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SOLO LETRAS

Iniciado por kermit, 18 Agosto, 2014, 08:50:21 AM

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kermit

#40
                                               LA CARCASA

Suaves gotas de lluvia caían sobre su cuerpo desnudo. Así lo había previsto. Quería sentir su frescor en la piel. Notar cómo resbalaban en caída libre hacia su destino final. Algo en aquel recorrido le ofrecía consuelo; como una caricia silenciosa. Se sentía feliz consigo misma. No notaba la humedad que la envolvía; o si, la notaba  formando parte de ese momento y por eso mismo no la despreciaba; le agradaba su olor, que lo inundaba todo.
Tumbada sobre el suelo, abrazada a sus rodillas, se dejaba acariciar por aquella lluvia fina que cubría su cuerpo de múltiples gotas diminutas, las cuales iban aumentando progresivamente su tamaño, hasta rebosar, deslizándose en una carrera precipitada hacia el suelo del jardín lleno de hojas.

   No se movía. Sentía. Ya no era un cuerpo sino un receptor de estímulos diversos y difusos. Se liberaba de la sensación de una pesada gravedad para convertirse en un ser etéreo e incorpóreo. Podía estar en todos los sitios a la vez y en ninguno en especial. Era una sensación agradable exenta de reglas y no sujeta a valoraciones lógicas ni formales, las cuales quedaban relegadas a un plano casi de total inexistencia.
Permaneció por muchos minutos allí tumbada dejándose acariciar por aquellas gotas de agua regeneradora que le proporcionaban calma y serenidad hasta que su débil cuerpo le recordó, con una sucesión de escalofríos, que debía ponerse a cubierto y despedirse de aquella humedad que penetraba hasta lo más profundo de sus huesos acrecentando la enfermedad que hacía tiempo había comenzado a corroerlos provocándole múltiples dolores y presagiando futuras deformaciones en aquella carcasa que le había tocado en suerte.

   Aún podría realizar una vida más o menos normal, autónoma e independiente,  pero ya le habían pronosticado que aquello cambiaría en un par de años. Tres o cuatro a lo sumo. No más.
Al principio, no supo cómo considerar aquella situación. No había notado ningún síntoma en particular más allá de ciertas molestias articulatorias de vez en cuando que no consideró nunca de mayor importancia.

Pero todo cambió cuando en una de sus excursiones habituales por los campos cercanos tropezó con su propio pie chocando contra el suelo de forma bastante grotesca, con la consiguiente contusión e hinchazón posterior. Acabó en la sala de espera  del hospital charlando animadamente con sus compañeras mientras esperaban se les avisara para hacer una radiografía, comentando de nuevo la sucesión de pasos que tantas risas había provocado entre los presentes y riéndose de su propia torpeza y de lo absurdo de la misma así como de la jocosa pero poco trascendente caída.
Todo transcurría entre risas y bromas cuando llegó la enfermera a informarles que  podría volver a su casa en cuanto le vendaran bien aquella pierna que presentaba una lesión sin consecuencias de la que se recuperaría pasadas unas tres semanas, si se cuidaba bien de no moverse en exceso.

Pasado ese plazo, se encontraba aguardando su turno pacientemente sentada en un banco blanco que no paraba de salirse de su gozne derecho impidiéndole concentrarse en la lectura del libro que reposaba sobre sus rodillas. La médico de familia corroboró que todo estaba en orden y que en breve podría volver a recorrer aquellos caminos o cualquiera otros que deseara tratando esta vez, eso si, de fijarse bien dónde aterrizaba sus pies. Escuchadas estas palabras, inició el gesto de levantarse cuando para su sorpresa la médico le sugirió realizar de nuevo la prueba puesto que había detectado algo extraño en la radiografía.
Seguramente no fuera nada pero había preferido descartar eventuales errores previniendo así una denuncia posterior de una posible paciente quisquillosa e insatisfecha, como le había sucedido recientemente; por lo que a pesar de las limitaciones que les imponían  en el centro de salud decidió solicitar, excepcionalmente y para evitarse futuras complicaciones , una nueva radiografía.

   Las sospechas se habían confirmado; una extraña enfermedad similar al cáncer de huesos: una rara variación de la enfermedad ósea de Paget o algo similar; no había prestado mucha atención. Daba igual. Ella se sentía bien. Nunca le había dolido especialmente parte alguna de su cuerpo ni sentía que éste hubiera cambiado en nada, a pesar de que ya le habían avisado que eso era lo normal. Al parecer, ese tipo de enfermedad se descubría por casualidad, tal y como se exponía en los raros casos que se tenía documentados.
¡Qué sabrían ellos! ¿Cuántos casos habían sido diagnosticados con un margen de tiempo inferior al que después se había demostrado? A eso se agarraba su esperanza. No siempre se acertaba con el pronóstico. Tal vez tuviera aquella rara enfermedad, si, pero eso no quería decir que fuera a acabar con ella en dos, tres o cuatro años. Además,  al ser una enfermedad poco conocida las estadísticas serían fáciles de romper.

Este era el ánimo que había tratado de insuflarse para no caer en el más absoluto pánico. No podría soportar depender de alguien de por vida. Ni quería pensar en ello siquiera. Era la primera etapa: la negación. Necesitaba tiempo para reorganizar sus esquemas; debía concentrarse en ella misma para sacar todas sus fuerzas y seguir su camino adaptándose progresivamente a los cambios que inevitablemente acompañarían su futuro. Parecía lógico que debía permanecer aislada durante ese período al tener que afrontar por sí misma sus circunstancias actuales, las cuales no habían tenido cabida en ninguno de los planes de futuro que se trazara años atrás cuando trataba de despejar el terreno por el que pisaba buscando su meta en la vida.
Pero pronto llegaron a sustituirla dos emociones más fuertes: la ira y la rabia. La ira por no poder solucionar adecuadamente el problema que se le había presentado por mucho que lo analizara desde todas las perspectivas posibles; y la rabia, que llevó a convertirla en un ser huraño  que evitaba el contacto con los demás. Sabía que en semejante estado sus emociones se desbordarían en cualquier momento y podrían hacer recaer su cólera sobre cualquiera que tuviera el dudoso honor de hallarse a su lado en ese preciso momento.

   Paulatinamente fue notando cómo su ira interior remitía produciéndole ciertos momentos de paz pasajera, lo cual se agradecía con buenas dosis de compañía. Sus amistades encontraban estos momentos de distensión poco estables pero no se atrevían a confesarlo por si estropeaban el delicado equilibrio que parecía reinar en el ánimo de su amiga, quien no paraba de especular sobre las teorías de varios pseudoprofesionales que había encontrado a través de una página de Internet y cuyos resultados parecían ser espectaculares. Cada vez que se hacía mención a uno de estos "especialistas" la confusión en sus interlocutores se hacía evidente al no saber cómo abrirle los ojos ante semejantes farsantes, a quienes tenía en muy alta consideración elogiando sus falaces peroratas escritas en páginas donde aparecían diversas imágenes y testimonios de supuestos enfermos recuperados de sus dolencias.
Nadie que la conociera bien entendía que pudiera dar crédito a semejantes charlatanes porque no sabían que estaba pasando por la tercera etapa de aceptación de su enfermedad: la negociación. Lo que más deseaba, ahora que ya había aceptado que su porvenir sería  el confinamiento  y la absoluta dependencia, era alargar al máximo posible su vida  sana para poner en orden tantas cosas como  pudiera antes de llegado el desafortunado momento. Y si para conseguirlo debía engañarse a si misma y mirar hacia otro lado cuando dudaba de todas aquellas personas que le ofrecían la panacea, pues fuera. De perdidos al río.

   Pero lo peor de todo fue la depresión a la que tuvo que hacer frente cuando no pudo mantener por más tiempo aquel engañoso universo. Una mañana, mientras contemplaba su reflejo en el espejo, descubrió en aquella imagen una mirada entristecida que le reprochaba mantuviera una actitud tan pueril y que en nada ayudaba a solucionar su problema. No lo pudo soportar más y lloró. Lloró desconsoladamente y por mucho tiempo. Comprendía lo que perdería por el camino en cuanto tuviera que hacer frente a la enfermedad y le entró el pánico.
Se dio de baja en el trabajo y permaneció durante unas semanas enclaustrada en su casa, sin salir para nada ni comunicarse con nadie. Sus amigas le llamaban constantemente al móvil, preocupadas por el cambio tan radical de actitud, pero no contestaba; o cuando lo hacía era tal su estado de negatividad que la conversación ya nacía muerta antes de comenzar. Le mandaban mensajes que no tenía ganas de contestar o a los que no tenía la fuerza de voluntad suficiente para hacer frente.

   A la tercera semana tuvo que salir de su recogimiento, no sin pesar y después de habérselo pensado mucho tiempo, para asistir a una revisión rutinaria con su médico. Su estado era tal que al verla comprendió que ya se había instalado en la siguiente etapa. Tal y como aconsejaban en estos casos, no reforzó la visión simplista de la necesidad de ver el lado alegre y positivo de la vida sino que la animó a llorar si ese era su deseo y le hizo comprender que aquella forma de reaccionar era normal en determinadas enfermedades, como era su caso. Recorrió con ella los diferentes estadios que se encontraban claramente delimitados describiendo a la perfección los distintos estados de ánimo en los que ella misma se vio reflejada y supo reconocer sin dificultad.
Esto le produjo sentimientos enfrentados; se sentía aliviada al reconocerse como una persona normal  y a la vez se sentía decepcionada por lo vulnerable que era. Y entonces, lloró de nuevo; aunque no por mucho tiempo. Sólo lo justo para aceptar lo que le quedaba por delante. Ya estaba preparada.

Salió de la consulta con paso lento y se dirigió andando calle abajo experimentando una nueva sensación  que no sabía cómo calificar. Era una mezcla de aceptación y espera calmada. Se sentía mejor. Agotada pero tranquila, por fin.
Siguió paseando compasadamente, reparando en pequeños detalles que despertaban su curiosidad como algún sonido inesperado proveniente de cualquier esquina; el aroma de flores que no podía ver; juegos de luces y sombras en la acera junto al parque.... Se sentía bien de nuevo.

Y esa sensación de bienestar fue el desencadenante de lo que sucedió a continuación impidiendola escuchar el sonoro pitido inicial - que posteriormente se convertiría en estridente frenazo - de un coche cuyo conductor, en un intento desesperado  por no atropellar a la persona que deambulaba despistada (y casi se podría decir desorientada) por en medio de la calle, había hecho girar con un brusco volantazo sin lograr evitar el impacto. Nada se pudo hacer.
Lo más comentado por todos los sanitarios que acudieron al lugar del accidente fue la extraña sonrisa que asomaba en aquella cara ensangrentada, como si de la Mona Lisa se tratara.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                  LA NOTA DISCORDANTE

   Jorge miraba con desesperación aquel teclado que parecía se riera de él, sin piedad, desafiándolo una y otra vez a proseguir una lucha desigual en la que siempre salía perdiendo. Llevaba varias semanas tratando de dar forma a la melodía que tenía en su cabeza pero estaba tan confusa que no salía en el orden adecuado destrozando todo intento de coherencia armónica y dando al conjunto un sonido tan estridente que provocaba en él un rechazo visceral.
Agotado ya, cerró la tapa del teclado de su piano con la fuerza que solo la rabia contenida y la impotencia puede aportar, haciendo retumbar los cristales de la ventana de la habitación en la que se encontraba (los cuales, por su parte, ya estaban acostumbrados a semejantes fluctuaciones en el ánimo del dueño de la casa sufriendo estos pequeños sobresaltos como mejor podían).

   Lleno de ira y sin saber cómo expulsarla fuera de sí vagaba de habitación en habitación en busca de alguna actividad que apaciguara su creciente animadversión sin encontrar nada que utilizar como blanco para descargar la tormenta que en esos momentos empezaba a tomar forma en su interior. Se concentró en la música y buscó afanosamente entre todos sus discos, casi de forma compulsiva, algún ritmo que sirviera para arrancar de sí mismo tanta fuerza descontrolada; pero no supo con qué opción quedarse lo que no hizo mas que acrecentar su confusión. La tormenta amenazaba con convertirse en ciclogénesis explosiva.
Cuando esto sucedía lo mejor era salir a la calle para cansar el cuerpo y agotarlo de tal forma que fuera desgastando todo vestigio de temporal, ciclón o tsunami emocional. Durante dos horas permaneció recorriendo las calles sin rumbo fijo, con el simple objetivo de convertir el vendaval en una suave brisa, no olvidándose de agradecer la soledad reinante en las calles pues no deseaba encontrarse con nadie, fuera este conocido o desconocido, en aquellos momentos.

   Cuando regresó, dos mensajes aguardaban pacientes en su contestador. Su madre y un número excesivamente largo,  que supuso sería del hospital informándole del cambio de fecha de la cita médica. Más tarde lo escucharía. Y su madre, tendría que esperar. Su cabeza se encontraba centrada en la música que se negaba a fluir en el orden correcto urgiéndole a sentarse de nuevo ante el teclado y no levantarse de allí hasta no haber solucionado el caos armónico que actualmente parecía eclipsar todo avance.
Con mucho esfuerzo logró transportar su cuerpo hasta aquella banqueta que le esperaba ansiosa mirándolo con cierto desdén, o tal vez con recelo, por haberla abandonado sin acabar la tarea. Se sentó sin ganas; levantó la tapa; miró las teclas esperando obtener una respuesta impulsiva que le llevará a sentirse mejor y posó sus dedos al azar recorriendo la superficie del teclado, como calibrando su grado de docilidad. Tenía la sensación de tener bajo sus dedos un animal salvaje que necesitaba ser domado. Sólo así lograría extraer de él la melodía que necesitaba.

   Aquella noche no se produjeron avances importantes aunque tampoco fueron del todo inútiles. La melodía fluía en otro sentido mezclándose con la ya existente y otorgando una nueva perspectiva que no quería dejar de explorar por si fuera la que buscaba desde hacía largo tiempo por lo que prosiguió experimentando e introduciendo diferentes variaciones en las notas e improvisando con ritmos y acordes surgidos del momento.
Sólo fue consciente del tiempo pasado allí cuando hizo su aparición  la conocida distonía focal, recreando una melodía totalmente diferente a la pretendida y provocándole un dolor incómodo que deseaba hacer desaparecer intentando acortar la movilidad de sus dedos sustituyendo unas teclas por otras más cercanas.
Mejor dejarlo ya, parecían decir sus agotados músculos. Y si, parecía una buena idea. Parecía, si no fuera por un pequeño descubrimiento que había hecho de modo casi inconsciente. Trató de repetirlo pero no funcionó.

   Se fue a la cama sin llegar a conciliar el sueño con facilidad;  y cuando por fin lo hizo, se enredó en una pesadilla intranquila donde diferentes notas parecían cobrar vida y se ordenaban ante él de la forma que mejor les parecía no atendiendo a sus desesperados llamamientos al orden. Las teclas del piano se habían salido de su posición para acabar esparcidas por el suelo formando una fila que recordaba las largas hileras de orugas procesionarias, como las que surgían del pino plantado en el patio de su colegio, y que tanto le fascinaban de pequeño. Le gustaba jugar a desorientarlas y separarlas con un palo por el puro placer de provocar un pequeño caos en esa línea continua que no paraba de moverse.
De repente, con la lógica irracional que se asume tan fácilmente en un sueño, el escenario cambió y  apareció sentado a la mesa, con su madre, quien no paraba de echarle en cara la poca atención que le prestaba mientras le ofrecía todo tipo de platos para que los probara y diera su aprobación. Es verdad que aquello no tenía mucho sentido pero había que reconocer que la comida estaba exquisita. Disfrutaba de la variedad que se le ofrecía sin mostrar saciedad o inapetencia; tenía hambre y degustaba la comida reposadamente sin importunarle las exhortaciones que su madre no dejaba de proferir. Más bien sentía cierto cariño y agradecimiento por aquellas palabras que le fueron acunando hasta que entró en el profundo sueño del que despertó a la mañana siguiente a una hora tan poco usual que casi pensó que tendría adelantado el despertador.

   Con un café en la mano se dedicó a observar por la ventana de la cocina cómo el resto del mundo había seguido activo mientras él exploraba los oscuros caminos del reino de Morfeo. Se acercó al piano con cierto sentimiento de decepción al no poder proseguir la escritura de esa hoja que permanecía desde hacía semanas sobre la mesa esperando ser  completada. Recogió la partitura y trató de continuar de forma mecánica la lectura de aquella composición hasta llegar al temido momento en que quedaba suspendido de una nota que se negaba a ser enlazada con otras resistiéndose a cualquier intento de formar parte de un todo con sentido argumental.
Tal vez debiera olvidarse de ella para empezar una nueva; de nada servía empecinarse en obtener una melodía concreta cuando se podían armonizar muchas otras  siempre que no se obcecara en proseguir un camino determinado que podía ser el lastre que evitara su avance.

Recogió en su mano los tres papeles que abarcaban toda su labor de los últimos meses dándose una última oportunidad antes de tirarlo todo a la basura. Recorrió con la vista aquellas manchas negras que iban recreando sonidos en su mente y notó sorprendido la fluidez con que aparecían ante él los distintos compases, escalas y arpegios. Más sorprendente aún fue comprobar cómo en algún momento de la noche se había dedicado a completar el acorde que se le resistía dando pie al siguiente movimiento el cual empezó de inmediato. No paró hasta que bien entrada la madrugada puso punto final a su escritura. Esa noche se durmió inmediatamente.
La mañana amaneció oscura y con gotas de lluvia en el cristal. Su cabeza estaba embotada y apenas recordaba qué día era. No había sonado el despertador y se temió lo peor. Se levantó de un salto y fue corriendo a la cocina a ponerse un café mientras echaba un vistazo de reojo al reloj de la cocina para comprobar que no se había retardado tanto como esperaba. Una ducha rápida y la salida precipitada hacia el trabajo.

   Volvíó a su casa con la sensación de haber dejado alguna tarea pendiente pero sin poder especificar cual. Recordó la partitura que aguardaba en lo alto del piano esperando ser recogida y se dirigió allí para comprobar que efectivamente había logrado completarla. Se sintió feliz.
Acto seguido, colocó los papeles en el fregadero y los quemó. Para concluir, abrió la ventana y  esparció sus cenizas por encima de la ciudad mientras él observaba orgulloso cómo  el viento las llevaba lejos de allí haciéndolas desaparecer mezclándolas con aquel cielo gris de fondo.
Anyway the wind blows...

kermit

                              TRAS EL CRISTAL

Suspirando tras el cristal de la ventana, la nariz pegada al frío vidrio - con la aparición del consiguiente cerco de vaho intermitente en cada respiración - pensaba en la posibilidad de salir de allí o permanecer encerrada durante otro día más. Las alternativas que se le ofrecían eran igualmente "tentadoras".
Salir significaba actividad, movimiento, cambio de escenario. Pero frío, mucho frío, que su piel no deseaba. Permanecer encerrada significaba mantenerse en estado de hibernación, lo inmutable, la comodidad de lo rutinario. Pero su cuerpo deseaba liberar la energía que se le había acumulado durante el fin de semana.

   Y no se decidía. Esperaba que algo o alguien viniese  a cambiar el rumbo de su cotidianidad dejando al azar que decidiera por ella. Ya asumiría lo que tuviera que asumir. O no. Tal vez se lamentaría más tarde. Bueno, aquello ya se aclararía después. Lo importante era que necesitaba un primer impulso que la pusiera en movimiento; como en esos mecanismos en los que una vez se les aplicaba una fuerza inicial  se provocaba toda una cascada de actividad, cual péndulo de Newton. Pero necesitaba ese empuje inicial, esa energía que produjera una reacción en ella.
Por lo tanto, permanecía a la espera de algún suceso que inclinara la balanza hacia un lado u otro y le permitiera actuar sin necesidad de pensar.

   Pasaron los minutos y, puesto que nada ocurría, su cuerpo consideró llegado el momento de la revolución e independizándose de su perezosa dueña comenzó a girar en dirección al dormitorio. Sorprendida, se vio frente al armario considerando las opciones del vestuario: ¿Prefería la combinación del verde con el malva o serían más acordes la gama de los azules? Teniendo en cuenta que debería ponerse el impermeable rojo- puesto que el otro se le quedó en casa de sus padres en la última visita que les hizo - mejor el azul. Decidido. Serían los tonos azules los que marcarían su día en el exterior.
Una vez estuvo preparada y protegida contra las gélidas temperaturas que le acechaban tras la puerta, se quedó perpleja agarrada al pomo al considerar que aún no había decidido qué dirección tomar. Sus pies le dirigirían hacia algún lugar, no importaba el destino sino el camino recorrido. "Vaya, esto me suena..." Trató de recordar quién le había dicho algo parecido en uno de los días inmediatamente anteriores. Era alguien cercano pero no acababa de definir quién ni en qué situación se había producido semejante comentario.

   Con el pensamiento centrado en esta duda no se dio cuenta que, cual autómata, había cerrado la puerta de su casa, bajado las escaleras y salido del portal atravesando la calle, acto seguido, impulsada por el tráfico de peatones que  esperaban un tanto impaciente a que el semáforo cambiara de color.
Se dejó arrastrar por la marea humana hasta más allá de la parada del metro y después, como haciéndose consciente de su falta de determinación y como para demostrar que no era persona que se dejara arrastrar fácilmente por las masas, retrocedió varios metros para tomar la dirección opuesta.

   Seguía sin saber dónde encaminar sus pasos pero al menos seguiría los suyos, no los de otras personas.
Esta calle estaba bastante tranquila en comparación con la que acababa de abandonar (más bien por oposición que por gusto) por lo que pudo disfrutar de los pequeños detalles que se le mostraban posando su mirada en los diferentes escaparates de los comercios que ofrecían sus mercancías con gran despliegue de carteles donde se proclamaba con profusión de efectos visuales las más maravillosas ofertas del mercado. Oferta engañosa pues, a escasa distancia, uno se podía encontrar con la misma mercancía acompañada del mismo cartel anunciador del espectacular descuento que no debería desaprovechar quien por allí pasara.

   Esto le hizo pensar en la necesidad creada de comprar impulsivamente a la vista de cualquier objeto que se acompañara de un buen letrero en el que la palabra oferta o descuento estuviera bien grande, subrayado y/o especialmente destacado. Daba igual que fuera un trasto inútil que probablemente acabara en alguna esquina de la casa o incluso guardado en el más oscuro de los cajones; lo importante era poseerlo por el mero hecho de ser una ocasión de la que únicamente se podrían beneficiar selectos viandantes que hubieran tenido la suerte de pasar por allí antes que cualquier otro ser del planeta.

   En el siguiente escaparate observó, para deleite de sus sentidos, todo  un conjunto de dulces de lo más variado que tentaba a cualquiera a dejarse seducir por sus encantos, más que visibles. No pudo evitar caer en la tentación y entró con la intención de saciar su necesidad de azúcar, o esa era la justificación que se daba a sí misma para comer todo tipo de golosinas y dulces que se encontrara a su paso. Era persona de la opinión, razonaba para dar mayor peso a su planteamiento,  que el cuerpo era muy sabio y cuando éste requería subsanar alguna necesidad iniciaba una petición sin palabras a modo de acción que permitiera dar a entender a las claras cuál debía ser la forma de reparar semejante falta.
Su cuerpo realmente debía estar falto de azúcar porque siempre que se presentaba algún dulce a su vista el cuerpo reaccionaba comiéndoselo. Pero eso no significaba que  ella fuera golosa compulsiva, no. Era necesidad.

   Relamiéndose los labios y disfrutando así de los últimos restos que permanecían en ellos del cono de chocolate con nata que acababa de degustar, no se percató  de cómo una mano acababa de saludarla desde un coche que pasaba en dirección contraria a la suya. Si lo hubiera visto antes hubiera intentado esconderse en cualquier comercio cercano porque no le gustaba meterse en los problemas ajenos, pero... no quiso el destino que tuviera esa suerte sino más bien la contraria. De hecho, quien le había saludado encontró aparcamiento a escasos metros de donde ella se encontraba y no perdió la oportunidad que se le brindaba. La pilló por sorpresa.
Sin ella darse cuenta estaba siendo seguida de cerca, cada vez más cerca, por una persona con una apariencia bastante inquietante. Cualquiera que la viera se echaría instintivamente hacia un lado. Parecía salida de una película de gángster, de esas de novela negra. Ya casi la alcanzaba. Aproximaba la mano a su hombro para detenerla o llamar su atención. Pero tropezó con un saliente de la raíz de un árbol  y a punto estuvo de caer sobre ella. Todo quedó en un empujón que hizo desestabilizar a la mujer mientras giraba la cabeza a tiempo para ver cómo la persona que la perseguía hacía un amago de caída de lo más gracioso. Sin poder evitarlo, rió a carcajadas.
Anyway the wind blows...

kermit

"¿Te parezco gracioso? Pues no creo que te lo parezca tanto cuando te diga lo que me sucede". El hombre trataba de imponer seriedad a la situación pero era evidente que no lo conseguiría con esa medio sonrisa que apenas podía disimular. Se conocían demasiado bien como para engañarse uno a otro. Y por eso ella habría intentado escaparse de esa conversación de haberlo visto venir. De nuevo tendría que aplacar su angustia respecto a su hermana. No, no le pasaba nada. Estaba rara, si. Pero era normal después de tener al bebé. Por algo se llamaba depresión postparto. Paciencia. No quedaba otra. Ya volverían las hormonas a estabilizarse y ella volvería a estar como siempre.
El hombre la miraba poco convencido. Todo había cambiado demasiado desde que naciera el bebé y mostraba sus dudas. La miraba con esa cara de escéptico  que tanto le divertía. No podía evitar sentir cariño por ese personaje que ahora mismo se encontraba ante ella implorante y con esa pinta tan extraña. ¿De dónde saldría así vestido?

El hombre pareció adivinar la mirada que le lanzó y como excusándose le explicó que venía del teatro, donde estaban haciendo el ensayo general para el gran estreno de la obra que sería al día siguiente. La había visto en la acera y, sin pensarlo dos veces, había ido a su encuentro. Ahora miraba su atuendo y parecía un tanto confuso.
"Perdona, debo irme ya. Tu hermana me estará esperando". Y lanzando un beso con la mano salió disparado hacia el coche mientras ella le seguía con la mirada pensando en lo mal informados que estábamos en general, las personas, sobre el tema ese de tener descendencia y los problemas que acarreaba. Y eso que aún era pequeño y manejable. La  cosa se ponía peor cuando crecían. Había casos tan extremos en los que los padres estaban dominados por sus propios hijos.

   Siguió los pensamientos derivados de la necesidad creada por la sociedad para tener hijos y las consecuencias que esto tenía en las personas.  Ella lo tenía claro. No quería ninguno. ¡Si no era capaz de cuidarse a si misma! ¿Cómo iba a cuidar de otro? No, la sociedad nos tima para que aceptemos el valor de la maternidad como algo deseable y necesario.
Aunque también ella estuvo a punto de... bueno, mejor dejarlo estar. Su ánimo cambió drásticamente con el recuerdo de lo que pudo haber sido. Aquel accidente y, después, la muerte prematura. De eso hacía ya varios años y no quería volver a pasar por ello. No, nada de niños.

   Ahora caminaba cabizbaja y despacio, mirando al suelo, tratando de sobrellevar aquel pesado recuerdo del pasado. Notó cómo su cuerpo temblaba pero no era de frío. Más bien sentía cierto calor.
Alguien pasó a su lado y le preguntó si se sentía bien. Parecía pálida y cansada. "No es nada, las náuseas del embarazo, ya sabe", mintió. Lo cierto era que no se sentía bien. Decidió sentarse en alguna cafetería cercana a tomar algo por ver si así entonaba su cuerpo y quien sabe si su alma. 

   Con un café caliente humeando ante ella, decidió que no merecía la pena seguir fuera puesto que ya no estaba de humor para nada. Pero no quería encerrarse en si misma y retornar al mundo oscuro de los recuerdos. El pasado estaba bien donde estaba. Ahora estaba en el presente, nada de caer de nuevo. Tendría que esforzarse por mantenerse al margen y proseguir con la tarea que tenía pendiente. Concentrarse en el trabajo le parecía una buena opción para no dejarse arrastrar de nuevo al abismo.
Se calentó las manos con la taza de café mientras lo degustaba lentamente. No había prisa. El líquido caliente se abría paso por su garganta proporcionándole una agradable sensación conforme viajaba por su interior. Sentía cómo su cuerpo se iba relajando en cada sorbo y una vez terminado su café salió de allí con la suficiente determinación como para hacerse frente a si misma y a sus malditas dudas - que aparecían en el momento menos esperado - deseosas, como parecían, de hacerla sentirse débil y vulnerable cuando no era esa su disposición natural. Muchas veces se había mostrado fuerte ante las más variadas situaciones. Todos cuantos estaban a su alrededor  así se lo habían dicho. ¿Entonces, qué había sido de toda aquella fortaleza suya? ¿Dónde había ido a parar?

   De repente, un fuerte golpe le hizo salir de su ensimismamiento. Miró en derredor para ver qué había sucedido. Vio gente correr hacia ella sin comprender qué pasaba. Los coches se habían parado en la calle y alguien le preguntaba si se encontraba bien. Asintió sin entender mientras seguía la mirada de la gente que se encontraba frente a ella.
Al girarse descubrió con sorpresa lo que tanto revuelo causaba entre las personas que se arremolinaban a su alrededor. Una pesada plancha de metal desprendida de la azotea de uno de los bloques de pisos que adornaban aquella manzana y por la que acababa de pasar. A sus espaldas, tirada en el suelo, abollada y retorcida, se encontraba aquella chapa del cartel anunciador que casi le había aplastado apenas unos segundos antes. Parecía como si la suerte hubiera decidido en el último momento que esquivara su destino final. Un aviso, tal vez.

   Confusa y desconcertada, siguió su camino. Cuán frágil era la vida. No era la primera vez que se lo planteaba. Apenas un suspiro separaba un mundo de otro. Había tantas circunstancias en las que de pronto todo cambiaba y uno podía pasar de una dimensión a otra inesperadamente.... Ejemplos tenía muchos: Aquel loco que había pretendido entrar en su casa descolgándose por una cuerda porque se había dejado las llaves dentro; Aquel padre desesperado que había visto impotente cómo una ola se tragaba a su pequeña criatura sin poder hacer nada por rescatarlo; El joven que había muerto de salmonelosis en un día de carnaval; O cualquier peatón que era barrido de golpe de la acera por un coche más acelerado de la cuenta..... y tantos y tantos otros que  dejaban de ser, una mañana cualquiera de un día cualquiera.
A pesar de los pensamientos negativos que emanaba surgió en ella una fuerza de reacción ante la inconsistencia de lo mundano; un deseo de sobrevivir a esa debacle a cualquier precio; de vencerla y desafiarla.

   Llegó a su casa con tal energía que de inmediato se dedicó a realizar varias de las tareas que había ido dejado pendientes por falta de ánimo. Terminó tarde y cansada. Se duchó y se tumbó en el sofá a leer. No llegó a pasar una segunda página ni se enteró de cómo Victoria le contaba a  Sofía, con esa voz que tantas ganas de dormir le daba, sus días pasados en la casa del campo. Ni de cómo Gao se desesperaba por la prolongada ausencia de Victoria.
Morfeo la encontró con el libro caído en el suelo, la mano extendida hacia ese lado y medio cubierta con una manta. Dormía. Contempló su rostro apacible y pasó de largo  sin hacer ruido en busca de nuevas vidas a las que otorgar paz y descanso. Allí ya no había trabajo que hacer.
Anyway the wind blows...

kermit

En el horizonte, se intuye más que se percibe, algún tipo de movimiento. La silueta de una persona. Apenas se vislumbra desde tan lejos. Camina despacio perseguida por una sombra alargada que parece evitar el polvo del camino. Se detiene. Se gira y observa el camino recorrido mirando hacia allá a lo lejos tratando de  abarcar, a lo que parece, de un solo vistazo, tantos pasos cuantos ha realizado en su largo caminar. Suspira. Se gira de nuevo y observa el camino que le queda por recorrer.
Se siente cansada y se sienta en el suelo. Decide permanecer donde está. Se acabaron los caminos para ella. No más búsquedas.

No es sino un punto más en el horizonte. Mimetizada con su entorno, la silueta no será descubierta más que por ojos expertos o deseosos por conocer. Allí permanecerá hasta ser encontrada ... tal vez.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                                                DE PAPEL

Al principio, no era más que un folio cualquiera de entre otros tantos de los que conformaban el paquete a medio gastar de "100 hojas Din A-4 80 grs/m Especial para fotocopiadora y Multicopista"(como se indicaba claramente en el frontal inferior derecho del mismo para aviso de quien fuera a utilizarlo). No destacaba por nada especial, simplemente era uno más; pero, a la vez, de alguna manera se sentía diferente. Las circunstancias así lo quisieron. Aquello lo comprendió cuando las excesivas prisas de quien lo portaba junto a una traicionera corriente de aire proveniente de la cocina que ascendió precipitada las escaleras para escaparse por la ventana de la segunda planta se conjuntaron para desbaratar su apacible existencia.
Fue entonces cuando comenzó su verdadera historia.

Siempre había pensado que acabaría como todos (engullido por la inmensidad de la  mediocridad) y que su existencia formaría parte del espectro de lo que se suele denominar "lo cotidiano". Un simple trazo sobre su superficie con algún que otro tachón y acto seguido un final en el que todo él se vería envuelto sobre sí mismo y condenado a la papelera; y de allí a la basura o, en el mejor de los casos, al contenedor de reciclaje. No deseaba más que un instante de fugaz gloria para poder sentirse satisfecho. Así, al menos, durante unas milésimas de segundo el mundo le pertenecería a él cobrando el sentido que necesitaba.
Súbitamente se desprendió del abrazo de sus hermanos yendo a descansar sobre uno de los escalones de la escalera (el sexto, según se sube; o bien el noveno, si lo que se pretendía era bajar) que daba acceso a la planta superior de aquella casa habitada por una familia cualquiera. El hecho es que, desde allí, fue deslizándose lentamente por los peldaños hasta posarse en el suelo del salón donde se encontraba un niño aburrido que no paraba de mirar, sin ver, una pantalla que vomitaba imágenes de colores chillones y que no dejaba de atronar a quien se encontrara en un radio aproximado de unos diez metros.

   El chiquillo, al descubrir a su lado aquel papel lo recogió curioso mirando por ambas caras sin encontrar nada interesante en ellas, lo que le dio una idea: haría un dibujo. Lo  acomodó sobre la mesa y se marchó a la otra habitación en busca de sus colores. Cuando regresó, se sentó en la silla y empezó a dibujar: rojo para los árboles, verde para las nubes y amarillo para un largo camino que llevaba desde la puerta de una casa anaranjada hasta la esquina derecha.
Empezaba a dibujarse a sí mismo de un morado poco definido y más cercano al lila  cuando apareció por allí su madre con el teléfono en una mano mientras trataba de barrer la habitación con la mirada en busca de lo que parecía tanto necesitaba.

   Se acercó a la mesa, observó el dibujo y, con un gesto que pretendía demostrar a la vez su irremediable necesidad y la solicitud de indulgencia por lo que iba a hacer, escribió unos números en el  dorso del papel doblando una esquina con cuidado.  Aliviada por haber encontrado un espacio donde guardar su preciado tesoro, miró a su hijo simulando interés. Con cierto remordimiento, le quitó importancia al hecho de haber "profanado" de semejante manera su obra de arte.
En compensación, le prometió ayudarle con su dibujo y para satisfacción del pequeño los dos juntos se pusieron a decorar aquel paisaje infantil añadiendo nuevos  detalles como flores, hierba, algún pájaro volando... hasta completarlo al gusto del muchacho quien no acababa de ver fin a su obra.

   Una vez acabado el dibujo debían decidir dónde ubicar aquel cuadro, merecedor de un lugar predominante en el que destacara aquel fantástico paisaje. El niño pensó  que lo mejor era pegarlo en la puerta para que todo el que entrara o saliera observara su bonito colorido, por lo que allí quedó expuesto a la vista de todas las personas que por allí asomaban, no sin antes disminuir un tanto su tamaño ya que la madre había recortado hábilmente, sin que se notara, el número que ella misma había anotado en el reverso hacía varios minutos.
Así, todos acabaron contentos: el niño por disfrutar de su dibujo compartido; la madre porque ya tenía el número solicitado; y el papel porque iba a disfrutar de su momento mientras estuviera expuesto a los ojos de los demás. Había perdido una parte de sí mismo, si, pero en nada le importaba puesto que había sido útil para otros.

Al cabo de una semana ya no era objeto de miradas curiosas ni levantaba las exclamaciones de los visitantes puesto que con el transcurrir de los días se había convertido en algo tan usual y cotidiano como el resto de dibujos que formaba parte de aquel micromundo. No era sino un integrante más de la pequeña galería de arte a la que se habían ido añadiendo nuevos dibujos de animales, escenas familiares y mundos fantásticos donde aparecían todo tipo de personajes extraños procedentes de una mente fecunda e imaginativa.
Pero llegó el día en que uno de esos seres (una mezcla de dinosaurio robot con dotes mágicas que despedía rayos láser por los ojos y fuego verde por la boca) eclipsó este paisaje quedando en segundo plano y asomando apenas una esquina de aquel sol lleno de rayos azules, siendo desplazado de su privilegiado lugar.

Acabó en manos de su hermana, quien gustaba de romper papeles en pequeños trozos, bien con tijeras, bien rasgándolos hasta consumirlos en su totalidad.
Sin embargo, aquel día se dio una extraordinaria excepción porque como tenía a su prima con ella decidieron que sería buena idea transformarlo en algo con lo que poder pasar un buen rato convirtiéndose así en un barco de papel que posteriormente sería puesto a prueba en una alargada mesa sobre la que las dos chiquillas hicieron una carrera soplando con fuerza para lograr el avance de sus tropas hasta el final de la misma. Ganaría el primer  barco que acabara precipitándose por la gran cascada hacia el infinito (escenificando el fin del mundo, como se entendía en la antigüedad, según habían visto recientemente en unos dibujos).

   Fue tan grata la experiencia, que hasta por tres veces repitieron la contienda. Pero ya era demasiado soplar para las dos y, agotadas, se sentaron en el sofá con un  libro de imágenes donde permanecieron largo rato mientras los dos barcos, olvidados, quedaron en el suelo tal cual cayeron en la última carrera, siendo imposible no pisarlos cuando uno se acercaba a la mesa (lo cual sucedió en cuanto su hermano llegó corriendo de la calle para avisarlas del maravilloso descubrimiento que acababa de hacer).
Los tres salieron juntos a disfrutar del  nuevo nido que las golondrinas estaban haciendo  en la cornisa de la entrada de la casa dejando tras de sí los restos de su pasada actividad con  el siguiente balance: un libro abierto de forma descuidada sobre la mesa, un barquito de papel pisado  y otro perdido en la oscuridad que imperaba bajo el sofá - al haber sido desplazado desde su sitio por el correteo acelerado de la chiquillería.

   De nuevo olvidado, trató de familiarizarse con aquel  mundo desconocido  en el que había caído - donde reinaba la penumbra- y donde apenas había actividad más allá de algún pequeño pececillo de plata o lepisma (como aprendió que se llamaban) que solía recorrer aquel espacio en busca de alimento, como el papel.
Solían aparecer cuando la luz del día se iba apagando colándose por entre sus pliegues y haciendo desaparecer partes de su ser. Aquello no le preocupaba en absoluto sino que pensaba que no era una mala manera de acabar sus días ofreciendo alimento y satisfacción a otros por lo que en nada se sentía desgraciado por su destino sino más bien contento de darse a los demás y serles de provecho.

Pero esta actividad tan apetecible les duró poco puesto que al cabo de varios días, con la limpieza general, fue de nuevo desplazado por fuerzas externas que le devolvieron al mundo de la luz. Apenas asomaba parte de él, pero fue suficiente como para ser descubierto y catalogado como elemento desechable - susceptible de acabar en la papelera - de no ser porque al ir a recogerlo del suelo quien lo tenía en sus manos descubrió unos trazos de colores y, curioso, quiso ver qué ocultaban.
Desplegó el maltrecho barco y observó con cierta ternura aquel paisaje infantil  decidiendo que no se merecía acabar en la basura sino que era preferible enviarlo al contenedor de reciclaje para que otras personas pudieran hacer uso de él y lo disfrutaran tanto como pudieran.

   De nuevo tuvo que familiarizarse con otro mundo en el que todos estaban en la misma situación que él. O tal vez no. Porque él, al menos, había ido dejando partes de sí mismo en todos aquellos mundos por los que había pasado y se sentía satisfecho de que así hubiera sido. Ahora podía descansar sabiendo que había sido útil de una u otra manera y aquello le proporcionaba cierto orgullo y regocijo.
Mientras estuvo depositado en aquel contenedor junto a los demás, a la espera de que vinieran a recogerlos para reutilizarlos, se preguntaba qué sería de él en su nuevo destino. ¿Volvería a ser una hoja en blanco sobre la que dar forma a distintas ideas? ¿Se convertiría esta vez en parte de un libro? ¿Serviría para realizar una lista de cosas que sería olvidada en algún cajón o se convertiría en una hoja de papel arrugado que cualquier escolar hiciera en una tarde aburrida para distraer su mente sobrecargada ya de actividades repetitivas y sin sentido?

   Al fin y al cabo, ¿Qué importancia tenía eso? Había muchos destinos posibles y todos ellos tendrían su lado agradable. Lo único que debía hacer era aprovechar los momentos que se le ofrecieran sin esperar mucho de lo que le depararía el futuro puesto que el presente estaba siempre ahí, a su lado, mientras que el "por-venir" acababa siendo un desconocido que ocultaba su rostro de tal forma que nunca se podía asegurar con certeza si  sería  favorable llegado el momento o todo lo contrario.
Así que optó por disfrutar de su viaje y no prestar oídos a las quejas de sus vecinos respecto al final al que se aproximaban dejándose transportar por el camión de reciclaje hacia su  destino final done reposaría junto a los demás hasta su total desintegración gracias a los componentes químicos que, mezclados con agua caliente, lo convertirían en un amasijo informe e indiferenciado donde todos formarían parte de una misma materia que volvería a resurgir limpia y renovada para comenzar una nueva vida llena de infinitas posibilidades.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                        TODO FLUYE (e influye)


   Dedicó toda la mañana a estudiar diferentes estrategias útiles para resolver su problema o, al menos, minimizarlo. Primero debía delimitarlo y definirlo al detalle antes de intentar solucionarlo pues sólo una vez se hubieran detectado las necesidades y carencias se podría pasar al siguiente paso, no antes. Y eso hacía. Como un estratega militar trataba de concretar los puntos débiles sobre los que hacer presión y atacar al enemigo.
Pero no era una tarea fácil porque no supo identificar con claridad la fuente de sus inquietudes. En el plano general si sabía identificar el problema pero, entrando en detalle, se perdía por tan intrincados caminos sin poder deducir cuál era el origen real que lo causaba. Y es que, cuando se trata de cuestiones personales, todo tiene un enfoque diferente en función de la perspectiva desde la que se observe.

   Después de mucho pensar - con la penosa sensación de no haber avanzado nada o de haberlo hecho bien poco - trató de analizar la situación fríamente, pero se le escapaba la parcialidad y acababa en un callejón sin salida debiendo regresar una y otra vez a la casilla de partida para reiniciar el proceso. Al final, concluyó que lo mejor que podía hacer era - puesto que aquello debía desterrarlo de sí misma - exponerlo por escrito para releerlo cuantas veces fuera necesario hasta asimilar su contenido, analizándolo de la forma más aséptica posible.
Con este razonamiento en mente, se aplicó bien durante varias horas en las que las palabras surgían con fluidez aunque confusas, necesitando ser cortadas de aquí para pegarlas allá, o eliminando aquellas que aparecían descontextualizadas para  ser reemplazadas por otras cuya acepción fuera más acorde a lo que deseaba expresar en cada caso.

En uno de los descansos que hacía para reorganizar sus planteamientos dejándolos reposar, y para su sorpresa, asomó una idea que había surgido por asociación con la noticia que escuchara el día anterior, por la tarde, sobre una botella con un mensaje que una escolar  había encontrado durante  un paseo por la costa cercana en una excursión realizada por el centro  para conocer el entorno. Sonaba absurdo, si, pero por qué andarse con miramientos cuando lo que contaba era el resultado. El fin justifica los medios, o eso decían, ¿no?  Y allí quedó la idea, en segundo plano, en suspenso y valoración, hasta que días más tarde - cuando acabó de volcar todas sus ansiedades en un escrito de varias páginas - reapareció ante ella como una invitación.

   ¿Estaba loca o simplemente era una idea absurda y pueril propia de una mente necesitada de sosiego? Era lo que se preguntaba cuando se encontró delante de  las olas espumosas de mar en aquella apartada zona entre rocas, con una botella en la mano, e indecisa. Se sintió tan fuera de lugar, allí plantada, que no sabía muy bien qué hacer. Al final su lado más rígido e impaciente hizo aparición  obligándole a actuar en un sentido u otro. ¿Acaso no había llegado hasta allí para tirar aquella maldita botella? "¡Se puede saber a qué esperas! Tírala ya de una vez y larguémonos de aquí antes de que nos caiga el diluvio y acabemos empapadas". Y es que la tarde de otoño, con el cielo cubierto de gruesas nubes amenazantes y a punto de descargar sus grises panzas sobre ella, no acompañaba ni invitaba a la contemplación.
Lanzó la botella, poco convencida, viendo cómo era zarandeada y engullida por las olas, observando durante un tiempo su deriva. Suponía que acabaría estrellándose contra las rocas rompiéndose en pedazos y diluyendo en el agua el papel que contenía. Mejor así. Ahora que la había lanzado se arrepentía de lo hecho y no quería que nadie leyera sus inquietudes. Aunque, por otra parte - se tranquilizó - nunca se sabría de quién habían partido puesto que no lo había firmado ni tenía ninguna marca que indicara quién lo había escrito. Ni siquiera estaba manuscrita por lo que ninguna pista podría salir del contenido de aquel envase azulado que igual asomaba que desaparecía al son de la marea. Dio media vuelta y salió apresurada de allí ante la inminencia de la lluvia y la insistencia de su propia voz interior que la instaba a moverse con rapidez.

   Cuando llegó al coche, las primeras gotas de lluvia hicieron su aparición en el parabrisas, confirmando así las leyes de la gravedad conforme se estrellaban contra el cristal delantero, en lenta cadencia, con un débil y efímero "plic" que paulatinamente fue subiendo en intensidad hasta convertirse en un sonoro y furioso baile de gotas de  agua que parecía más bien una desbandada al estilo sálvese quien pueda más que una ordenada coreografía.
Durante el camino de vuelta a casa, la lluvia fue su compañera de viaje consiguiendo que su atención se centrara en la circulación,  olvidando por tanto  su anterior acto y todo cuanto con el texto tenía que ver. De hecho, una vez en casa, tanto la botella como su contenido se borró de su cabeza de forma casi permanente. Ya había cumplido su cometido - echar fuera de sí aquellos planteamientos que tanto la incomodaban - usándola  a modo  de memoria externa o USB en la que almacenarlos y exteriorizarlos dando posibilidad a ampliar espacio para que nuevos pensamientos e ideas que fueran surgiendo en el día a día tuvieran cabida en aquel desgastado ordenador en que se había  convertido su cerebro y cuya capacidad, si no toda gran parte de ella, estaba casi agotada o consumida.

   Durante los cuatro días siguientes, el impacto tanto de la noticia del descubrimiento de la botella como el hecho mismo de haber lanzado la suya propia quedaron relegados a un apartado rincón de su memoria convertido en un eslabón más  de una larga cadena que, junto a otras ideas surgidas en días anteriores, permanecían a la espera de ser completamente eliminadas.
O así debía haber sido de no ser por una pequeña nota que encontró en su buzón junto a varias cartas de recibos bancarios y varios anuncios publicitarios. La nota, escrita en ordenador, era breve, por lo que apenas con medio folio (rasgado a mano) había bastado para exponer  su explicación.

   La releyó varias veces antes de entender plenamente su significado. De su lectura se deducía que alguien durante un paseo cerca del mar había escuchado un ruido y observado cómo otra persona (a la que horas después supo poner nombre) había lanzado un objeto al agua. La curiosidad le pudo y se acercó a comprobar qué era ese objeto  recogiéndolo e inspeccionándolo encontrando lo que guardaba en su interior. Por eso le mandaba esa nota, con una dirección de correo, para que supiera que su mensaje había llegado a un destinatario o destinataria – que en la nota no se precisaba - por si quería mandar más mensajes pero esta vez en vez de encerrados dentro de una botella le daba la oportunidad de lanzarlos al mundo virtual.
La primera reacción fue de pánico, claro. Quién sería esa persona que conocía y que había leído sus pensamientos más íntimos sin darle permiso. Aunque, bien mirado, tenía tanto derecho como cualquier otra a leer aquel papel puesto que ella lo había abandonado a su suerte sin contemplaciones para ser encontrado por la primera persona que se topara con él. Ya no cabía quejarse ni lamentarse.

   Dos semanas luchó contra aquel mundo virtual tratando de obtener algún dato que le hiciera adivinar la persona que le había descubierto. Pero por mucho que tanteara o procurara convencer al ser que se encontraba al otro lado, no pudo adivinar de quién se trataba. Ni siquiera cuando hablaba con las personas con las que usualmente solía convivir y  a las que solía frecuentar pudo atisbar un mínimo de reconocimiento.
No, no sabía a quién se enfrentaba. Durante un mes siguió la correspondencia en estos términos sin conseguir ningún avance en sus pesquisas hasta que, definitivamente, desistió del intento centrándose en aprovechar lo que de bueno aportaba la oportunidad de conversar con alguien que conocía parte de sus secretos. Tal vez pudiera analizar con esa persona desconocida diversos planteamientos a los que se les diera otro enfoque, más frío y falto de subjetividad, diferente al que ella pudiera otorgarles.

   Conforme pasaban los meses y se sucedían los mensajes, su visión respecto a la persona que respondía comenzó a diluirse. Ya no la contemplaba como persona en si, más bien se había convertido en unas letras que aparecían en su correo y que le ayudaban a tomar mayor conciencia de sí misma. Daba igual quién fuera. Ya no le preocupaba ni pensaba en que fuera alguien conocido o incluso cercano. Ni siquiera sabía si estaba hablando a un hombre o si era una mujer o, incluso, si sería de una edad similar a la suya. Sólo  lo veía como una oportunidad de compartir y, eso, le hacía sentir bien.

Sin embargo, llegó el día en que los mensajes dejaron de aparecer. Nada hizo suponer que aquel desenlace fuera a suceder pero de la misma forma inesperada en que habían aparecido, en su momento, ahora desaparecían. Sin avisar. No hubo más intercambios ni ocasión para las despedidas. Simplemente acabó de forma tajante como una tijera corta una cinta separándola por siempre del canuto al que está arrollada.
Nunca supo quién fue aquella persona ni volvió a mantener conversaciones con ella. Y nunca se le ocurrió volver a su loca idea de lanzar mensajes en una botella puesto que ahora era consciente de las consecuencias que aquellos momentos de arrebato,  mezcla de ingenuidad y romanticismo barato, podían provocar. Pero siempre le quedó la tentación de volver a probar suerte con el extenso mundo virtual al que veía como un inmenso mundo por explorar  en el que podría zambullirse, esta vez  con salvavidas, por si acaso.

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kermit


                                                                  TURBULENCIAS

"¿Buscabas algo?" Se oyó decir a sí misma. La pregunta le cogió de sorpresa. No esperaba a nadie a su alrededor y se sobresaltó con un movimiento involuntario que lo mismo podía ser de nervios que un escalofrío. Su cara se relajó cuando vio de quién provenía la voz. Por alguna razón, que no pudo entender en ese momento, parecía feliz de no verse frente a otra persona.
Le sonrió tímidamente y acabó girando su cuerpo y dirigiéndolo hacia donde ella se encontraba, cerca de la orilla. Conforme se acercaba, su mente caprichosa lo observaba mientras contemplaba con creciente desasosiego como se iba transformando en una figura sibilina y engañosa con apariencia ondulante, recordándole el acercamiento de una serpiente al acecho de su presa. Aquello le provocó malestar y parpadeó rápido  para despejar esa desagradable imagen de su cabeza tratando de ocultar sus pensamientos con el gesto de llevarse la mano a los ojos para protegerse de la luz solar que asomaba frente a ella. ¿Y qué era eso que tanto se empeñaba en esconder rápidamente en el interior de su bolsillo derecho? Algo pequeño que no pudo adivinar porque el puño se cerró inmediatamente  protegiéndolo de miradas curiosas. No debía ser cosa de gran interés pero, como había puesto tanto empeño en ocultarlo (o eso es lo que le había parecido a ella), le hizo desconfiar de inmediato - medida que se descubrió inútil al cabo de varios minutos cuando descuidadamente metió la mano en ese mismo bolsillo para tirar lo que allí estuviera guardado al interior de una papelera cercana.

   Habían caminado juntos durante una centena de metros hasta el borde mismo de la carretera, donde sus pasos se cruzaron dirigiéndose en direcciones opuestas, con cierta precipitación por parte de la mujer que no se sentía cómoda en compañía de aquel hombre quien desde el primer momento que lo conociera le había hecho recelar.
No entendía su reacción ante aquella persona que nunca le había mostrado otra cosa que no fuera una correcta compostura y quien la trataba con cordialidad acompañada de cierta timidez que a ella siempre le había parecido estudiada. Todo en él le resultaba llamativo, no porque se hubiera dejado seducir o deslumbrar por su simulado brillo – como parecía les sucedía al resto de personas - sino por parecerle fuera de lugar. Decididamente, pensó, no era una persona con la que se sintiera a gusto sino más bien le entraban ganas de salir corriendo y alejarse de ella. Era algo visceral. Sabía que no cabía explicación posible y no le agradaba darse cuenta de semejante razonamiento, pero no podía evitarlo, por lo que se sintió muy agradecida cuando comprobó que ambos llevaban direcciones opuestas.

   Camino de su casa pensaba sobre ello y en cuál sería el origen de semejante rechazo. ¿Habría tenido algo que ver el hecho de que le resultara familiar desde la primera vez que lo viera? Tal vez algo relacionado con cierto acontecimiento de su pasado pero que no recordara y que de alguna manera estauviera conectado con él o con su forma de actuar. Ciertamente, aquello no tenía sentido pero no dejaba de mostrarse irracionalmente a la defensiva cuando él se encontraba cerca.
Se dejó arrastrar por sus recuerdos y permaneció largo rato enfrascada en una peculiar pelea que presenció por descuido en una calle poco transitada de un pueblo al que su familia solía ir de veraneo cuando era pequeña. No sabía cómo encajaba aquella escena entre tantos buenos ratos pasados con sus amigos jugando en las calles ni entendía por qué precisamente aquellas palabras acudían a ella en esos momentos. Recordaba perfectamente lo que dijera aquel hombre en un tono tranquilo a su hijo pequeño quien lo miraba con estupor luchando por contener su ira y sus lágrimas. "Nunca olvides lo que te acabo de decir y no se lo digas a nadie. A nadie. Esto sólo debe quedar entre nosotros dos."

   Los dos se giraron al verme cuando me acercaba a preguntar si podrían devolverme la pelota que se acababa de colar en su parcela. El gesto de ambos denotaba sorpresa y en seguida se apresuraron a entrar en la finca, traspasando la cancela, para ir a rebuscar entre la hierba lo que les pedía dejando tras de si un rastro de desconfianza y duda. ¿Cuánto tiempo llevaba yo allí? ¿Qué era lo que yo habría podido escuchar? El padre se metió en la casa sin mirarme mientras que el hijo, con  cierta torpeza, localizó la pelota y me la devolvió con indiferencia sin prestar mayor atención al gracias que le solté mientras salía de allí corriendo con la pelota en la mano antes de que pudiera decirme nada más.
Era frecuente que en nuestros juegos, alguna acabara traspasando el alto muro  yendo a esconderse en el jardín de aquella casa que se encontraba justo detrás del frontón de la plaza en la que solíamos corretear y jugar. Hacíamos turnos para ir a por ella ya que nadie se atrevía a recuperarlas porque no éramos bien recibidos, especialmente por la madre, quien temía constantemente que una de esas pelotas descontroladas estropeara sus rosales y el resto de  flores que con tanto mimo cuidaba en esmerados arriates  a los que dedicaba gran parte de su tiempo.

   Siguió buceando en aquellos recuerdos de verano de la infancia tratando de extraer de su memoria el nombre de sus compañeros de juegos y especialmente el de aquel perro que tanto miedo le daba y cuyo dueño era uno de los miembros del grupo que solía frecuentar- por lo que no era raro que se acercara a ellos cuando menos lo esperaba - lo que inevitablemente llevaba a un mismo desenlace donde acaba colocándose detrás de aquel chiquillo, gritando como loca y suplicando que aquel bicho no se le acercara provocando inevitablemente las risas de los demás.
Saltando de unas situaciones a otras se olvidó del camino que tomara inicialmente y acabó delante de la entrada de un parque en el que se intuía el frescor procedente de la abundante vegetación que acogía. Se adentró en él en busca de un lugar donde sentarse a ordenar tanto recuerdo en el que se mezclaban los años y las ubicaciones. Allí permaneció, sin conciencia del tiempo pasado, disfrutando de aquellos años que no se repetirían pero que seguían intactos  en su mente.

   Se incorporó despacio con una grata sensación, como paladeando las imágenes que acababa de recordar y guardándolas de nuevo con cuidado hasta la próxima visualización. Caminó lentamente hasta llegar a una de las salidas traseras que conducían a una calle bulliciosa donde se topó de frente con la realidad que la esperaba con la misma aceleración de todos los días como obligándola a desembarazarse de sus sueños infantiles para recordarla que el presente no tenía tiempo que perder.
Con un suspiro de confirmación se dejó engullir por la marea humana que se desplazaba de aquí para allá sin decidirse por ninguna dirección en concreto. Tendría que usar el autobús para volver a su casa puesto que aquel día el coche permanecía en el taller después de haberse negado a arrancar aquella mañana. No había prisa por llegar a una hora ni a ningún sitio en especial pero deseaba volver a su casa para completar la tarea que le encomendaron en la biblioteca aquella semana. Estaba de vacaciones, si, pero siempre le dedicaba parte de su tiempo a la biblioteca local desde que su amiga se convirtiera en la directora y, a cambio, obtenía el permiso necesario para curiosear por todas partes sin que nadie le importunase.

   Ya en la parada pudo observar las personas sentadas en la terraza del bar de enfrente decidiendo que, puesto que el autobús aún tardaría unos buenos minutos en aparecer, analizaría sus poses y actitudes tratando de imaginar sus posibles conversaciones como medio de pasar el tiempo.
Había una pareja de chicas jóvenes que no paraban de fumar y hacerse fotos con el móvil mientras reían y enviaban mensajes. No había bebidas a la vista por lo que pensaba que estarían esperando a alguien o esperando que las sirvieran, como así sucedió al poco rato cuando una camarera se acercó a ellas dejando sobre la mesa sendas cervezas y una bolsa de patatas. En la mesa de al lado había otra pareja pero esta vez las edades diferenciadas le hicieron suponer que serían padre e hija, tal vez por la pose protectora de ella hacia él quien trataba, sin conseguirlo, de apoderarse de una de las aceitunas que desbordaban el plato puesto frente a ellos. La siguiente mesa inmediatamente a su espalda estaba vacía pero la que se encontraba un poco más atrás estaba ocupada por un hombre solitario cuya pose denotaba claramente su desánimo.

   El autobús llegó justo en ese momento, sin que diera tiempo a imaginar en qué situación se hallaría aquella persona, quedando en suspenso en su cabeza mientras pagaba el billete y se acomodaba en uno de los asientos cuyo ventanal dejaba ver la terracita. Aquella figura le resultaba vagamente familiar pero no supo concretar mucho más hasta que pasadas dos paradas cayó en la cuenta de quién era. ¿Qué estaría haciendo allí? ¿No le había dejado apenas un par de horas atrás tomando la dirección contraria a la suya? ¿Y qué sería lo que le pasaba?
Siguió durante el resto de trayecto dando vueltas y más vueltas a diferentes alternativas que acudían sin cesar a su mente clasificándolas de aptas o adecuadas – por lo cual acababan en un aparte de su memoria para su posterior análisis - mientras descartaba otras por excesivamente irreales o carentes de lógica.

   Tres días más tarde se volvió a tropezar con él en la biblioteca, a la que había ido en busca de información sobre un libro. Su amiga le suplicó que le ayudara en todo cuanto pudiera puesto que ella estaba ocupada con varias gestiones y deseaba ofrecerle tanta información como le fuera necesaria ya que tenía muy buenas relaciones con  su familia. Accedió con escaso entusiasmo pero dispuesta a colaborar y rendir al máximo posible. Así fue como se enteró que su padre acababa de fallecer.
El hombre le explicó cómo al poner en orden varios de sus documentos había encontrado un manuscrito antiguo que sabía  no  pertenecía a su padre y le gustaría devolvérselo a su legítimo dueño, o dueña.

   Aquello le pareció extraño pero no le dio mayor importancia. Se dedicó a investigar en el ordenador sobre el origen del mismo metiéndose en varias páginas de libros especializados sin obtener el resultado esperado. Después de muchas páginas visitadas y muchos minutos ante la pantalla, decidió intentarlo mediante imágenes. Aquel libro tenía abundantes ilustraciones por lo que probó suerte. Esta vez se topó con múltiples fotografías que si bien en un principio le parecieron similares a los dibujos que acompañaban al texto, no acabaron de hallar en el documento.
Pero lo que más le intrigaba era el lenguaje en el que estaba escrito. No entendía nada de lo que allí aparecía así que de nuevo se aventuró con imágenes de lenguajes antiguos. Y esta vez acertó de pleno. Una  de las primeras imágenes le llevaba hasta una página en la que figuraba el "Top 10 de los idiomas olvidados en el tiempo". Así fue como descubrieron, asombrados, que era un texto muy codiciado porque estaba escrito en un idioma desconocido que sólo se había encontrado en ese libro y por ello se le suponía lleno de secretos que nadie había logrado desentrañar aún.

Miró perpleja al hombre sentado a su lado para comprobar que estaba leyendo lo mismo que ella y que había entendido las implicaciones que aquello suponía. Pero se extrañó aún más de la reacción que tuvo al escucharle murmurar que siempre había temido que aquello fuera cierto. No entendía a qué se refería pero la desilusión y la amargura expresada en aquella cara le inducía a pensar que era un pesado secreto familiar con el que había estado cargando durante años luchando contra su propia convicción de que aquello fuera real. No en vano se trataba de su padre.
De repente aquel hombre se volvió hacia la mujer hablándole con cierto deje de desilusión en su voz, como si la conociera de algo más que de aquellos días pasados en el pueblo. "¿No me recuerdas aún? Yo nunca te olvidé".

   La mujer parpadeó sorprendida y aturdida. No entendía cómo podía ser que la situación se hubiera tornado tan cambiante. Hasta el momento, ella consideraba a aquel hombre como uno más de los muchos conocidos que uno realizaba a través de las interacciones cotidianas con los demás. Pero allí estaba ella,  frente a una persona que la miraba incrédula preguntándose cómo era posible que la hubiera olvidado. ¿Olvidar, qué?
Con gesto resignado el hombre seguía hablando ante el silencio de la mujer. "Aquella mañana, en el jardín de mi casa, cuando viniste a buscar la pelota. Siempre tuve la duda de saber si habías escuchado más de lo necesario o si, como parecía, no llegaste a entender las palabras de mi padre."

   Reaccionó respondiendo en voz baja, los ojos fijos en la pantalla, como quien se habla a sí misma. "Escuché lo que te dijo, si, pero no supe interpretar sus palabras y mi vida siguió su curso olvidando por completo lo que oí sin prestar atención a lo que pudiera significar. No era más que una niña y aquello no tenía sentido para mí más allá de una regañina de padre en la que no debía inmiscuirme."
"Aquel día – continuó el hombre – acabábamos de dar un paseo por el sendero que llevaba a la fuente de piedra cuando nos encontramos con un hombre desconocido que le preguntó a mi padre la dirección del molino. No entendí por qué mi padre se sentía turbado ante semejante e inocente pregunta pero lo cierto es que trató de alejarme de allí insistiendo en que debía coger unas cuantas flores para mi madre antes de llegar a casa.
Cuando me alejé lo suficiente de ellos, vi cómo aquel hombre le daba un paquete  a mi padre y éste lo escondía rápidamente bajo su chaqueta mirando antes a ambos lados, esperando no ser visto por nadie. Esta actitud me resultó extraña y se lo hice ver cuando volvíamos a casa. Fue en medio de esa conversación cuando nos encontraste en la entrada de mi casa. Nunca volví a hablar de eso con nadie pero siempre guardé  resentimiento hacia mi padre y desde entonces la relación entre ambos cambió de tal modo que acabó convirtiéndose en distante hasta desembocar en una incomunicación total."

   Resignado al confirmar lo que ya sabía desde hacía tanto tiempo – que su padre no era sino un vulgar ladrón o algo peor - se dirigió con el libro hacia la salida dispuesto a  iniciar los trámites necesarios para devolver el libro a quien correspondiera. Suponía que el primer paso a seguir sería acercarse a la policía para documentar  y notificar las circunstancias en que dicho texto aparecía en su poder, o mejor dicho, en poder de su padre.
Una vez marchó de la biblioteca, la mujer permaneció sentada donde estaba pensando en todo aquello y decidió investigar por su cuenta la vida de aquel hombre cuyo hijo consideraba decepcionante. Trató en vano de conseguir cualquier información, por mínima que fuera pero, todas sus búsquedas acabaron en nada. No dedicó muchos esfuerzos a eso y tras varios intentos infructuosos salió de allí con su mente puesta en otro asunto.

   Transcurridos los meses de verano y de vuelta en su casa habitual, una mañana, al ojear ociosa una de las páginas de la prensa que ofrecía a su clientela el bar de su barrio descubrió con sorpresa una noticia escueta pero que enseguida captó su atención, por la imagen que aparecía en ella.  La fotografía no tenía nada de especial: mostraba una persona sonriendo a la cámara con un libro en la mano acompañada de otra persona no tan sonriente pero igualmente satisfecha, a la que  reconoció al instante. Se alegró por él.
Las breves frases que acompañaban  la imagen aclaraban que al fin volvía a manos de su verdadero dueño un preciado texto muy antiguo y de un valor incalculable tras varias décadas desaparecido. Nada se decía sobre el hecho de haber sido robado sino todo lo contrario: el propietario se mostraba francamente agradecido a la persona que estaba a su lado (en quien reconoció al hombre que estuvo junto a ella en la biblioteca), y en especial a su padre, por haberlo mantenido oculto de posibles ladrones y falsificadores sedientos de engrosar sus finanzas a base de la ignorancia ajena.

Dejó el periódico pulcramente doblado sobre la mesa y se marchó de allí con la sensación de empezar bien el día.
Anyway the wind blows...

kermit

                                                                                           EL RETO

   Las últimas palabras que le dirigiera en amistosos términos volvieron a su memoria al cabo de varios días, tras afanosas diligencias derivadas de preocupaciones domésticas con escasa repercusión en su vida pero que debía afrontar para despejar su cabeza de obligaciones adquiridas. Y esa tarde, sin más, sin venir a cuento, como para pillarla desprevenida y ver cómo reaccionaba, esas mismas palabras se hicieron un hueco entre sus pensamientos, a codazos,  junto con la necesidad de cambiar la bombilla del porche y la lista de la compra.
Pero pronto fueron barridas y desechadas por lo inapropiado de su aparición. "No estoy yo para retos ahora", sentenció al instante, un tanto contrariada, girando su muñeca  derecha para comprobar la hora en el reloj a la vez que se reprendía por no haber recordado la reunión que tenía aquella tarde. Como siguiera así la cosa, iba a acabar con un libro de notas colgado al cuello en el que ir escribiendo todas las tareas pendientes que se le iban acumulando e irremediablemente  olvidaba.

   La reunión tuvo ocupada su mente toda la tarde aunque poca atención le había prestado siendo consciente de que en el fondo no dejaba de darle vueltas a aquella extraña proposición que se le hiciera  días atrás. "Tómatelo como un reto", le había dicho antes de girarse hacia la salida y dejar aquella frase flotando en el aire a su alrededor.
Al principio, ni se percató del alcance que aquellas palabras habían tenido pero, conforme pasaron los días, fueron calando en ella como  gotas de agua  perforando una roca, hasta lograr traspasar sus rígidos esquemas y llegar al centro mismo de su ser. Un reto. Bien. ¿Y qué se supone que quería decir con eso?

Para afinar el significado del término, buscó su definición en el diccionario: "5. m. Objetivo o empeño difícil de llevar a cabo, y que constituye por ello un estímulo y un desafío para quien lo afronta."

   Quedó pensando sobre eso sin llegar a considerar que aquello fuera con ella puesto que no entendía que tuviera que demostrar nada a nadie, ni siquiera a sí misma, ni le parecía que debiera plantearse nada semejante. ¿Para qué ir por un objetivo difícil y perder sus energías en algo forzado?
Entendía la vida como una sucesión de alternativas ante las cuales elegir sopesando, previamente,  los pro y los contra más que como  una carrera de obstáculos en la que se necesita llegar al final para sentirse "realizado". Los caminos no siempre había que recorrerlos en su totalidad ni había que llegar hasta una meta, pensaba, sino que muchas veces había atajos, carreteras secundarias o senderos inesperados que podían permanecer ocultos si no se estaba atento, perdiendo así las oportunidades que ofrecían (que también había que explorar por lo que de  novedoso podrían mostrar).
Para entonces ya había decidido que llamaría a quien le había brindado aquellas palabras para declinar su invitación.

Ciertamente, aquella no era su forma de actuar. No necesitaba estímulo alguno para satisfacer su propio ego ni para sentirse bien consigo misma. Pero la curiosidad... Ah!!... eso si que era un poderoso motor y estímulo para ella. Prefería actuar en función a un  "por qué", una razón, motivo o explicación que la llevara hasta donde tuviera que llegar. Aunque, en más de una ocasión, tanta curiosidad se había visto contraproducente, pero.... Allí estaba, y no pensaba desembarazarse de sus efectos. Formaba parte inseparable de sí misma y desprenderse de ella  significaría renunciar a una de sus facetas. No, por mucho que le acarreara diferentes tipos de problemas no dejaba de reflejar su personalidad y su forma de afrontar el mundo en el que vivía.

   Salió de su casa en dirección al local donde quedara con su amiga Julia para comer tras varios meses sin tener noticias suyas. Julia se había ido a trabajar a otra ciudad - no tan alejada como para no poder verse de vez en cuando pero lo suficiente como para tener que mudarse - dejando así a Rosa sola en su piso, sin compañera.
No es que estuviera deseosa de encontrar nueva compañera de piso pero no estaría mal tener una agradable compañía con la que compartir gastos. Por eso no había tenido tiempo aún, ni ganas – todo sea dicho – de poner un anuncio en algún periódico o en algún lugar destinado a tal fin, y lo había ido postergando para mejor ocasión.

   El reencuentro fue muy agradable. Julia parecía feliz y se alegró por ella aunque notaba cierto descontento cuya causa no acertó a discernir hasta que tomadas un par de cervezas la conversación se desvió hacia terrenos más íntimos. Habían estado viviendo juntas durante varios años, desde que empezaran en la facultad, y habían hecho muy buena amistad. Se conocían bien y no se ocultaban sus sinsabores utilizándose  mutuamente de "sparring" sobre el que aplacar sus desasosiegos.
Rosa sabía que una vez Julia empezara su discurso lo mejor sería dejarla continuar sus propios pensamientos evitando entrar en disputa con sus planteamientos, no ofreciendo consejos sobre cómo debía actuar ni tratando de brindar ningún tipo de ayuda. Lo que en ese momento necesitaba era simplemente alguien que la escuchara y la dejara expresarse sin interrupciones; alguien que la dejara liberar su furia interior para poder calmarse sin que esto tuviera mayores consecuencias para nadie. Era una especie de explosión controlada que no implicaba efectos colaterales ni ocasionaba daños personales

   Una vez calló Julia,  dejó que acabara de fumarse el cigarro recién encendido y, entonces, le preguntó: "¿Ya te encuentras mejor?". "Si", le respondió con una sonrisa distendida en el rostro. "Gracias por escuchar. ¡Qué a gusto me he quedado!". Se apoyó en el respaldo de su silla y suspiró aliviada. "Siempre supiste escuchar muy bien, Rosa. Lástima que ahora estemos separadas".
La conversación empezó a relajarse y desviarse hacia aspectos derivados de los propios trabajos y sus relaciones con los diferentes compañeros, llegando a bromear sobre la posibilidad de que Julia le presentara a uno de ellos para ver qué tal les iba. "Te aseguro que os llevaríais genial. Y seguro que acabarás agradeciéndome que te lo haya presentado", rió mientras le echaba una miraba conspiradora.

   "Ya conocía tu labor como Relaciones Públicas pero desconocía tu nueva faceta de Celestina", bromeó Rosa.  Y siguieron ese juego durante unos minutos más hasta que volvieron de nuevo a las situaciones cotidianas y se centraron en cómo podían resolver las grandes cuestiones del mundo. Al despedirse, Julia deslizó en el bolso de Rosa una servilleta con el número de teléfono de su compañero, por si acaso.
No lo descubrió hasta pasados un par de días cuando estuvo rebuscando en su bolso tratando de encontrar algo donde escribir la matrícula de un coche que acababa de dejarle un bonito rayón en su lateral trasero cuando salía del aparcamiento y que ni siquiera se había dignado a parar y ver qué había pasado. Tal vez pensó que no había nadie en el coche y se fue sin más. Pero afortunadamente ella estaba dentro y había visto todo lo que pasaba; no dudó en escribir su número. Ya arreglarían cuentas. 

   Al llegar a casa trató de ponerse en contacto con la aseguradora para informarle del incidente por lo que sacó el papel, arrugado, que había metido precipitadamente y con enojo en el interior del bolso. Al mirar el número se dio cuenta que no se correspondía con una matrícula y se quedó un tanto confusa, al principio, al pensar que había perdido el papel. ¿Y qué era ese otro número que aparecía allí? Iba acompañado de un nombre cuyas letras le resultaron conocidas. "¡Esta Julia!, rió, no tiene remedio".
Dio la vuelta al papel y descubrió, con alivio, los números que buscaba.


                                                                             ____________________________

   Durante varios días estuvo sopesando la posibilidad de llamar o no a ese teléfono sin llegar a ninguna conclusión por lo que al final siempre acababa descartando la idea por descabellada. Pero aquella tarde, por circunstancias que no alcanzaba a comprender (posiblemente la misma curiosidad que la impulsaba a hacer tantas otras locuras en su día a día) se convenció de que era un buen momento para averiguar qué pasaría.
Varias alternativas habían surgido ya en su mente y todas ellas estaban perfectamente alineadas desde la más probable a la más absurda e ilógica, pero no por ello igualmente posible. Tenía que comprobar cuál de todas ellas sería la ganadora y cuán de acertada o equivocada estaba en sus intuiciones iniciales.

Marcó y esperó. No tenía claro qué diría en caso de que le cogieran el teléfono pero eso no fue obstáculo para no llamar. Algo se le ocurriría. Mientras escuchaba el pitido de llamada trataba de organizar las ideas pero acabó sorprendida cuando quien le respondió al otro lado era la voz de una mujer.   "Vaya, creo que me he confundido de número. Quería llamar a Tomás". La mujer le informó que no se había equivocado y que avisaría enseguida a Tomás para que se pusiera al teléfono. Aquello estaba fuera de sus alternativas pero aún así rehizo mentalmente su presentación ante una persona de la que no conocía nada más allá de su nombre y su número de teléfono.
Cuando escuchó hablar al otro lado  quién preguntaba por él, Rosa se presentó como amiga de una de sus compañeras, Julia. Con eso estaba todo aclarado. Tomás se rió al otro lado del teléfono cuando escuchó ese nombre y dijo algo sobre "esa lianta" con tono festivo.

   "Bien, Rosa, parece que tu amiga te tiene en muy buena estima y no para de hablarme de ti tratando de convencerme para que te llame. Hace unos días me dejó tu número escrito dentro de uno de  los bolsillos de mi cazadora pero no sé dónde lo he puesto, por eso no te he llamado. Pero que conste que, si no me hubieras llamado tú, te hubiera llamado yo nada más que por comprobar si era cierto todo cuanto me decía."
Ambos rieron de las ocurrencias de Julia. Charlaron durante unos minutos y quedaron en hablar más tranquilamente otro día, ya que Tomás estaba ocupado en esos instantes. Se despidieron con un saludo formal quedando pendientes de otra llamada, que se produjo dos semanas después, y en la que ambos saciaron su curiosidad  siendo conscientes de que aquello no llevaría a nada.

Volvieron a quedar pendientes de una nueva comunicación, que ya no se produjo. Ninguno de los dos tuvo la motivación ni las ganas suficientes para iniciar un posible acercamiento: Rosa, porque le daba pereza complicarse la vida -con lo bien que se encontraba ella sola. Tomás, porque no tenía especial interés en conocerla y ella tampoco había mostrado una actitud demasiado interesada, o eso es lo que había sacado en claro de las pocas palabras que se habían intercambiado.
Las cosas pasan cuando tienen que pasar y, esta vez, parece ser que  pasaban .... de largo.
Anyway the wind blows...

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                                                        DE VUELTA


      Allí estaba de nuevo, frente a la entrada del edificio en el que pasó cuatro años de su vida entrando y saliendo con más o menos fortuna hasta que, decididamente, tuvo que dejarlo estar. Le habían despedido. Pero todo aquello pasó hacía tiempo y ahora su perspectiva había cambiado. Ya no era una novatilla que tratara de hacerse un hueco en ese mundo desconocido del marketing. Ahora ya llevaba recorridos varios caminos y sabía cuáles debía evitar y cuáles no. Había adquirido cierta experiencia y no se adentraba de cualquier manera a explorar diferentes alternativas comprobando en qué acababan sino que ahora tenía clara su postura y su forma de actuar.
No es que sus ideas al respecto hubieran cambiado, no. Más bien había madurado, después de haber vivido en sus propias carnes las consecuencias de sus actos descontrolados. Pero habían sido necesarios. Debía saber por dónde caminar y por dónde no. Hasta dónde llegar. Reconocer límites. Sólo así podría avanzar hacia el objetivo.

             Cuatro años recorriendo aquellos caminos le habían proporcionado la suficiente perspectiva para orientar sus pasos hacia lo que quería y constatar así  si realmente merecía la pena o no; evitar rodeos innecesarios; saltarse protocolos inútiles o decidir qué atajos tomar y cuáles no. ¿Había aprendido algo? Tal vez.
Necesitaba aquel trabajo y estaba decidida a recuperarlo. Había comprendido que era realmente lo que le gustaba. Tal vez no quisieran reincorporarla al equipo pero, eso ya no dependía de ella. Sus esfuerzos se concentraban en retomar el contacto con sus pasadas actividades, que tanto echaba de menos; lo que sucediera a continuación sólo el tiempo lo diría.

      Con este propósito se enfrentó a la primera persona que se puso en su camino cerrándole el paso. "Te despidieron; no insistas". Le dolió escuchar aquellas palabras, que eran ciertas, y ante las que no cabía anteponer ninguna contraargumentación más allá de un esperanzador "Las circunstancias han cambiado, tal vez, y de ser así puede que decidan dejarme intentarlo de nuevo". Echándose a un lado pasó de largo enfilando directa hacia la oficina donde se encontraba la que fuera su anterior jefa deseando que no estuviera reunida y tuviera algunos segundos para atenderla, aunque no fuera más que por la cortesía de haber estado trabajando para ella sin que tuviera queja alguna sobre su persona.
No fue ella quien decidiera echarla sino sus superiores, quienes no entendían de estrategias innovadoras o cualesquiera otra dinámica que no fuera lo que siempre les había dado buenos resultados. ¿Al fin y al cabo, quién era ella para ofrecerles aquellas nuevas alternativas que incluso a sí misma le resultaban un tanto arriesgadas?

      Tratando de ocultar lo nerviosa que estaba ante la expectativa de ser rechazada de nuevo, trató de imprimir a su gesto una seguridad que en absoluto sentía. Esquivó a la secretaria que permanecía enredada en el ordenador y colgada del teléfono dirigiéndose con decisión hacia la puerta que permanecía cerrada. Tocaba ya casi la manija - mientras la secretaría le echaba una mirada preocupada en un intento por frenar su determinación - cuando ante ella se presentó su antigua directora de campaña con varios papeles en la mano y urgencia en sus andares.
Casi chocaron de frente pero, rápida en reaccionar como aún la recordaba, pudo esquivarla a la vez que con un hábil gesto de su mano libre, a modo de advertencia, la retuvo a cierta distancia mientras daba órdenes a su secretaria del cambio de citas que debía incluir en su agenda.

      Giró en redondo y se quedó mirándola fijamente, sin mostrar recelo ni animadversión por su inesperada e intempestiva visita. Tras una breve pausa, en la que la recorrió con la mirada largo rato,  haciéndole un gesto con la mano le pidió que la siguiera al interior de su despacho.
Aquello no se lo esperaba pero no era cuestión de desaprovechar la oportunidad y la siguió mansamente sin pronunciar palabra. Una vez dentro le pidió que cerrara la puerta, cosa que hizo sin dudar esperando de un momento a otro que descargara sobre ella toda una serie de comentarios sobre lo inapropiado e inoportuno de su presencia en aquel edificio tras haber sido "desterrada" del equipo,  indicándole claramente la necesidad de salir de allí tal y como había entrado antes de que cualquier otra persona pudiera verla. Pero de nuevo, le sorprendió al ofrecerle asiento y mostrarse dispuesta a escuchar lo que quisiera decirle.

      Tratando de clarificar y reorganizar sus ideas ante la nueva situación que se le presentaba, no acertó a pronunciar palabra, más allá de un triste y evidente "Aquí estoy, de nuevo". Tras esto, calló. Todos los discursos ensayados una y mil veces previniendo una actitud hostil por parte de la persona a quien trataba de convencer se le borraron de la memoria en el mismo momento en que estuvo frente a ella, comprendiendo que no era esa su intención. Más bien parecía agradecida de verla.
Confusa y desarmada se mantuvo a la espera, sin saber qué otra cosa hacer más que solicitar su reincorporación al equipo. "Me parece bien, puedes empezar ahora mismo". Mientras pronunciaba estas palabras la miró de reojo con cierto aire burlón, divertida ante su desconcierto, y no supo si le hablaba en serio o si se estaba riendo de ella.

      "Venga, a qué esperas... ¿Acaso no venías a trabajar? Pues ya tienes trabajo. Ve y únete al equipo. Y avísales que os quiero a todos juntos y con las neuronas bien activas en cuarto de hora. Tenemos un cliente  importante al que ofrecer nuestros mejores servicios".
Salió contenta y relajada dirigiéndose hacia las escaleras que le conducirían a la planta superior, en la que se encontraría con sus antiguos compañeros. ¿Cómo reaccionarían al verla? Fantaseaba con esta idea cuando se cruzó a un par de desconocidos en la escalera que apenas le prestaron atención, inmersos como estaban en su propia discusión sobre la validez o no de una idea que los mantenía ocupados y aislados en su propia realidad cuando, de pronto, sonó un timbre que no recordaba de su última vez en aquel edificio. No parecía que aquello alterara a estas dos personas, que seguían su acalorada discusión sin apenas responder a ese pitido tan estridente que se colaba por sus oídos obligándola a tapárselos en un gesto involuntario de dolor.

      Despertó sin saber a qué atenerse. Estaba tumbada en la cama, en una habitación en penumbra. Aturdida, no era consciente de la realidad que la envolvía.  De repente, comprendió. Entonces.... ¿Todo había sido un sueño? Claro. Eso explicaba la actitud tan comprensiva de su jefa y la inmediatez en ver su deseo hecho realidad. Decepcionada, se giró y deseó volver a dormir, no estaba de humor para despertarse aún.
De nuevo, aquel timbre zumbó en sus oídos. "¿Otra vez soñando? Venga ya..."

Pero el timbre no cesaba. Provenía de su mesilla de noche. Una luz parpadeante iluminaba intermitentemente un rincón de la habitación. Era su móvil. Había cambiado el tono y no recordaba su sonido. Pensó en tirarlo contra la pared pero se contuvo al pensar que de nada serviría mas que para hacerla salir en buscar de uno nuevo en cuanto comprobara que ése estaba fuera de combate.
No reconoció el número. Además, había dejado de sonar en cuanto lo tuvo en la mano. Mejor. Que la dejaran tranquila; su mañana empezaba mal y no era cosa de estropearla más.

      Volvió a sonar. Una. Dos veces. Tres. A la cuarta aceptó la llamada con pocas ganas y con voz enfadada preguntó quién llamaba, levantándose de un salto al escuchar al otro lado a su compañera que le advertía de una reunión que tenían en poco más de una hora y debían preparar. Ella  todavía no había aparecido por la oficina.
Aquello le dejó descolocada de nuevo. No entendía si estaba en un sueño; si estaba despierta; si era un sueño real o si era una realidad soñada....  Fuera lo que fuera no cabía dudar más y salió disparada a la ducha.  Cuando despertara ya vería qué hacer.... o entender.
Anyway the wind blows...


¡CUIDAMOS LA PÚBLICA!

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