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SOLO LETRAS

Iniciado por kermit, 18 Agosto, 2014, 08:50:21 AM

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kermit

                                                             DUDA RAZONABLE

   No se sentía con fuerzas para continuar esperando una respuesta que no llegaba – y que, por lo que ella entendía, no se produciría. No quería volver a caer en la apatía y la dejadez hasta que ésta formara un manto cómodo que ocultara su indecisión y le permitiera aplazar el problema, que seguía sin resolver.
Avanzó por el pasillo pobremente iluminado, debido a la escasa luz que se colaba desde la planta superior a través de la escalera, pensando en la posibilidad de zanjar la cuestión de forma expeditiva. Dos pasos más allá, sus pensamientos, de nuevo, habían cambiado de rumbo como un barco de papel azuzado por los embates caprichosos de un niño juguetón.

   Tropezó con algo que apenas pudo distinguir (algún tipo de peluche o algún juguete de bebé) mientras sus manos tanteaban la pared en busca del interruptor. Cuanto más se alejaba de la escalera más oscuro se hacía el largo pasillo que daba acceso a la zona de aparcamiento donde se encontraba su coche.
Encontró un saliente de medidas y superficie reconocible y lo presionó  logrando que la oscuridad se disipara en cuestión de milésimas de segundo,  obligándola a escabullirse hacia las zonas  más recónditas  a la espera de que el temporizador diera por concluida la función.

   Alcanzaba ya la puerta de acceso al garaje cuando la oscuridad volvió a reinar en la planta sótano de la urbanización pero, esta vez, no hizo ademán de buscar o tantear  pues ya conocía el terreno que pisaba y no era necesaria ninguna pista que guiara sus pasos. Alargó el brazo, abrió la puerta y allí permaneció unos segundos, a la espera, sorprendida de no encontrar la claridad deseada.
Aún así, trató de convencerse de que aquello no era sino el habitual tránsito de la luz a la ausencia de ella por lo que en breve sus ojos se aclimatarían a la penumbra mientras que en un acto reflejo de libre asociación le vino a la memoria aquel libro de Saramago que había leído con interés - pero que acabó por no entender -  del que había esperado otro final más poético o metafísico. ¿También ella se habría quedado ciega temporalmente?

   Se rió de su propia ingenuidad. Eso no pasaba en la vida real pero su mente tendía a retraerla a su propio mundo interior, del que apenas salía para socializarse con las escasas personas que encontraba en su día a día, manteniéndola ocupada en cuestiones totalmente ajenas a lo que le rodeaba - lo cual la obligaba a reinterpretar constantemente la realidad. Eso le daba cierto aire de despreocupación absoluta por su entorno cercano que los demás solían interpretar como frialdad o simple estupidez.
En realidad, no le importaba lo que pensaran o dejaran de pensar los demás; o no mucho.

Seguía agarrada a la puerta - la claridad no parecía querer asomar - y empezó a inquietarse (no porque tuviera miedo a la oscuridad sino más bien por encontrarse ante una situación que no controlaba).  Oyó un ruido a su izquierda y su primera reacción fue girarse hacia el lugar del que había provenido el ruido por ver si alguien pudiera ayudarla a aclarar lo que pasaba pero, al poco, se paró a escuchar con más detenimiento pensando que tal vez no fuera una persona sino un animal.
Emitió un silbido de tanteo buscando obtener respuesta, así sabría si había una persona cerca. Pocos segundos después, escuchó lo que esperaba oír: "¿Alguien por ahí?"

   Volvió a silbar para localizar a la persona que hablaba, que le había sonado lejana, y de nuevo la misma pregunta quedó suspendida en el aire  lo que motivó  que se dirigiera hacia allá avanzando con los brazos extendidos y las manos moviéndose en todas direcciones en un intento de despejar su camino de posibles obstáculos.
"¿Qué ha pasado?" preguntó mientras avanzaba hacia aquella voz que en esos momentos expresaba  en alto la misma suposición que rondaba en su cabeza. "Un apagón repentino, posiblemente. En cualquier momento volveremos a la normalidad".

   Las palabras sonaban amables y el timbre de su voz no denotaba el sexo de quien las pronunciaba. Podía ser un hombre o una mujer, posiblemente de alguna persona de las que vivían en la zona más alejada.
"Me ha pillado cuando bajaba al trastero y no me traigo linterna, ni móvil, ni nada. De no ser por eso podría alumbrar mi camino. Y como esto es nuevo para mi, aún no me oriento". ¡Claro, qué tonta! no se le había ocurrido pensar en esa posibilidad: el móvil. Y automáticamente se llevó la mano al bolso buscando en su interior.
   
      Iba decidida a encontrarse con quien había pronunciado tales palabras cuando en su cabeza surgió la duda. ¿Por qué habría de ir al encuentro de una persona que no conocía y de la que no sabía nada? Más le valdría mostrar cierta prudencia. Quién sabe lo que se puede esperar de este mundo tan loco en el que lo mismo por estar en el lugar inadecuado en el momento equivocado se puede acabar en una situación de lo más desagradable (y si no que se lo pregunten a la peregrina estadounidense que se extravió y fue a preguntar donde no debía, a quien no debía). No, mejor prevenir.
De repente,  una especie de destello, como un fogonazo y, de nuevo, la oscuridad. Pero fue lo suficientemente intenso como para que pudiera advertir que no muy lejos de ella se encontraba una persona en medio del pasillo con lo que parecía ser algo alargado en la mano. Su reacción inmediata fue de precaución, ocultándose a su vista detrás del coche que tenía más cercano. Reacción inútil, por otra parte, puesto que la persona en cuestión estaba de espaldas a ella cuando esto pasó y no tuvo tiempo para verla.

   Se fue acercando lentamente, con cautela, evitando hacer ruido para que éste no la delatara, mientras consideraba lo absurdo de su conducta tanto por buscar compañía en momentos de cierto desconcierto como por mostrarse tan recelosa al encontrarla.
Mejor sería usar el móvil para buscar su coche, que no tenía claro dónde lo había aparcado. Una vez fuera de aquel espacio desconocido  se resolvería la situación.

   Decidió al fin alumbrarse para salir de aquella negrura que no la dejaba respirar a gusto dirigiéndose hacia la persona que acababa de tropezar con una columna, quien giró inmediatamente hacia ella con agradecimiento. "Voy a buscar el coche y con la luz de los faros podremos encontrar la salida. Venga conmigo, si quiere." Y claro que quiso. La pobre mujer, que como pudo comprobar ya no tenía nada en las manos, la miraba con cara asustada y un tanto avergonzada de mostrarse tan timorata pero la oscuridad, tal como le estaba explicando de camino,  le provocaba ciertos problemas de ansiedad desde que era pequeña.
Estuvieron buscando por colores: el suyo supuso que seria fácilmente identificable al ser blanco y resaltar sobre los demás. No estaba muy lejos pero se había equivocado de dirección y tuvieron que desandar un buen trecho hasta llegar  a él.

   Se sentaron y respiraron con alivio al encender los faros y comprobar que seguían en el mundo real; arrancó y se acercaron a la puerta de salida. Introdujo la llave de apertura pero nada pasó. Contrariada, volvió a introducir la llave: el mecanismo siguió sin funcionar. Miró a su acompañante, sin entender, esperando de ella alguna respuesta. "Normal. El apagón también afecta a la puerta."
Se quedaron allí sentadas sin llegar a considerar la posibilidad de que tendría que haber algún mecanismo manual de apertura: una pensando en dejar el coche y salir de aquella negra opresión a tomar el aire y la otra buscando una salida cercana o un aparcamiento libre donde dejar el coche hasta mejor oportunidad.
"Salgamos de aquí. Puedes aparcar ahí mismo". Justo al lado había una puerta de salida a las viviendas y, sin necesidad de mediar palabra, ambas se dirigieron hacia allá encabezando la marcha quien portaba el móvil.

"Ven a casa. Te puedo ofrecer algo de beber mientras esperas". Esta vez no dudó, y aceptó la invitación. Si tenía que esperar aunque fueran diez minutos más - sin tener muy claro por qué - prefería su compañía, una vez disipados sus temores iniciales,. Ahora le parecían absolutamente absurdos y casi se avergonzaba de ellos.
Salieron a la luz y aquello fue como el descubrimiento de un nuevo mundo. Después de tanta oscuridad el sol del medio día las cegó pero les resultó gratamente reconfortante sentir el calor de aquellos rayos de sol en su piel.

   Dejaron atrás varios bloques de pisos antes de enfilar hacia la entrada que les llevaría hasta la casa de su acompañante que, como bien había supuesto, estaba ubicada en el extremo opuesto a la vivienda de sus amigos. Era un apartamento sencillamente amueblado, de decoración casi minimalista,  y bien combinado con tonos pastel que contrastaba con el gran cuadro que presidía el salón - uno de esos cuadros abstractos y coloridos que bien podría haber salido de la mano de cualquier niño jugando con los  pinceles que le acababan de regalar. Recordaba haber hecho uno muy parecido ella misma en uno de esos días de inspiración creativa en la que le dio por experimentar con los colores, las líneas y el ordenador. Y no le había quedado mal del todo. De hecho, le había gustado el resultado pero no llegó a guardarlo ni a imprimirlo. Era una de esas cosas que se hacen sin pensar y a las que no se les da mayor importancia.
Se sentaron en un cómodo y amplio sofá color crema mientras charlaban animadamente de todo y nada. Era una conversación banal pero no del todo intrascendente. No se conocían lo suficiente como para andar contándose intimidades pero tampoco eran tan desconocidas como para no mantener un diálogo fluido salpicado de pequeñas anécdotas personales.

   Llevaban ya media hora de cháchara distendida cuando las luces hicieron por fin su aparición. Todo volvía a la normalidad y ya era buena hora de volver a casa. Se despidieron amablemente agradeciéndose mutuamente la compañía ofrecida y cada cual volvió a su rutina y a su vida cotidiana en la que por un espacio de tiempo se había colado una de esas situaciones inesperadas que en cierta medida alegran el día o le dan un aspecto más colorido.
Llegó a su casa sin más incidentes y se preparó una comida ligera que le permitiera ponerse en seguida a trabajar en el  documento que debía presentar ante la comunidad de vecinos. Un problema sin resolver respecto a quién debía pagar los desperfectos causados por unas humedades cuyo origen aún estaba sin identificar y del que se sospechaba era cosa de uno de los vecinos - quien ofrecía siempre una fuerte resistencia a que su casa fuera inspeccionada por los del seguro.  La reunión tendría lugar esa misma tarde y no debía dejar ningún dato al azar. Cuando hubo acabado, se echó un rato a descansar antes de verse inmersa en la inevitable refriega vecinal.

   Tal y como tenía previsto, llegó a casa con un terrible dolor de cabeza y  pocas esperanzas por alcanzar un acuerdo amistoso. Se tumbó  en el sofá y allí quedó unos minutos en silencio tratando de no pensar en nada hasta que reunió el ánimo suficiente –más bien el apetito - para prepararse la cena. Desde la cocina escuchaba las noticias sin prestar mucha atención, en ella era un mero acto reflejo.
Llevó en una bandeja un sándwich y una ensalada con algo de fruta. Hubiera preferido una pizza pero no tenía intención de esperar a que se la trajeran ni consideraba la posibilidad de salir ella misma a buscarla.

Se sentó en el sofá y empezó a comer con ansia mientras desfilaban por la televisión infinidad de imágenes en respuesta a su tendencia a cambiar de canal en canal hasta tropezar con imágenes interesantes. Nada le atraía esa noche ni nada le llamaba la atención lo suficiente como para permanecer más de dos minutos en un mismo canal. Hasta que se paró horrorizada. No podía creer lo que veía. ¡Imposible!.
Suponía que sería una simple coincidencia. Pero aún así no pudo evitar llamar.

   Cuando descolgaron el teléfono no dio tiempo a que hablaran sino que soltó a bocajarro  "¿Es cierto?" La respuesta que obtuvo fue un agrio "¿Quién es?", al que no hizo caso, y repitió de nuevo "¿Es cierto? ¡No me lo puedo creer!".  Tras una pausa, su amiga reaccionó cuando identificó su voz. Si, se lo podía confirmar. Esa misma tarde habían estado allí varios coches de la policía y se la habían llevado. Nadie se lo podía esperar de una zona tan tranquila como aquella en la que las familias vivían despreocupadamente.  Pero eso no significaba nada. Estas cosas pasaban hasta en las mejores familias, como suele decirse... pero era tan terriblemente real y cercano que le hizo estremecerse y temblar sin que pudiera evitarlo.
Había estado sentada en casa de una asesina sin saberlo (había matado a su hermano por una pelea doméstica que venía de lejos y se había ido a vivir a un nuevo barrio, donde no la conocieran, a empezar una nueva vida). Y parecía tan amable, tan poca cosa, tan normal, casi timorata... Aquello fue lo que más le aterrorizó porque no se podría  fiar ya de nada ni de nadie. ¿En qué mundo vivimos?, pensó con desesperación.
Anyway the wind blows...

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                                                                          MUNDOS DE PAPEL

Nunca supo si el libro llegó a ella por casualidad o si fue ella la que llegó a él. Lo cierto es que aquel libro iba a iniciar una revolución. O, al menos, plantar una semilla que a buen seguro germinaría en el momento oportuno.
Aquel libro había caído en sus manos por una simple ley de probabilidades en la que el porcentaje de ser elegido antes que cualquier otro, en principio, era exactamente idéntico al de todos los del mismo estante. De hecho, previamente a toparse con él ya había tanteado y descartado un par de ellos que fueron debidamente devueltos a su lugar.

Habían abierto la biblioteca para ella, en exclusiva, no porque fuera alguien especial o por ser una ocasión que lo mereciera sino porque estaba ubicada en la plaza de un pequeño pueblo de veraneo en el que los trabajadores del ayuntamiento hacían varios encargos a la vez y el bibliotecario, como uno mas de los empleados que se encontraban en nómina, no siempre estaba disponible. Pero como ya la conocían de otros años, la atendieron en cuanto fue posible.
"Ven dentro de una hora - el tiempo necesario para dejar listo el papeleo - entonces, te acompañaré a la biblioteca y te abriré la puerta", le había dicho el funcionario que actualmente se encontraba cubriendo el puesto de un compañero mientras aquel estaba de vacaciones. Y así se hizo. En cuanto la vio llegar, llamó a quien estaba detrás del muro que comunicaba las dos oficinas, y que ella no pudo ver,  avisándole que salía un momento.

Concluida su anterior novela,  puesto que disponía aún de unos cuantos días de  ocio y descanso por delante, pensó en acercarse a la biblioteca municipal a buscar un nuevo texto que la ayudara a pasar un buen rato. Por eso mismo no se paró en exceso a leer los títulos de los libros ni se interesó mucho por quién los escribía. Lo más importante en ese momento para ella era la temática, que pudiera o no engancharla, haciendo que un libro en particular le resultara atractivo.
Cogió un libro cualquiera; lo abrió para comprobar que su letra era lo suficientemente legible para ella; lo cerró; lo giró y trató de leer el texto en su contraportada buscando pistas sobre su  contenido: una recopilación de relatos cortos. No le sugirió nada al leerlo y a punto estuvo de acomodarlo de nuevo en la estantería (y ya era el tercero). Además, la etiqueta de la biblioteca, mal ubicada, tapaba parte de lo allí expuesto impidiendo su total comprensión. Volteó el libro y buscó el nombre de autores o escritoras conocidas: tampoco le dio ninguna pista. Pero sí se fijó en la editorial, que reconoció como una de sus preferidas y de la que le constaba contaba con grandes libros en su haber – o así se lo parecía a ella de las lecturas pasadas. Y como no le parecía bien hacer esperar por más tiempo a aquel amable empleado, se lo llevó sin pensar.

"Gracias por abrirme, me había quedado ya sin lectura". El hombre la miró con simpatía. "Para una persona que quiere leer... La puerta de la biblioteca estará siempre abierta para ti". Tras esa esperanzadora despedida  cada cual tomó su camino: el funcionario volvió a su oficina y la mujer a la que temporalmente era su residencia.
Ya en casa, echó otro vistazo a aquel libro y frunció el ceño. No estaba muy convencida de que fuera a gustarle mucho pero tampoco perdía nada por probar. Lo resguardó en una funda para libros, que ya no recordaba quién le regaló, y lo  dejó sobre la mesa a la espera del momento adecuado.

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Recuerda perfectamente cómo sucedió todo. Dejó el libro sobre la mesa y se levantó impulsivamente. No había ninguna determinación en ese acto, de hecho, en el mismo instante de levantarse se le ocurrió  ir a beber un vaso de agua pero, en el escaso trayecto a recorrer desde donde estaba sentada hasta el grifo sus pensamientos desarrollaron toda una teoría que la llevó a tomar la precipitada decisión de sentarse a escribir.
Algo en aquel libro la estaba activando un secreto mecanismo interno del que nada sabía hasta ese momento. No acertaba a dar con la palabra adecuada que describiera aquella sensación. Era una especie de apertura mental, de claridad de ideas que se atisban pero que no se dejan cazar, siempre revoloteando cercanas pero sin posibilidad de atraparlas.

Cuando ya no sabe qué hacer, cuando no encuentra cómo seguir, se para de repente a contemplar el mundo a su alrededor con ojos inquisitivos como buscando en algún punto remoto algo que se le haya pasado por alto y que le dé la pista necesaria que le lleve de nuevo al sendero que tan bien aprendido tiene. En esos casos, todo permanece en su sitio, como si lo estuviera contemplando en una de esas imágenes retenidas en el espacio y el tiempo, mientras ella va dando vueltas alrededor de ese mundo cristalizado que se mantiene a la espera de retomar de nuevo su rumbo y en el que las leyes físicas han dejado de existir.
Lo observa desde distintas perspectivas por si la falta de visión le oculta la clave que busca para continuar. Nunca sabe dónde puede estar escondida. A veces, detrás de una risa traviesa; o en algún espejo oculto por un reflejo traicionero; incluso puede ser una persona inesperada, una frase dicha en el momento oportuno o una imagen distorsionada. Todo puede ser o no ser.
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   Despertó con la sensación de no haber descansado bien. Sentía la cabeza  embotada y  el cuerpo como si fuera de gelatina, al igual que un muñeco que no se mantiene en pie al no contar con su armazón de alambre. Le costaba mantener los ojos abiertos y fue tambaleándose hasta la cocina dispuesta a ponerse un café bien cargado que consiguiera espabilarla. Mientras lo preparaba reparó en el libro que reposaba sobre la encimera. No recordaba haberlo dejado allí, no era un lugar adecuado para un libro y menos para uno que no fuera suyo, a los que cuidaba con mayor esmero y atención si cabía que a los propios.
Lo recogió enseguida y lo apartó de allí antes de que pudiera sufrir cualquier accidente imprevisto que produjera un daño irreparable (Para el caso, pequeñas migajas, una simple mancha de café o una gota de agua, por insignificante que fuera, ya era considerado como tal).

   Al levantarlo, sujetándolo por el lomo, un pedazo de papel se deslizó del interior del libro asomando su cara blanca,  como por casualidad. No era habitual en ella usar trozos de papel para marcar las páginas; ni siquiera solía realizar anotaciones para una posterior búsqueda. Tampoco recordaba que durante la lectura o en algún momento en que estuviera cercana a ese libro hubiera tenido que echar mano de un papel cualquiera para garrapatear una precipitada anotación que no pudiera resistir el paso de más tiempo que el inmediato. Aquello llamó su atención.

En realidad,  ese se suponía que debía ser su cometido sólo que aún no lo entendía así - y puede que tampoco llegara a entenderlo ya que se trataba de una simple probabilidad de entre las miles de alternativas  que coexistían en aquellos mundos desconocidos.
Pero, volviendo al momento presente – o pasado según se observe – y centrándonos en el plano de la cocina, como si fuéramos una mera presencia observadora del desarrollo de ciertos acontecimientos,  habíamos dejado a esta persona sorprendida ante un pedazo de lo que parecía un folio normal,  rasgado precipitadamente. 

Lo siguiente que hizo fue sacar aquel trozo de papel y girarlo en busca de alguna prometedora pista pero, se sintió decepcionada – como cuando una promesa se torna fútil - al comprobar que no era más que un trozo de folio en blanco arrancado, tal vez, al azar. Y quedó allí parada, mirando sin ver aquel  despojo, mientras su vista se perdía a través del cristal de la ventana más allá del verdor de las hojas de la planta trepadora que ocupaba gran parte de la verja.
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   No siempre encuentra lo que necesita. A veces ha olvidado qué estaba buscando y ha vuelto a la realidad sin ser consciente de ello, como si todo hubiera sido un sueño pero con la conciencia intranquila y nerviosa avisándole de que algo falla; algo debe ser aclarado, encontrado o resuelto. "Qué será esta vez", se pregunta.
En estos casos se siente como si fuera la protagonista secundaria de una película en la que no hace más que figurar porque alguien utilizó sus influencias para ponerla en aquel lugar al que no pertenece.  Por mucho que quiera interpretar decentemente su papel de segundota no da la talla. O no lo suficiente. Y entonces, cae al abismo.

   Cuando emerge de aquellas profundidades comienza de nuevo la construcción de una identidad lo suficientemente estable que le permita resistir el día a día sin resquebrajarse. Aunque nadie se da cuenta de esta metamorfosis, en realidad, puesto que todo sucede en zonas tan ocultas de su ser que incluso casi a ella misma se le pasan por alto.
Hoy despertó así. Sabía que algo había cambiado pero no lograba definirlo.

Se duchó y salió hacia el trabajo con la mente en blanco, sin pensar los actos que debía realizar en su tránsito hacia el mundo real. Se movía por puro instinto, era como una autómata bien entrenada ejecutando la tarea para la que estaba programada.
Chocó con alguien – o con algo, no sabría precisar, puesto que ni se dio por aludida ni quiso echar la vista atrás a contemplar el pequeño caos que acababa de organizar sin proponérselo en un hormiguero urbano que se encontraba en uno de los resquicios de la acera levantada cercana al parque. Alguien estaba protestando a su espalda e incluso le dedicó un comentario de lo más obsceno, pero ella ya no lo escuchaba atenta como estaba a cumplir la programación establecida: "Torcer a la izquierda y parar en el semáforo hasta que éste se ponga en verde para los peatones". Escuchaba su propia voz siguiéndola como si fuera la llamada de un guía espiritual al que debía obedecer sin más, sin oponer resistencia.

   El trabajo le permitió mantenerse en estado semiautomático sin otra preocupación que ocuparse del teléfono,  mantener el correo al día y las facturas en orden así como el registro de las entradas y salidas de mercancía. Era un papeleo ingente pero su capacidad de organización le facilitaba la tarea planificando y colocando adecuadamente cada documento en su correspondiente ubicación. Todo era tan rutinario que apenas le restaba capacidad a su "ordenador principal" dejándole vía libre para ocupar su mente en otras cuestiones más estratégicas como las que actualmente planeaba en su interior.
Se había decidido ya pero sabía que aún no era el momento oportuno por lo que debía esperar a una nueva oportunidad o a dejarse vencer antes de llegar siquiera a presentarse como candidata. Preparaba una historia surgida a raíz de la lectura de su último libro. Había asomado en su cabeza un día cualquiera, dos meses atrás, y desde entonces no la dejaba tranquila. Tendría que dejarla salir. Su plan era sencillo: escribirla, presentarse a un concurso para aficionados y olvidarla en un cajón. Esa era la razón por la que dejó de leer: no quería más historias en su cabeza pidiendo salir. Ella no estaba preparada para esa tarea. Estaba convencida de que la historia se había extraviado en su camino hacia el mundo exterior y había elegido a la persona equivocada. Aún así, decidió que lo mejor para las dos sería que saliera ya de una vez y así fue cómo, entre datos administrativos rutinarios, empezó a recrear un mundo que asomaba a intervalos en su imaginación.
Anyway the wind blows...

kermit

Como todos los finales de mes, en los que se acumulaba el trabajo ocupándola más horas de las de obligada dedicación por contrato, salió a comer a un bar cercano con idea de volver al cabo de una hora para rematar el trabajo que quedaba pendiente. Nunca se sintió explotada por ello sino más bien era su forma de planificarse la tarea. Ella estaba conforme y sus jefes también. Por otra parte, tenía sus compensaciones: su horario no era necesariamente estricto y podía flexibilizarlo a conveniencia siempre que todo estuviera en orden y a punto.
De camino, se paró a mirar el escaparate de la librería, que siempre le atraía por su cuidada estética y su especial forma de configurar los espacios creando un clima atrayente hasta para aquellas personas que eran ajenas a los libros. Quien pasaba por su lado se paraba a mirar las distintas portadas que aparecían como una exposición de pequeños cuadros esmeradamente dispuesta para el disfrute de los viandantes.

   Aquel libro le llamó la atención desde el mismo instante en que posó en él sus ojos y decidió que uno de esos días entraría a comprarlo, a pesar de haberse prometido no volver a leer en una larga temporada. Sin embargo, no podía evitar la tentación que implicaba recaer en un viejo vicio que tanto echaba de menos. De hecho, a la salida, se acercó a la librería con la intención de comprarlo y empezar a leerlo esa misma noche. Sentía curiosidad. ¿Sucedería otra vez?


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Tarde o temprano tenía que suceder. Como en un dejà vu, las acciones y los acontecimientos se sucedían tal y como esperaba salvo que, en este caso, ella sabía que ciertamente ya había pasado y no era más que una repetición de algo que recordaba había sucedido en otro tiempo. Pero aquella tarea había quedado allí, sin concluir, y por eso mismo seguía dentro de aquella espiral de la que no podía escapar, entrando y saliendo de un extremo a otro sin posibilidad de huir.
Al principio, había formado parte del espectáculo asistiendo en calidad de espectadora pasiva, aunque necesaria. Era una sensación semejante a dejarse atrapar por una película de acción en la que se preveían los acontecimientos sin que se pudiera hacer nada por evitarlos.

Con el tiempo, aprendió a incluir pequeñas incongruencias en las "escenas": una silla cambiada de sitio, una puerta mal cerrada, una ventana con un cristal resquebrajado o incluso roto .... Pequeñas incidencias, apenas perceptibles, que no modificaban la acción en su conjunto pero que le daban cierto aire diferente al entorno en que se desarrollaba. Cada vez que experimentaba con una de estas "anomalías" se esforzaba por descubrir  qué  efecto causaría en el proceso - aunque para eso debía esperar a que éste concluyera. Así, a través de la técnica del tanteo experimental de ensayo- error trataba de buscar una salida.
Los cambios no siempre llevaban a mejoras o a nuevos descubrimientos, simplemente estaban ahí y ella no sabía qué modificación podrían haber provocado en un contexto que quedaba más allá de su conocimiento. Lo único de lo que podía estar segura era que como resultado de sus "incongruencias" cada final era un poco diferente y, por lo tanto, demostraba que de alguna manera era susceptible de ser modificado. Y eso, era lo que le daba  sentido a su necesidad de seguir allí. Debía encontrar el final adecuado.

La próxima vez intentaría permanecer cerca de la ventana para atisbar más allá de aquellas cuatro paredes de las que nunca hasta ahora había sacado ninguna pista. Tal vez la respuesta estuviera fuera. Pero para eso, debía crear la posibilidad. Era un proceso muy lento, claro. No sabía si tendría el tiempo suficiente para remediar un final ya conocido que en nada le agradaba pero,  necesitaba avanzar para cortar aquella espiral infinita en la que había caído.
De nuevo se acercaba la hora y no tardaría en desaparecer. Escuchó resignada el característico sonido del engranaje de un reloj de péndulo – que aunque ella nunca lo había visto se lo imaginaba así por su peculiar sonoridad – anunciando el cambio de hora con los correspondientes repiqueteos posteriores, tres campanadas, resonando en la casa como señal  premonitoria de que el fin estaba cerca.
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   Releía lo escrito buscando errores e incongruencias a la vez que surgían  en su cabeza otras posibilidades no contempladas inicialmente. Eso era lo único que le atraía del acto de escribir: esa infinidad de mundos posibles – algunos descartados y relegados al olvido en el mismo momento de nacer - que acababan reflejados en unas escuetas líneas conformando así el curso de una historia  convertida en un río vivo, que seguía su propio curso, hasta convertirse en algo con personalidad propia.
De repente,  recordó la sensación tan extraña que la invadió al mirarse al espejo aquella mañana. Era algo absurdo, por supuesto, pero tuvo la impresión de que alguien la observaba desde el otro lado, como si se tratara del tipo de cristales usados para observar sin ser vistos.

   Aquello le dio una idea para su historia. Aunque la descartó casi al instante al considerarla  una especie de plagio de Alicia a través del espejo o algo similar. En realidad, ya no le parecía una idea tan interesante sino más bien vulgar y que seguramente habría sido explotada hasta la saciedad en innumerables ocasiones.
De nuevo surgió otra idea ante si, algo relacionado con la física cuántica y la teoría de los mundos paralelos solo que no podía recordar exactamente qué era y a qué venía todo aquello.

   A los pocos segundos ya estaba tecleando en el ordenador "Teoría de los mundos paralelos"  surgiendo ante sus ávidos ojos sucesivas páginas relacionadas con la temática en el orden que al buscador le parecía más sugestivo (algo había leído una vez sobre cómo se ordenaban estos resultados a base de lo que denominaban  PageRank y los vínculos entrantes y salientes pero, en ese momento, no acabó de precisar la idea). Leyó unos cuantos artículos para hacerse una idea lo más objetiva y mundana posible. Algunos conceptos se le escapaban y no era capaz de asimilarlos pero la lectura en su conjunto le llevó a definir su propia interpretación de la Teoría de los Universos paralelos.
"Los universos paralelos dependen  del punto de vista de quien observa así como del objeto observado, lo cual lleva a infinidad de universos que se desarrollan a la vez pero en los que lo que varía no es tanto la persona que observa sino el objeto ". Sonaba bien, podría ser interesante. Ante ella se abrieron varias posibilidades y caminos alternativos que recorrer en su historia. Incluso se podían retorcer aún más esos mundos y ofrecer nuevas posibilidades a partir de quien observara, en base a sus estados de ánimo. Una superposición de mundos en los que una misma persona observa un mismo objeto en un mismo espacio y tiempo pero cuya realidad se ve modificada por la subjetividad provocada por la diferente perspectiva según el humor que le embarga, que actúa a modo de filtro.
Anyway the wind blows...

kermit


¿Era un reflejo de sí misma lo que había visto en el cristal de aquella ventana o realmente era otra persona? No pudo comprobarlo. El proceso debía seguir su curso y no podía pararlo sin más antes de que se desarrollara de nuevo toda la escena que tan bien conocía. Empezaba a preguntarse si no sería un sueño recurrente al que debía dar respuesta y que por eso tan sólo se limitaba a un espacio y a un tiempo breve, concreto y cíclico.
"La próxima vez me fijaré mejor", se prometió a si misma mientras en la casa resonaban de nuevo aquellas tres campanadas que daban término a la escena y a su propia existencia.
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   El primer capítulo no le había resultado especialmente llamativo ni interesante en ninguna de sus variantes: ni el personaje (una mujer cualquiera con una vida normal que pasaba sus horas dentro de una casa), ni el contenido (nada que captara su atención, solo el transcurrir de una vida bastante trivial y anodina), ni siquiera el estilo en que estaba narrado. Eso sí, había múltiples descripciones, muy elaboradas y precisas – en exceso, pensaba -  respecto a diferentes objetos que había en aquella casa.
Parecía que la importancia recayera en aquellos objetos más que en el personaje en sí mismo, que quedaba relegado a un plano secundario y del que apenas se daba una descripción completa más allá de unos rasgos muy generales que lo mismo podían servir para identificar a una muchacha joven como a una mujer de avanzada edad.

   Empezó a leer el segundo capítulo, más por inercia que por gusto, mientras su cabeza se había quedado atrapada en aquella idea de otorgar toda la importancia a los objetos en vez de a la persona, que se suponía sería la  protagonista. ¿Qué finalidad tenía eso? Si se centrara en algún objeto en especial, podría entender que tal vez quien escribiera aquel texto lo había escogido como metáfora de algo y ella era la que no tenía capacidad para entender su mensaje pero allí eran demasiados los objetos que aparecían y desaparecían sin que tuvieran una importancia destacada así que tampoco podía ser eso.
Cuando se dio cuenta, llevaba ya más de la mitad de la página leída sin que se hubiera enterado de lo que allí estaba escrito. Sin embargo, comprobó que podía seguir con facilidad la secuencia puesto que era casi idéntica a la ya expuesta en el capítulo anterior. ¡Qué raro! Tal vez era una edición de esas que habían salido mal de fábrica. Pero no, eso no podía ser o no estaría en una biblioteca pública.  ¡Ah, eso sí que era curioso! Siguió leyendo.

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   Leía por tercera vez un párrafo que no acababa de encajar. No recordaba haberlo escrito así pero puesto que no tenía sentido pensar otra cosa que no fuera que lo había tecleado ella misma – quien sabe si solo a modo de idea primigenia para ser desarrollada en otro momento - modificaría el texto hasta que su lectura le satisficiera lo suficiente. Avanzaba en la historia, que había decidido construir a base de pequeños capítulos como si fueran escenas repetidas en mundos paralelos. Mismo personaje, mismos objetos, mismo espacio y mismo tiempo pero, diferente enfoque, lo que permitía introducir variaciones sutiles que giraran en un bucle de infinitas posibilidades.
El final nunca estaría escrito puesto que cada persona adoptaría el suyo propio y se identificaría con uno diferente al sugerido. A ella nunca le había gustado que le dijeran cuál debía ser el final de una historia y en justa correspondencia, por eso mismo, no pensaba ofrecérselo a los demás. La historia sólo tenía sentido si conseguía que quien la leyera fuera más allá de la mera sucesión de hechos relatados. Tenía que ser un devenir al más puro estilo Deleuze.
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Las posibilidades que ofrecía aquel descubrimiento animó a la persona que había podido mirar al espejo de reojo mientras se dirigía a recomponer las piezas de un puzzle sobre una mesa ovalada, de estilo reina Ana, pesada y de caoba. Era un gesto fugaz puesto que no estaba previsto, pero le había proporcionado otra visión. No sólo había conseguido atisbar algo más allá del cristal de la ventana sino que también pudo reconocer una sombra difusa en el espejo.
Había tomado la decisión de centrarse en buscar todo tipo de superficies similares en las que poder verse reflejada.... Unas gafas, una botella, copas, ...Parecía que ahí estaba la clave. La próxima vez estaría más atenta.

De nuevo, el silencio previo a las campanadas le recordó que su tiempo estaba a punto de acabar. Pero, para su sorpresa, esta vez le pareció que se prolongaba aún por un tiempo. Como no se lo esperaba, tan sólo permaneció allí, de pie, a la espera de que concluyera todo, indecisa, sin saber muy bien cómo actuar.

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   Levantó la vista de la página para comprobar que nada se movía detrás del cristal, tal y como había presentido. Sin embargo, le había parecido percibir el reflejo de una persona - posiblemente una mujer, aunque no pudo distinguir rasgo alguno – que la observaba con la curiosidad de quien se encuentra por primera vez con una nueva civilización.
Sintió la influencia de la lectura en sus percepciones. Se estaba volviendo un tanto paranoica respecto a eso de los mundos paralelos. Sus pensamientos giraban en torno a la idea un tanto extravagante de que ella misma era la protagonista de la historia a partir de la cual se urdía una trama que estaba siendo escrita por una persona ajena a ella. 

   Giró de nuevo la cabeza hacia la ventana y, esta vez, sí que vio claramente lo que parecía una silueta. Sería una sombra de forma caprichosa, seguramente. Aún así, se acercó a comprobarlo.
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   ¿Lo habría imaginado o sería real? Alguien al otro lado del cristal se había movido. Había acercado allí su cara y ella no había podido hacer mas que permanecer con los ojos abiertos de asombro.
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   El relato se le resistía. No avanzaba como debía. Parecía que la historia se hubiera vuelto contra ella puesto que, de mañana temprano,  cada vez que releía lo escrito el día anterior se sorprendía al encontrar ciertos detalles que se le habían olvidado o que no recordaba los hubiera añadido en ese orden. Era como si alguien le estuviera gastando una mala broma tratando de revolver en sus cosas para desbaratarle su trabajo marcando una nueva dirección  que ella no había decidido.
Dejó su historia aparcada en un archivo de su ordenador. Demasiado confusa. Pero el tiempo pasaba y no podría presentarse al concurso. ¡Ah, si ... el concurso! Había olvidado que así había empezado todo. Pero ya no estaba tan segura de querer dejar salir aquella historia ni de  querer presentarla en ningún sitio. Aquello empezaba a no sentarla bien, era un tanto obsesivo. Mejor sería parar. Olvidarlo por un tiempo. Pero estaba tan involucrada que no sabía si a esas alturas iba a poder dejarlo sin más.
Anyway the wind blows...

kermit

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   Era el momento, tenía que ser ahora. No cabía dudar porque las acciones se sucederían de nuevo y, tal vez,  no tendría muchas más oportunidades. De hecho, no estaba segura de que aquello fuera a suceder esta vez.
Dejó que la escena transcurriera como debía ( no deseaba incluir ningún cambio para no ocasionar ninguna variable que diera al traste con lo que se proponía hacer) aguardando el momento en que sonaran las - en su momento - tan molestas e inoportunas campanadas, que por el contrario, en esta ocasión, esperaba con todas sus ganas para poder ejecutar su plan.

   Estaba nerviosa y expectante. Deseaba más que nada comprobar si su estrategia daba algún resultado. La idea era muy sencilla y no sabía si su intento provocaría el suficiente impacto. Sólo cabía esperar acontecimientos una vez iniciado el primer movimiento, como en uno de esos espectáculos en los que la caída de una simple ficha de dominó conlleva el desmoronamiento en cadena de todas las demás.
Su ficha inicial sería ese minuto de más. Aprovecharía ese tiempo para moverse hasta la ventana - ya había previsto la forma de dejarla oportunamente entreabierta – e intentar colar  un escueto mensaje. No había llegado a más, posiblemente porque en el fondo ya suponía que aquel acto no serviría para mucho.

   Llegado el momento, se acercó a la mesa donde sabía encontraría un pequeño bloc  y un lápiz con el que escribir una nota apresurada en caso de necesidad ( la mesilla donde reposaba el teléfono); escribió su pregunta y acto seguido la dejó escapar por la ventana sin tiempo de ver si había alguien al otro lado para recogerla.

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   Se quedó pensativa, mirando el texto y lo que acababa de leer. ¿Qué estaría pensando cuando se le ocurrió aquello? Parecía que el personaje trataba de burlar sus normas y salir del mundo al que se encontraba sometido usando los mismos trucos que ella trataba de usar. Se afanaba en seguir su propio camino aunque parecía que el destino no se lo ponía nada fácil.
Y esto le llevó a otra idea: aquella del destino en términos griegos o romanos -  ahora no recordaba bien – sobre que las personas no tenían su destino escrito sino que todo era voluntad de  los dioses, quienes  jugaban con ellos. Visto así tal vez ella era una divinidad para la protagonista de su historia y por mucho que tratara de vencer su destino acabaría  en el mismo sitio puesto que así lo había escrito ella. Decidió investigar más sobre el tema y se sumergió en el mundo de la mitología durante un par de horas saltando caprichosamente de un texto a otro conforme brotaban las ideas al igual que el agua que surge de un manantial en la montaña.

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   Cerró el libro con gesto cansado. No parecía que fuera a mejorar la historia que realmente le parecía aburrida, ilógica y mal estructurada. Para empezar, lo de los mundos paralelos se le antojaba una idea bastante absurda. Estaba convencida de que aquello era ciencia ficción y a ella  nunca le habían atraído ese tipo de lecturas. Tal vez fueran eficaces para aquellas personas que necesitaban engancharse a la lectura de forma lúdica pero no para ella, desde luego. Reconoció que al principio le había causado  cierta curiosidad pero ya se había dado por vencida. Al final iba a resultar que realmente se había equivocado al elegirlo.
Despojó al libro de su funda protectora dejándolo con fastidio encima del sofá donde  permaneció durante todo el día sin que nadie le prestara atención hasta bien entrada   la noche en que decidió sentarse a ver la televisión en busca de cualquier película que distrajera su mente por unos minutos.  Al hacerlo, tuvo que mover el libro de su sitio y comprobó que aún mantenía el pedazo de papel entre sus páginas.  "Qué raro", pensaba que ya lo había tirado antes. Tiró de él con el índice y pulgar de la mano izquierda - que era la que quedaba más cerca del libro - mientras seguía la secuencia de la película, sin darse cuenta de que lo guardaba en su mano.

Al levantarse y notar el tacto del  papel en la palma de su mano, cerró el puño y lo arrugó para tirarlo hecho un rebujo a la basura. Se levantó y lo llevó sopesándolo en la mano y jugando con él como si fuera una pelota imaginaria lanzándola al aire para recogerla una y otra vez en un recorrido que no duraba más de doce pasos. Pero fue lo justo como para darse cuenta de que aquel papel sí tenía algún tipo de trazo a modo de dibujo, o escrito. Lo abrió y se quedó parada pensando cómo podía haber sucedido eso. Leía a sombrada una pregunta escrita a lápiz "¿Quién eres?"
Al principio quedó sorprendida por la cuestión que se le planteaba "Buena pregunta – pensó - quién soy". Pero no se dejó atrapar por aquella duda existencial durante mucho tiempo sino que pronto surgió la verdadera pregunta "¿Y tú, quién eres?" Quién habría escrito aquello. Porque su letra no era, por mucho que hubiera tratado de deformarla. Además, mostraba una caligrafía cuidada, aunque hubiera sido escrita posiblemente con precipitación,  y que en nada se asemejaba a la suya.

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   Se miraba en el espejo tratando de adivinar quién era en realidad. ¿Era un producto elaborado a partir de determinados elementos o era una parte de la ecuación? Según se enfocara desde una perspectiva o desde otra podría tener más o menos relevancia para tomar las decisiones necesarias. Si era un producto, poco tendría que hacer más allá de asumir su esencia y tratar de jugar las cartas en su favor. Pero, si fuera una parte de la ecuación, tendría distintas posibilidades. ¿En realidad, las tendría?
Se quedó allí mirando aquel reflejo, que no le transmitía nada, esperando que sonaran de nuevo las campanadas. No parecía que su plan hubiera provocado ninguna anomalía. Se sentía defraudada y con escasa iniciativa para realizar otro movimiento, por pequeño que fuera, que le permitiera salir de aquel limitado mundo en el que parecía se había acostumbrado a vivir. Empezaba a sentir que todo le daba igual y que perdía energía para continuar luchando contra lo que parecía un objetivo inalcanzable, como Sísifo y su vano empeño por subir una piedra que siempre volvía a caer. Se acabó. No le encontraba sentido. Mejor dejarse arrastrar por la corriente y que fluyera ésta donde quisiera.
Anyway the wind blows...

kermit

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   Encendió el ordenador con cierta sensación de ansiedad. Pensar  que  pudiera haber cambiado algo durante la noche era lo que le provocaba ese nerviosismo. Estuvo hasta tarde y se había afanado en reconducir la historia tal y como ella deseaba pero, no estaba segura de si al leerla por la mañana descubriría un "dique" puesto en el camino que hubiera frenado el flujo de la historia llevándola de nuevo a desbordarse por zonas que no deseaba.
Releyó rápidamente la última parte y, para su alivio, no notó nada especial. Todo parecía en orden. Ascendió por el texto releyendo diferentes párrafos en diferentes páginas sin tener constancia de que hubiera nada fuera de lugar. Parecía que al fin quien hubiera motivado aquello había cesado en su actividad, quien sabe si por aburrimiento o por desidia. Mejor así, pensó, y se preparó el café que se tomaría mientras revisaba el texto con más tranquilidad ahora que ya había superado sus temores.

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   Seguía preguntándose quién era en realidad mientras daba vueltas por la casa. En cierto momento en que llegó al pasillo se descubrió como un reflejo en el espejo de cuerpo entero que tenía en la pared frente a la puerta de su dormitorio. Se observó en silencio como si fuera alguien ajeno a sí misma tratando de obtener alguna información de aquella persona que se mostraba ante ella. Nada que destacar: ni la mirada, ni la ropa, ni el gesto. Absolutamente nada. Parecía un fantasma, un ser invisible. Podía dejar de ser en ese momento y nada cambiaría.
¿Quién habría escrito aquel papel? ¿Y, cómo había surgido aquella duda a la que ahora mismo se estaba enfrentando? Su mente elaboraba varias hipótesis con rapidez que fueron descartadas en su mayoría quedando como más probable la siguiente idea:  Puesto que ese libro estaba en una biblioteca pública, lo más normal es que ese papel lo hubiera escrito la persona que la hubiera leído con anterioridad a ella o como mucho, la anterior a ésta. No creía que fuera a remontarse más allá en el tiempo. Aquel simple papel no estaba tan deteriorado y no creía muy probable que si quien lo hubiera visto  lo hubiera mantenido allí. ¿Con qué fin?

   Y ahí estaba de nuevo, frente al espejo, examinando la cara inexpresiva que le devolvía aquella acristalada  superficie. Mirándose directamente a los ojos volvió a preguntarse quién era.
Tras varios minutos con la mente perdida en sí misma acabó tomando una determinación. Fue hasta su escritorio y alargó la mano hasta el portalápiz, del que escogió un rotulador azul y, en un acto de sublime estupidez  (como lo calificó posteriormente ella misma)  escribió su nombre, en mayúsculas, en el centro del espejo. Después, como no contenta con semejante acto pueril y sin sentido, se dedicó a escribir a su vez una pregunta dirigida a quien se reflejaba ante ella, con cierta ironía. Como seguía sosteniendo el rotulador en la mano, decidió vengarse adoptando un gesto de lo más teatral. Escribió ¿Y tú, quién eres? "¡Eso!.¿Quién te crees tú que eres  para venirme a mi con esas?" dijo a su reflejo con un marcado tono de superioridad como desafiándolo a que se atreviera a decir lo más mínimo - cuando sabía de sobra que aquello no iba a pasar. Era la viva imagen de la victoria por goleada y se sentía eufórica.

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   Desanimada como estaba, no se dio cuenta de que en el espejo, en el que aún reposaba su última mirada del día, iban apareciendo unos trazos que poco a poco fueron convirtiéndose en letras. No le dio tiempo a verlos porque ya hacía tiempo que sonaron las campanadas y todo debía llegar a su fin. Se desvaneció junto a su mundo hasta que la mañana trajera un nuevo destino por obra y gracia del azar - o  vaya usted a saber qué razones - que la mantenía allí retenida.

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   Mientras repasaba la estructura de su historia se dio cuenta de que empezaba a perder soltura y fluidez. Demasiado repetitiva tal vez. Ya no sentía tanta atracción por aquella idea de los mundos paralelos sino que empezó a interesarse por la persona que había tomado como observadora – un ser cualquiera sin nada destacable puesto que no era en sí lo que le había interesado en un principio. Se había centrado tanto en el proceso y en las distintas alternativas que éste le ofrecía que había dejado de lado la esencia misma del ser, quedando relegado a un simple figurante pasivo.
Echaba de menos los pequeños cambios que se producían de un día para otro, a su pesar, dando a su historia un giro inesperado. Tal vez si olvidara el entorno y tratara de cuidar más a la persona, volviera a emocionarse con su relato y acabaría por fin de completarlo – porque no encontraba el final, por mucho que escribiera. Tal vez había llegado el momento de dotar al personaje de vida propia y ver qué camino decidía seguir por sí mismo.

   Quedó pensativa un rato dando vueltas a  su nueva idea, tratando de imaginarse a su protagonista a quien aún no había dado forma al no ser importante para el desarrollo de la trama.
"¿Quién eres?", se preguntó mirando a la pantalla mientras trataba de esbozar la imagen de aquella mujer a quien había llevado de un lado para otro apropiándose de su vida sin prestarle atención.

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   Ni que decir tiene que el acto de escribir aquellas letras en el espejo no contenía implícito en sí mismo ninguna intencionalidad, ni esperaba siquiera que de él se obtuviera el más mínimo provecho. Sólo era eso, un acto. Un mero gesto que había surgido de un arrebato momentáneo provocado por la inoportuna pregunta y el estado de ánimo un tanto tendente a la inseguridad que en esos momentos la envolvía.
Sin embargo, con el paso de los días, aquello fue calando en ella como la gota que perfora la roca. Ya sabía que su familia no era su familia propiamente dicha,  es decir, la biológica, pero tampoco había indagado más allá porque no entendía que su pasado fuera a devolverle nada importante. Aquello pasó. Su verdadera madre o padre no la querían a su lado o por las circunstancias que fueran – en las que no pensaba entrar – no habían podido mantenerse unidos. Estaba bien así. Lo aceptaba sin preocuparle en absoluto. Una vicisitud más de la vida.

   Nunca  le había mentido sobre su origen. Siempre supo que era adoptada y siempre se lo agradeció a los que ahora consideraba su familia pero, al contrario de lo que puede suceder en las películas y demás literaturas, no sentía ninguna curiosidad por buscar a su verdadera familia ni saber si tendría más hermanas, hermanos ni nada. Estaba bien como estaba. O eso había creído, hasta el momento.
Y el caso es que al leer aquella interrogante cuya procedencia era tan extraña, algo la incitaba a cambiar ese planteamiento. Una especie de rumor callado pero continuo que cada vez resultaba más y más incómodo. Como esa sensación que se tiene cuando se escuchan murmullos al pasar delante de la gente que sabes están juzgando alguna de tus acciones.
Anyway the wind blows...

kermit

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   No podía creer que no sucediera nada. Estaba allí parada a la espera de que comenzara la escena desde que se levantaba de la cama hasta el momento de escuchar las campanadas pero, por alguna razón que desconocía, seguía allí tumbada. Era toda una novedad.
Pasados varios minutos y viendo que nada la impulsaba a moverse, decidió vestirse y salir fuera. Nada se lo impidió. Abrió la puerta con cierto recelo, miró hacia atrás, comprobó de nuevo que no había obstáculo para salir al exterior y se fue.

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   En ese mismo instante dejó de teclear. Le pareció que era una justa manera de devolverle su libertad. No más limitaciones. A partir de ahora ella sería la responsable de sí misma y de su propia vida.
Por fin podría descansar. Había concluido su trabajo. Apagó el ordenador y ella también salió al exterior. Necesitaba aire fresco. Llamaría a alguien y se dedicaría a despejar su cabeza en compañía.

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   Había descubierto muchas cosas con solo indagar un poco. No había ningún secreto al respecto y se sabía perfectamente todo sobre su familia biológica. No quiso entrar en detalles porque no buscaba culpar a nadie ni hacer aflorar sentimentalismos inútiles. Sólo quería saber. Y eso es lo que obtuvo. Datos objetivos: una dirección y un nombre. Tenía una hermana biológica que también fue dada en adopción.
No tardó mucho en preparar el viaje. Ni tampoco esperaba una gran acogida. Ni siquiera sabía qué demonios estaba haciendo o cómo es que no lo había hecho antes.

   Delante de la puerta de casa de la que era su hermana biológica trataba de imaginar qué le diría o qué se dirían. O cómo se desarrollaría ese encuentro. No podía llegar sin más y decirle "Hola, soy tu hermana" ¿O si? Esa era la única forma que se le había ocurrido de hacerlo. Las demás le resultaban demasiado artificiosas.
Llamó y esperó. Pero no obtuvo respuesta. Volvió a llamar. De nuevo, silencio. Y desconcierto. ¿Decepción? Se giró en busca de un bar donde aclarar ideas mientras satisfacía su sed. Justo enfrente había una terraza. Se sentó a esperar que la atendieran.

   Pensó en hacer algo de tiempo dando un paseo por los alrededores. Debería haberla llamado antes para asegurarse que estaría en casa pero creía que esa era una forma un tanto fría de darse a conocer. Lo mejor era presentarse delante de ella en persona.
Llevaba el libro en la mano. Su nexo. Una casualidad, claro. ¿O no?

Regresó pasadas dos horas. Llamó y esperó, como la primera vez. No hubo respuesta. Aún así, lo intentó de nuevo. Al fin, tras lo que pareció una eternidad, alguien al otro lado del interfono preguntó quién era.
"¿Rosa Bernal?¿La que escribió Los mundos de papel?" Un titubeo y el sonido de apertura de la puerta.
Anyway the wind blows...

kermit


Escuchó su nombre y abrió los ojos. La oscuridad y el silencio la esperaban. ¿Estaba sola? Esta idea le confundía y le aliviaba a partes iguales. Aguzó el oído, prestando total atención a su alrededor, pero solo escuchó el latir acelerado de su propio corazón al que trató de imprimir un ritmo más pausado controlando su respiración mediante inspiraciones lentas y profundas. Una última inspiración, más prolongada, y abrió nuevamente los ojos. Esta vez vislumbró cierta claridad y  encaminó sus pasos hacia ella.

                 Releyó de nuevo cuantas líneas allí se mostraban (apenas cuatro o cinco) quedando satisfecha del resultado. Esperaba no necesitar mucho más, no deseaba volver a mostrar su debilidad de forma tan descarada. Así que, apenas hubo terminado de leer, pulsó la tecla que mandaría todo a su sitio, del que no esperaba fueran a salir.
Un mensaje le advertía que iba a eliminar cuanto estuviera escrito solicitando su permiso para continuar. Aquello había sido suficiente...."por ahora", pensó con cierta inquietud y escasa convicción.

Anyway the wind blows...

kermit

#58
                                                                                   CERO



La muchedumbre corría en todas direcciones mientras resonaban multitud de sirenas acercándose a lo que ella posteriormente denominaría "Zona Cero". Cero de conjunto vacío. Cero de rotunda y absoluta falta de todo. Cero de agotado. Cero de... cero. Inútil tratar de explicar aquel vacío que se apoderó de aquella persona que permanecía estupefacta y sin capacidad de reacción ante aquel muestrario de brutalidad y crueldad gratuita. ¿Era necesario? Cerró los ojos y no los volvió a abrir hasta que una voz que parecía provenir de muy lejos le instó a moverse.
Ruidos a su alrededor. Empujones. Su cuerpo chocó con otro y cayó al suelo. Su último recuerdo fue  sentirse pisoteada, en el suelo, como una colilla caída en desgracia. (En el colmo del absurdo de semejante situación recordó una vieja película de animación donde sucedía algo similar: el resultado era de lo más grotesco. No pudo evitar reírse, no sin algún que otro gemido intercalado de dolor). No recordaba nada más. Sintió cómo su cabeza se desconectaba. Fue como un corte de luz fulminante. Como cuando se apaga la pantalla de un televisor que hasta ese momento no ha dejado de vomitar imágenes y sonidos sin cesar y del que se espera siga haciéndolo. Sonó un chasquido en su cabeza. Un breve zumbido y, luego, nada más. Ni silencio ni ruido. Ni luz ni oscuridad. Solo la nada más absoluta. Fin.

Una voz familiar repetía insistentemente su nombre. Le zarandeaba con ansiedad, rabia y desesperación, como quien da por desvanecida una esperanza engañosa que se hace evidente de repente. Abrió los ojos y los cerró casi inmediatamente. El sol le cegaba. Notó ruido a su alrededor, como murmullos apagados, el ladrido de un perro y voces infantiles acompañadas de voces más graves y preocupadas.
Notaba la calidez del sol en su piel. Una suave brisa acariciaba su espalda, sus hombros, sus piernas... Se sentía bien allí tumbada. Permaneció inmóvil durante unos minutos tratando de adivinar dónde se encontraba y cómo había llegado hasta allí pero, al fin y al cabo, decidió, eso ahora no tenía la menor importancia. Lo relevante era que se encontraba bien. Esta idea le reconfortó y volvió a cerrar los ojos.

   Despertó de pronto sintiéndose observada. Miró asombrada un rostro que estaba  tan cerca de ella que pudo contemplar en su mirada la curiosidad e interrogantes que se desbordaban por aquellos ojos que se clavaban en ella tratando de penetrarla. Escrutaba su reflejo como quien no se hubiera visto nunca antes. No se reconoció en la superficie acristalada del espejo de la habitación y se sorprendió sobresaltada al comprobar que era ella misma.
Concentró su mirada en aquel círculo de cristal donde aparecía un rostro semejante al suyo pero no del todo igual. Algo había cambiado. Aquellos ojos eran de un marrón un tanto apagado y ella siempre los había tenido de un marrón oscuro similar al de la Coca-cola. Además  no tenían el brillo que ella recordaba dando un aire de autómata a aquella cara que permanecía frente a ella.

   Seguía mirando dubitativa aquel rostro familiar cuando se dio cuenta que sus labios se movían. Ella no había pronunciado palabra alguna y sin embargo su reflejo estaba gesticulando y articulando palabras que no reconocía. ¿No emitían sonido o es que ella ya no escuchaba? Sin preocuparse siquiera en tratar de adivinar cual de las dos alternativas podía ser la correcta, se incorporó de un salto y salió de la habitación haciendo caso omiso de las personas que encontraba a su paso.
Debería estar extrañada de encontrarse en un lugar desconocido para ella pero no había el menor signo de preocupación en sus andares que parecían saber  hacia dónde se encaminaban. Se sentía bien paseando sin rumbo fijo por aquellos pasillos laberínticos, de lo que parecía ser una gran residencia, y que acabaron conduciéndola a un espacioso patio donde crecían matojos de flores silvestres, pequeñas y de vivos colores.

En el extremo izquierdo del patio había una puerta de madera pintada a rayas en una gama de tonos verdosos que daba paso a lo que parecía ser una especie de antiguo invernadero. Entró y se sentó en un banco  de piedra cubierto de verdín en la parte inferior, que había justo en el centro, donde convergían varios caminos. Sobre ella, el cielo del atardecer y, más allá, unas nubes de tonos rojizos que presagiaban que el final del día se aproximaba. Allí permaneció sentada durante largo rato mientras observaba como se desdibujaba el entorno a su alrededor conforme la oscuridad se apropiaba del espacio en que se encontraba. Sentía pasar el tiempo sin que le afectara. Notaba actividad a su alrededor pero no hizo el menor gesto que denotara que había detectado su presencia.
En algún momento de la noche alguien había devuelto su cuerpo al lugar del que saliera porque cuando despertó de nuevo estaba tumbada en la cama de aquella habitación tan falta de detalles. 

Recorrió con su mano lentamente el espacio que encerraban las cuatro paredes: Una cama, una mesita de noche con un espejo de sobremesa (el que la sorprendió al despertar), una silla y una mesa escritorio con dos cajones. El armario, más  parecido a un trastero que otra cosa, apenas destacaba: solo una pequeña grieta en la pared avisaba de su existencia. Se camuflaba perfectamente con la pared, al ser del mismo tono y no contar con un pomo grande ni llamativo. Junto a esto, unas cortinas no demasiado sucias ni estropeadas que ocultaban una ventana en forma de rombo,  constituían todo el decorado de aquel habitáculo.
Decidió que si debía quedar allí recluida lo menos que podía hacer era otorgar cierta personalidad a su entorno rodeándose de un mundo que la satisficiera. Quién sabía si debería permanecer allí por mucho tiempo o si acaso sería algo temporal. Ese detalle le resultaba insignificante, por ahora.

   Salió en busca de cualquier objeto que le ayudara a recrear su mundo otorgándole cierta calidez pero pronto descubrió que no iba a resultar tan fácil como había pensado encontrar lo que buscaba puesto que la decoración de todo el edificio así como la de las restantes salas apenas  contenían  los mismos objetos funcionales que había visto en su propia habitación. No le extrañó comprobar que también estos espacios resultaban tan faltos de vida como el suyo propio.
Se perdió tratando de localizar una salida al exterior en busca de algo de aire fresco y  sol que animara su cuerpo decaído, que mostraba signos de estar desmejorado. No notaba su peso como solía sino que más bien parecía flotar sobre el suelo, como si por algún motivo se fuera deslizando por su superficie gracias a un campo magnético que la mantuviera por encima suyo. Tampoco constatar este hecho le hizo reflexionar sobre lo cambiante que se había vuelto su mundo sino que le agradó pensar que en aquel nuevo universo podría ir descalza sin necesidad de sentir sus pies aprisionados por unos carceleros de piel, con o sin cordones.

   Pasó gran parte de la mañana disfrutando de un agradable paseo por una zona ajardinada que acababa en un portón de rejas no muy alto con un sencillo pasador. No quiso salir, aún no. Ya llegaría el momento de investigar más allá de aquellos muros. Ahora se concentraba en buscar algún material u objeto que sirviera a sus fines.
En uno de los laterales encontró un macetero algo roto, bastante sucio, y se concentró en limpiarlo a fondo hasta que quedó a su gusto. Luego añadió tierra – que excavó con sus propias manos - y se dedicó a buscar alguna planta entre las que crecían por allí cerca que se amoldara a tal espacio.  En su mayoría eran flores silvestres  que brotaban aquí y allá sin otra disposición que la que la propia naturaleza les había impuesto. Distinguió lo que creía era una margarita, distinta a las demás, de color rojo fuego, que mostraba su cara central amarilla. La recogió, con cuidado de extraer bien sus raíces, y la plantó en su nueva maceta. Decidió que la colocaría sobre la mesa, que  a su vez colocaría  cerca de la ventana para que tuviera luz suficiente.

Las horas pasaban pero no notaba hambre ni sed, ni las necesidades diarias propias de un cuerpo. Aquello tampoco le resultó nada extraordinario. De hecho, ni siquiera necesitaba ropa. Iba desnuda y no sentía la menor necesidad de cubrirse.
Si hubo un Cosimo que vivía en los árboles negándose a bajar de ellos y pisar suelo de por vida; Si hubo una Elisabet quien de pronto se quedó sin voz; Si nada de eso era extraño, ¿Por qué habría ella de asombrarse de su nuevo estado? Ni tan siquiera dudaba que aquel planteamiento tan carente de lógica pudiera ser tan irracional como su actual existencia.

   Puesto que no necesitaba volver sobre sus pasos ya que parecía que de alguna manera invariablemente acababa despertando en una cama, se aproximó a la reja con intención de salir al exterior. Miró a través de sus barrotes y no le gustó lo que vio. Ni lo que escuchó, o creyó escuchar. Demasiado ruido. Demasiada confusión. Se detuvo indecisa con una mano agarrada aún a los barrotes reteniendo su impulso inicial de abrir la cancela.
Veía todo tipo de edificios altos, muy altos. Demasiado altos, posiblemente. Muy cercanos unos a otros y todos cubiertos bajo una tenue neblina grisácea que flotaba aquí y allá ocultando parte de las ventanas cerradas que le parecían grandes agujeros negros. Mirara donde mirara solo veía  paredes y más paredes sembradas de aquellas ventanas tan simétricas y oscuras sin que asomara persona alguna. También comprobó que no había ni árboles ni  pájaros ni ningún otro signo de vida. Más allá de aquella puerta todo simulaba estar hueco, vacío.

   Se retiró despacio volviendo la espalda a la cancela y prosiguió su camino de regreso a la habitación buscando con la mirada algún tipo de grifo, fuente o similar que le proporcionara algo de agua para su nueva adquisición. No encontró nada y se conformó con pensar que tal vez dentro del edificio encontraría cómo resolver su problema.
Durante su deambular por aquellos pasillos era frecuente encontrarse con gente a su alrededor que al igual que ella misma marchaba solitaria en diferentes direcciones sin una ocupación concreta. Parecían simples sombras más que otra cosa. Nadie se acercó a ella ni ella hizo el menor intento de acercarse a los demás, ¿Para qué, con qué fin? No pensaba que ninguna de aquellas figuras descoloridas le fuera a ayudar a encontrar lo que necesitaba; más bien parecían necesitar de su apoyo  antes que serle de ayuda a ella. Alejándose de sus sombras se adentró en una nueva sala que aún no había explorado.

   Al entrar, notó un cambio en el aire, cierto aroma que le recordaba a su casa. Por un instante sintió nostalgia y quiso poder encontrarse de nuevo allí, pero pasó pronto. Enseguida se desvaneció aquel recuerdo dando paso a una fría  indiferencia de la que ni si quiera fue consciente.
Aún con la maceta en la mano sin haber dado con una jarra, botella o un simple vaso  logró encontrar su habitación. Se acercó a la mesa, colocó la maceta en una de sus esquinas, la acercó a la ventana y corrió las cortinas para que el sol entrara a placer. Abrió la ventana y notó la corriente procedente del exterior. Se sentó en la silla dejando que el sol y el aire  recorrieran su rostro.

   Despertó en la cama, como suponía. No recordaba cómo pero allí estaba. Su primera reacción fue mirar a la mesa en busca de su maceta. Quedó aliviada al verla. Se mostraba firme, señal de que había acogido bien su nueva ubicación. Pero necesitaría encontrar pronto algo de agua si no quería que perdiera su vitalidad. Sin saber por qué aquel pensamiento se mostraba insistentemente persistente y acuciante. Cuidar de aquella flor centraba toda su atención, de repente se había convertido en una necesidad. Aquella planta tomada prestada de una tierra que no era suya empezó a ser el eje sobre el que giraba su rutina diaria.
Desde que se levantaba, su primer pensamiento iba dirigido a ella. Comprobaba que tuviera la cantidad necesaria de sol y agua (que de alguna manera había regado su maceta).  Amanecía sobresaltada pensando en un posible accidente que hubiera sucedido mientras ella no estuviera vigilante; se había convertido en una obsesión. Y, a su vez, en su posible salvación.

Una mañana, al despertar, observó que había una botella de agua junto a la maceta. Agradecida, la guardó en uno de los cajones. Parte de su ansiedad por la supervivencia de su planta, había desaparecido.


   La conversación con la doctora no podía haber sido más desalentadora. No parecía que se notara ninguna evolución. No podían decir el tiempo que tardaría en recuperarse puesto que cada persona se sentía afectada en diferente medida. Desde aquel día no había vuelto a ser la misma. En realidad, simplemente había dejado de ser. No reaccionaba ante nada, era una simple cáscara vacía que no mostraba ninguna emoción. Ni siquiera parecía notar su presencia. Era indiferente a todo su entorno.
Aquella tarde, al fin, había notado cierto progreso y así se lo había comunicado al enfermero que cuidaba a su madre. "Parece que le ha cogido cariño." El enfermero estuvo conforme con ella: "Desde el día que la recogió, no ha dejado de estar ahí sentada observándola".

   Sacó su botella de agua del bolso y regó aquella maceta sin que su madre hiciera el menor gesto de reconocimiento. Permanecía allí sentada con la mirada perdida en su propio mundo, un mundo al que ella ya no tenía acceso.
Fue a buscar una nueva botella de agua y la dejó sobre la mesa con la esperanza de que su madre interactuara con ella, tal vez. Necesitaba un gesto, por mínimo que fuera, un indicio de que aquella persona no se había ido del todo. Que en algún lugar de su confusa cabeza aún seguía recordando.

   "Puede que ya no quiera volver", le informó el enfermero viendo la mirada desesperada que le echaba a la mujer sentada frente a la ventana. "Hay un ínfimo  porcentaje de casos no recuperables. Sin saber muy bien por qué, deciden no volver. Es muy doloroso para las familias. Téngalo siempre presente, no quisiera que se hiciera falsas esperanzas."
Anyway the wind blows...

kermit

SIEMPRE ALICE


Trató por todos los medios de evitarlo, pero no fue suficiente; No pudo contenerse. En un descuido, brotó cuanto había tratado de mantener oculto cuidadosamente en su interior. Aquella marea, en incesante movimiento, buscaba desde hacía mucho tiempo cualquier resquicio o pequeña grieta por la que salir y, siempre, se encontraba con la misma férrea oposición en contra de tales propósitos. Se agitaba como fiera enjaulada en su cárcel, esperando el momento de encontrar un punto débil por donde acceder a un nuevo espacio más amplio que aliviara tanta energía y facilitara la  expansión de su contenido.
Libre, por fin, ya no pudo retenerla ni frenarla; no cesando de manar, como vapor que escapa de una olla a presión, sin prisa pero sin pausa,  sacando a la luz hasta el último de sus miedos y demonios más temidos, agazapados tras la débil coraza de porcelana. Allí se mostraban, cual mercancía expuesta al público para su completa complacencia y regocijo, todas las debilidades que siempre había tratado de preservar de miradas ajenas e, incluso, de la suya propia.

Horrorizada, creyó (o más bien, temió) que aquel desbordamiento caótico y confuso provocase una gran explosión, parecida a la de un volcán en erupción largo tiempo contenido. Sin embargo, contrariamente a lo esperado, apenas fue una pequeña e imperceptible fuga que, gota a gota, continua y decidida, luchaba de forma desesperada por salir de su opresivo encierro. Escapó, burlando – y a pesar de - todas las trabas voluntariamente autoimpuestas. Escapó. Sin estruendo; sin grandes alardes. Escapó.
Afortunadamente, no supuso el temido revuelo que alertaría, a quien le rodeaba,  de algo que se removía en su interior. Simplemente sintió el progresivo alivio de quien descarga de sí mismo un gran peso que llevara soportando incómodamente durante mucho tiempo sin atreverse a quejarse por ello al considerarlo una parte más de sus deberes y obligaciones.
Una vez liberada, se sintió vacía.

   La noche pasó por su lado, de puntillas, mientras ella miraba, sin ver, un punto indefinido del horizonte que le ofrecía la ventana de su cuarto. Próxima ya la llegada del nuevo día, despertó, completamente vestida, tumbada en una cama a la que no acababa de dar ubicación. ¿Dónde estaba?

   No reconocía aquellas cortinas, ni aquellas sábanas. Ni reconocía la silueta de los muebles de aquella habitación que se adivinaban en el inicio de la claridad previa a la plena luz que ofrecían tan generosamente los rayos del sol al pasar a saludar por su ventana. Por no reconocer, no reconocía ni su propio cuerpo. No se sentía como siempre. Algo había cambiado sin que pudiera precisar bien qué era.

Se miró las manos y no las reconoció. Estas eran más grandes; sus dedos se mostraban más ágiles de lo que recordaba; Y más largos. Las suyas eran otras manos. Estas tenían cierto aire de fragilidad, como hechas a medida para algún fin determinado. Perpleja, mantuvo su mirada sobre sus manos mientras las giraba  contorsionando y agitando aquellos dedos suyos tan diferentes. Le agradó pensar que fueran de una pianista y se imaginó sentada junto al piano paseando esos delicados dedos por las teclas mientras componía una melodía sencilla pero extrañamente pegadiza  que,  una vez tomó forma en su cabeza, no la abandonó en todo el largo día,  tarareándola inconscientemente a intervalos  regulares, como si fuera el recordatorio de algo importante que debía cumplir y por cuya razón la alertaba; Se imaginaba como Gyorgy Cziffra  tocando "Grand Galop Chromatique" de Liszt, disfrutando del momento. Pero esta ensoñación duró poco porque pronto descubrió que aquello no tenía nada de idílico.

Unos golpes rítmicos y secos, en su puerta, le hicieron volver la cabeza y encontrarse frente a un espejo que le devolvía una imagen que en nada recordaba a lo que ella era - o fue. Quedó petrificada por lo que reflejaba - ¿Era ella en realidad o una imagen pegada al cristal? - haciendo caso omiso de los insistentes golpes dados a su puerta, la cual calló de repente cuando se hizo consciente de su impertinencia. Lo siguiente que escuchó fue un timbre: Una melodía, procedente de un móvil, estaba sonando a su derecha, en la única mesita de noche de aquel dormitorio, cercana a la cama. El móvil pitaba; vibraba; cantaba; se iluminaba; no había estratagema posible que no hiciera para atraer su atención.
Dudando si contestar o no, sus pensamientos se interrumpieron cuando unas voces, procedentes del pasillo, le hicieron temer un desenlace desagradable. Y así fue como a las voces, cada vez más apremiantes y desquiciadas, sucedieron una serie de golpes y forcejeos que le resultaron tan incomprensibles y la aterrorizaron de tal manera  que no pudo moverse del sitio con intención de ocultarse, como era su inicial deseo.

   La puerta se abrió de golpe y un hombre sudoroso y con ojos desorbitados entró a la carrera en la casa, seguido de un par de policías, gritando en un lenguaje que no entendía. Todavía tenía tiempo de ocultarse si se movía con rapidez. Y es que - tal era el espanto que sentía - no tuvo capacidad de reacción permaneciendo inmóvil como una esfinge ante la mirada atónita de quien acababa de entrar en la habitación.
El hombre se dirigió corriendo hacia ella con tal ímpetu que cerró los ojos esperando en cualquier momento sentir el golpe que seguramente le asestaría en cuanto estuviera a su lado. Sin embargo, no sucedió tal cosa sino todo lo contrario. Aquel hombre la estaba abrazando, besando, acariciándola dulcemente a la vez que repetía una y otra vez el mismo sonido que para ella no tenía significado alguno. Aprisionada bajo el abrazo de aquella persona sentía  latir su propio corazón de forma desbocada.

   Abrió los ojos cuando notó humedad sobre sus hombros. Aquel hombre, que hacía poco le semejaba la propia imagen de la violencia más desatada, se había convertido en un muñeco de trapo que blandamente dejaba caer su peso sobre ella de forma tan comedida y tierna que la llenó aún más de confusión. ¿Eran lágrimas lo que resbalaban por sus mejillas? ¿Cómo podía ser eso?  ¿Qué es lo que le habría inspirado a aquel hombre que tanto le había afectado?
El hombre no dejaba de emitir sollozos y no se apartaba de ella mientras, abrazado aún,  acariciaba su pelo. Sin entender nada, trató de separarse de él, suavemente al principio, pero con firmeza. Le miró fijamente  y quiso expresar sus dudas y temores sin que pudiera hacerlo. La voz, su voz, no le respondió. Abría la boca pero de ella no salía sonido alguno o, al menos, nada parecido a los sonidos que ella conocía. Apenas eran unos gruñidos indescifrables. En un acto reflejo, se llevó las manos a la boca, a la garganta y allí quedó, con los ojos muy abiertos por la sorpresa. ¡No podía hablar! ¿Cómo era eso posible? ¿Qué estaba pasando?

Rígida, por la tensión acumulada, permaneció estática, contemplando a aquellas personas que habían entrado en su habitación de forma súbita y violenta, sin comprender. Los policías  observaban la escena a cierta distancia dejando hacer a aquel hombre que se comunicaba con ellos mediante sonidos no reconocibles para ella pero que, por los gestos y expresiones corporales de aquellos, daban a entender que la situación estaba ya resuelta. Los acompañó hasta la puerta de la casa y desaparecieron de su campo visual sin dar muestras de preocupación o disgusto sino más bien sonrientes y con miradas de comprensión.
La casa quedó en silencio durante unos instantes y ella se dejó caer en la cama con todo el peso del cuerpo, liberando lágrimas de tensión y de impotencia a la vez que deseaba la desaparición de aquel hombre desconocido tras la misma puerta por la que instantes antes había hecho su aparición. No hubo suerte. Aquel hombre no solo volvió a su lado sino que se acercó de nuevo a ella con intención de volver a abrazarla. Pero, esta vez, sí supo reaccionar y se separó con tiempo suficiente para que no pudiera hacerlo. Se incorporó de la cama y, de pie, frente a él – que se había sentado a su lado para permanecer  cerca de ella – mantuvo su cuerpo erguido en un gesto que pretendía avisar que no permitiría que eso sucediera de nuevo; Con una mirada desafiante y los brazos cruzados en lo que ella entendía un gesto defensivo.

   El hombre la observaba con preocupación, pero no trató de acercarse a ella de nuevo. Sentado, contemplaba a su mujer extrañado y aliviado. Afortunadamente no le había pasado nada y no había sufrido ningún daño, uno de sus peores temores. Hacía tiempo que la doctora  le había advertido que aquello podía pasar aunque nunca se está totalmente preparado para ese momento, como pudo comprobar.
Anyway the wind blows...


¡CUIDAMOS LA PÚBLICA!

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