse de la ciudad. Ya llevaba varias semanas allí y no había conseguido encontrar trabajo así que mejor sería despedirse y salir en busca de otras alternativas que aún consideraba posibles.
Pidió un café  y se dedicó a observar a la gente que pasaba a su lado. Siempre le había atraído conocer las motivaciones de las personas para ser como eran o actuar de la forma en que lo hacían. Ella misma era minuciosamente analizada pero nunca podía llegar a extraer ninguna conclusión concreta puesto que le fallaba la autocrítica. Demasiadas dudas y subjetividades como para obtener un dato fiable.

Al removerse en su asiento, notó crujir el papel y lo sacó con curiosidad para ver su contenido. Se quedó mirando aquellos números y letras sopesando la necesidad o no de conservarlos para un uso posterior; nunca se sabe lo que puede suceder y mejor es estar prevenida. Se olvidó así de su anterior desagrado y lo plegó metódicamente buscando un hueco en su cartera para no perderlo.
De nuevo en el mundo real, recordó cómo fue aquella primera conversación y la sensación indefinible de estar haciendo lo que debía. ¡Había sido todo tan sencillo! Nada más marcar, la voz sonó en su teléfono clara y alegre. Esa voz le había resultado agradable y la conversación que mantuvieron lo fue aún más prosiguiendo en un tono más que festivo, sin ni siquiera conocerse.

Expresó sus dudas cuando recordó a la vecina pero Sara supo contenerlas; La conocía bien, era su hermana. Y podía ser terrible sin proponérselo. De hecho, si le preguntaran por qué le había dejado con la puerta en las narices seguramente se mostraría ofendida ante semejante acusación o sorprendida ante lo que ella habría creído un trato más que respetuoso.
Zanjaron la conversación con una cita a las siete de aquella misma tarde. Y lo que en un principio fueron un par de días, llegaron a convertirse en semanas y más tarde en meses. Así habían pasado más de cuatro largos años llenos de confidencias, tertulias a media noche y experiencias compartidas, sazonadas de complicidad y de amistad sincera.

Pero todo acabó de golpe. Bastaron apenas unos minutos; una moto; un casco mal puesto y un coche más acelerado de lo debido.
Anyway the wind blows...


¡CUIDAMOS LA PÚBLICA!

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